La Libertad

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Una lectura con la finalidad de comprender una cituacion en practica sobre el ser libre
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Quiero ser libre Víctor Florencio Ramírez Hernández Martha trazaba líneas circulares con un dedo en la superficie espumosa del café. Seis veces se llevó la uña a los labios y se quedó con ella ahí, como si fuera a dibujarlos. En cada ocasión limpió su dedo en la servilleta. Reyna no había llegado. Pero no estaba retrasada; era Martha quien se había adelantado. Desde hacía una semana sentía que necesitaba llenar su tiempo. «Quiero ser libre», fue la única razón que dio a su madre. En vano Reyna trató de hablar con ella. Quería asegurarse que su amiga estaba sopesando bien. Pero Martha se negó a dialogar. Después de una semana, la insistencia de Reyna dio fruto. Acordaron verse en la cafetería. Ya frente a la mesa, Martha esquivaba la mirada de Reyna. Después de un saludo silencioso, fue la primera en hablar, aunque mantuvo la vista en la calle. —¿Por qué lo hiciste? —Quería ser libre. —¿Y ya lo eres? —Pues… —Martha dudó, luego dijo en tono triunfal—, ¡ahora hago lo que quiero! —¿Quién dice que eres libre?¿Cómo sabes que eres libre? —cuestionó Reyna con dureza, y agregó—. Martha, ¿en verdad haces lo que quieres? —Sí… Bueno… casi —titubeó Martha—. No… Creo que no… hay cosas que quiero hacer, pero no puedo hacerlas. Y no sé qué tanto quiero hacer lo que hago… ¡Ay, Reyna! ¿De qué me sirve ser libre? —Tú misma tienes la respuesta: dices que te sirve para hacer lo que quieras… Martha no dijo palabra alguna, pero negó con la cabeza. —Entonces te sirve para que te des cuenta de que no puedes hacer todo lo que quieres. Ya tienes otra respuesta: ser libre te sirve para que te enteres de que no eres libre. —¡No seas cruel, Reyna! —¡No seas tonta, Martha! Al menos ya sabes que no eres tan libre como pensabas. Martha se ruborizó, pero no respondió al comentario de Reyna. Pensó que antes estaba sujeta a un horario, a usar un uniforme, a seguir normas, a soportar a sus compañeras del grupo. —¡Soy libre porque ahora me visto como quiero! —¿Te has puesto a pensar por qué quieres vestirte así? —Reyna lanzó la pregunta. —¡Porque quiero ser yo misma! —dijo dudosa aunque simulando saber. —Martha, ¿quién dicta la moda? —Reyna volvió a lanzar una pregunta. —¿Los diseñadores…? —al ver la mirada fija de su amiga, intentó otra respuesta—. ¿Los artistas…? —¡No, mensa! Las empresas que venden ropa. Tú te vistes como ellos quieren que te vistas. Crees que quieres lo que tú quieres, pero en realidad quieres lo que otros quieren que quieras. ¿Eres libre? ¡No, Martha! ¡No-e-res-li-bre! —¡No seas así, Reyna! —¡Y tú no seas mensa, Martha! A ver, dime, ¿cómo sabes que eres libre? —¡Porque ya no sigo órdenes! —dijo pretendiendo otra vez parecer triunfadora. —¿Cómo decirlo? Hay cosas que te ayudan a ser más libre. Si no estudias, eres más dependiente. Quizá de momento sientes que la escuela no te hace ser libre, pero te ayuda para que luego lo seas. Martha entristeció. El día en que dejó la escuela se sintió liberada, pero desde entonces lo había dudado. Constantemente se cuestionaba qué había hecho. —¡Ay, Reyna! ¡Quiero ser libre de verdad! Dime, ¿qué necesito para ser libre? —Eres libre porque tomas tus propias decisiones. —Me sentía libre, tomé la decisión, pero ahora ya no. Tengo miedo de no haber decidido bien. Ya di el paso, ya le dije a mi mamá que dejé la escuela, ya me di de baja, ¿pero cómo sé si ahora soy libre o si soy más libre? —No estás prisionera. Estás como quisiste. Estás donde quieres… ¡estás haciendo de tu vida un papalote! ¡Eres libre! —¡No te burles! Yo creía que iba a ser libre. —¡Creías!, ¡creías! Quizá sea por tus genes o el chip que te pusieron: crees que haces lo que quieres, pero estás programada para querer algo en especial. Solo sueñas que eliges lo que quieres. —¡Ya! ¡No sigas! ¡Mejor ayúdame! —Bien. ¿Qué te impide ser libre? ¿Qué te impide sentirte libre… o pensarte libre? —No sé… Mis miedos, y temo no saber bien qué quiero, o las consecuencias de lo que decido… —¿Siempre que decides, sea lo que sea, hay consecuencias? —Sí. —Pues entonces eres libre si aceptas o, al menos, sabes las consecuencias. Sabías cuáles eran las consecuencias de salirte de la escuela y las aceptaste, ¿o no? —Imaginé que sería distinto. —¿Imaginaste…? ¿Lo sabías o solo querías que fuera así? Martha, tal vez eres libre si distingues tus fantasías de tus deseos, si sabes cuáles son las consecuencias posibles y no solo te imaginas las consecuencias que deseas. Martha guardó silencio. Su mirada se dirigió a la ventana, de ahí al vaso medio vacío, y luego se fijó en sus manos. Evaluaba si había previsto las consecuencias de haber dejado la escuela, o si había dejado que sus deseos la condujeran o si había imaginado algo que no correspondía con la realidad. La voz de su amiga la sacó de su cavilación: —Martha, como sea, tienes el derecho a ser libre… —¿Derecho? ¡No te burles de mí…! —tras unos segundos, agregó—: Sabes, a veces quisiera dejar de decidir… —¿Puedes? No, Martha. No puedes dejar de decidir: si dejas de decidir, es porque has decidido dejar de decidir. Mejor considera que puedes ser libre. O mejor aun: que tienes derecho a serlo. —¡Pero ahorita me siento prisionera de mi libertad! —Martha, no te pongas trágica. Tranquila; así no arreglas nada —dijo Reyna al ver unas incipientes lágrimas—. Dime, ¿te ha servido nuestra plática? —Sí. —¿Por qué? —No sé… Tal vez porque me he dado cuenta de algunas cosas… —¿Y darte cuenta… qué? —Darme cuenta sirve para que me sienta… para que me piense libre. —Entonces tal vez puedes aumentar tu libertad… eres más libre cuando haces algo que te da la posibilidad de ser más libre. —Sí, ¿pero hasta dónde…? —Martha se inquietó de nuevo—. Pensé que al dejar la escuela podría hacer cosas que yendo a clases no podía… Ya lo hice, y ahora me siento mal: mi mamá está sufriendo, defraudé a mis amigos, a ti… ¡No sé si hice bien…! —¿Es posible tomar decisiones sin afectar a los demás… es posible que todos estén de acuerdo con lo que decidimos? Martha, lo importante no es que puedas decir o hacer todo lo que quieras, sino que pienses con libertad para que seas libre. —¿Y cómo sé que pienso con libertad? Aunque la pregunta no tomó por sorpresa a Reyna, no supo qué responder y optó por callar. Se sumió en el mutismo. El silencio fue acumulándose. En el vaso de Martha, la espuma del café había desaparecido.

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