Debemos preguntarnos si vivimos hoy una necesidad histórica de cambio sustancial en nuestra forma social de organizar la producción y distribución. Y la respuesta nos la dan desde el Grupo de los Veinte (G20), hasta los funcionarios de Hacienda y de la Banca nacional y mundiales, y su respuesta es: sí. El problema real no es ese cambio en sí, que otras veces se ha dado; sino el que, “lo que no se sabe”, es que es lo que debería ser esa nueva situación económica. O bien, que se sabe, pero históricamente es tal, y no hay manera de que sea otra, que dar el paso es tanto propiciar la extinción de los que hoy detentan el poder y sus privilegios...; con la angustiante paradoja de que, no dar el paso, de cualquier manera es propiciar la desaparición, pero en este caso, de con la caída abrupta y violenta. Ello nos plantea la necesidad de entender las formas y políticas de administración que habrán de quedar determinados por esos cambios, y preparados para ello. Ante tal hecho, debemos una tesis, un juicio lógico, idea central a argumentar demostrativamente; esto es, que: <<Toda necesidad histórica de cambio, es de modificación de la estructura económica>>, ya que ello es determinante de las formas y políticas de administración. Y demostrar su certidumbre, no sólo será argumentar en su favor , sino principalmente, estableciendo la necesidad de una hipótesis en correspondencia; esto es, que: <<Toda necesidad histórica de cambio, es determinante de las formas y políticas de administración>>; empezando por referir los antecedentes históricos, en donde podamos corroborar que toda estructura económica es determinante de la forma y políticas de administración. En ese sentido es que hemos adelantado ya algunos aspectos del panorama de la estructura económica de México, en el momento en que ésta nace al capitalismo moderno, o actual. Detallemos ahora algo de esos mismos antecedentes históricos. Al aproximar la historia de México hacia los años en que se inició el estallido social independentista con los disturbios y luego la revuelta generalizada, tras la intransigencia y la represión de la clase social en el poder; en la Nueva España en su ocaso, había –nos dice el historiador soviético M.S. Alperovich en su obra cuya característica principal es su exhaustiva documentación– unas 5,000 haciendas y otros tantos ranchos, por supuesto, pertenecientes en su mayoría a los españoles peninsulares”, y en menor grado, a los “criollos”.
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