Comentario entorno al texto "Maus: relato de un superviviente" de Art Spiegelmann.

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La memoria como recurso histórico.
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Comentario entorno al texto Maus: relato de un superviviente de Art Spiegelmann.Por Damaris Martínez.

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Comentario entorno al texto Maus: relato de un superviviente de Art Spiegelman.Por Damaris Martínez. Desde el siglo pasado, los medios de comunicación masiva, con su avalancha de propaganda e información, su omnipresencia y su capacidad de convertir lo real en virtual, acostumbran presentar los hechos ocurridos como llamativos espectáculos con el fin de agradar a los consumidores e incentivar las ventas. En las últimas décadas, la historia, el conocimiento de los hechos pasados, se ha convertido en un artículo atractivo para el consumo, sobre todo cuando se adapta a los cánones de los cómics, las revistas ligeras, la cinematografía comercial y otros medios masivos.[1] Y efectivamente, Maus: relato de un superviviente es un ejemplo de esto, sin embargo, a pesar de la naturaleza física del texto que podría hacernos creer que estamos frente a un llamativo espectáculo del pasado, surge una legítima duda: qué función social puede cumplir un testimonio que aparentemente es un texto de entretenimiento pero que apela a la memoria como recurso histórico. El planteamiento no es una cuestión que pueda resolverse de manera vertiginosa y determinante, puesto que atenta contra el quehacer historiográfico profesional, en la medida en que el texto, aunque no lo pretenda, se manifiesta como una alternativa frente a la historia como disciplina, de manera que salen a la luz, por lo menos dos cuestiones a saber: qué es lo que debe recordarse es decir, quién decide qué es lo que debe recordarse, los historiadores, los políticos, los grupos dominantes o bien la sociedad; la verdad, éste tema se ve ineludiblemente involucrado puesto que las características físicas del texto en cuestión, lo remiten inmediatamente a una posición de ficción, mientras que la historia como disciplina a través de su respaldo científico no se ve cuestionada al respecto, por lo tanto, los planteamientos nos conducen a analizar los límites y posibilidades de la historia frente a la memoria, si partimos del supuesto de que la historia es un instrumento que tiene un compromiso con la sociedad. Ahora bien, el Dr. Bermejo Barrera señala en “Qué debo recordar” que el historiador, a partir del siglo XIX se presenta como un narrador ausente (esto quiere decir grosso modo que no es un testigo directo de lo que narra) y textualmente señala lo siguiente: “La historiografía sigue compartiendo un paradigma visual, pero ya no será el del testigo más o menos limitado por sus circunstancias físicas, sino una perspectiva panóptica, tal como la ha analizado Michel Foucault… lo ve todo, por lo menos todo lo que merece contarse, ya que posee una visión global del pasado.”[2] De manera que consideramos qué una de las primeras limitaciones de la historia se encuentra precisamente en los criterios que utiliza la disciplina histórica para establecer “lo que realmente merece ser contado” (las comillas son nuestras). Un claro ejemplo de que la historia no es capaz de satisfacer a la sociedad con su producción historiográfica se encuentra en el Doctor en Geografía e Historia Pedro Piedras Monroy, cuya familia fue víctima de la Guerra Civil Española y quien ha criticado entre otras cosas que los historiadores afirmen que se ha contado todo sobre la represión franquista, lo cual para él adoptar estas posturas pone en evidencia la distancia que hay entre la Historia y la vida.[3] Lo anterior, nos remite inmediatamente a otra limitación que encontramos en la disciplina histórica, pues el Dr. Bermejo Barrera explica que el historiador ya no necesita ser testigo de lo que narra porque cuenta con ciertos instrumentos que le dan acceso al pasado, por supuesto se refiere al uso de fuentes: documentos y monumentos que se originaron en el pasado y que pueden ser leídos e interpretados.[4] Y siguiendo a Marc Ferro quien señala que entre los documentos privilegiados por los historiadores se encuentran los Archivos de Estado, manuscritos o impresos y documentos únicos. Siguiendo aquellos impresos que han dejado de ser secretos: textos jurídicos y legislativos, luego periódicos y publicaciones. Las biografías, las fuentes de historia local y los relatos de viaje forman la cola del cortejo.[5] Consideramos entonces, que la limitación de la Historia con respecto a las fuentes radica precisamente en la naturaleza de éstas, pues ninguna de las que menciona Ferro hace referencia a acontecimientos que tengan un valor afectivo y que por lo tanto posea un significado para quien va dirigido, función que por el contrario sí cumple la memoria según lo señala el Dr. Bermejo Barrera.[6] Ahora bien, reuniendo las dos cuestiones hasta este momento señaladas, es decir, lo digno de contarse y el tipo de fuentes para contarlo, consideramos que el tipo de información que proporciona el texto de Art Spiegelmann pone de manifiesto los límites de la Historia. Pues en efecto esa distancia de la que habla el Dr. Pedro Piedras Monroy entre la historia y la vida, es un elemento del que no carece Maus: relato de un superviviente. Como ejemplo tenemos un fragmento de la obra, que ubicado dentro del contexto de la Segunda Guerra Mundial y la persecución judía, Vladek, el protagonista de la misma, narra que un día (aproximadamente del año 1938) se les comunicó a los judíos que deberían presentarse en un lugar: el Dienst Stadium para comprobar documentación y sellar pasaportes, sin embargo, la comunidad judía desconfiaba de ese requerimiento, de manera que el padre de Vladek de 62 años de edad, recurrió a su hijo para que éste le aconsejara si era conveniente que asistiera o no. De manera que, una vez que resolvieron el dilema y la familia completa se presenta a la cita, explica Vladek que toda la gente que llegó a ese lugar fue separada en dos grupos: izquierdo y derecho, el lado izquierdo correspondió a ancianos, familias numerosas y a gente sin permiso de trabajo, el lado malo. Contrariamente del lado derecho la gente lograba poner su documentación en regla. Así que el padre de Vladek, a pesar de su avanzada edad logró que lo enviaran del lado derecho, sin embargo, su hija Fela que también se encontraba ahí, junto con sus cuatro hijos, fue enviada al lado malo, y al percatarse el padre de Vladek de la suerte que había corrido su hija dijo: ¡Mi hija¡ ¿cómo se las arreglará sola?, con cuatro críos de que ocuparse. Agregando Vladek que después de esas palabras su papá se coló del lado malo paro no dejar a su hija sola, y recordando que los del lado malo jamás regresaron a casa.[7] Con este breve fragmento, logramos concluir que la distancia entre la Historia y la vida de la que habla el Dr. Pedro Piedras Monroy consiste en que la disciplina histórica produce discursos deshumanizados, como el que él mismo leyó en Las Víctimas de la Guerra Civil en donde la información que encontró se reducía a cifras de víctimas que bien podían representarse en una gráfica, diagrama de quesitos, como él lo llama, sin decir nada de los que habían muerto, los que pasaron años en la cárcel, los que volvieron inútiles, enfermos, los que hubieron de huir o emigrar, los que vivieron una vida arruinada de exclusión.[8] Muy por el contrario este tipo de información se puede encontrar en la obra de Art Spiegelmann. Por último, consideramos que aunque la memoria es humanizadora no necesariamente es crítica, y según el Dr. Bermejo Barrera los historiadores forman una nueva comunidad lingüística, delimitada en cada caso por las lenguas nacionales, comparten unos valores: el valor de verdad del relato, el respeto a los documentos y el manejo de un método para establecer los hechos y analizar su significado.[9] Sin embargo, para la doctora Marialba Pastor las fuentes son producidas en un contexto social culturalmente determinado y están cargadas con los rasgos psicológicos de los individuos que los producen, por lo que el trabajo del historiador consiste en desentrañar las contradicciones, detectar las lagunas y percibir las exageraciones que se encuentran en los testimonios para aproximarse lo más posible a la construcción de la realidad pasada y, con ello, a la comprensión y explicación de lo ocurrido, con el objetivo de llegar a una verdad socialmente construida (pues en el ámbito de la ciencia la verdad no es algo dado para siempre) que resuelva problemas sociales.[10] Más si por el contrario, el historiador no realiza esas funciones entonces esto implicaría caer en una de las más graves limitaciones como instrumento cívico, puesto que si se aboca a justificar las historias oficiales con la intención de favorecer algún grupo de poder, esto es, eliminar la crítica como pieza fundamental de su configuración, entonces entraría en una grave crisis. [1] Marialba Pastor, Testigos y testimonios: el problema de la verdad. Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 2008, pp.7-123. [2] José Carlos Bermejo Barrera, “Qué debo recordar”, en Qué es la historia teórica, Tres Cantos, Madrid: Akal, 2004. pp.. 50-70. [3] Pedro Piedras Monroy, “Hacía una redescripción textual de la memoria”, Historiografías: revista de historia y teoría, n. 8 (2014), p.43. [4] Ibidem. Bermejo Barrera. p.57. [5] Ferro, Marc. Cine e historia, Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 1980, pp.22. [6] Ibidem. Bermejo Barrera. p. 52. [7] Art Spiegelmann, Maus: relato de un superviviente, Barcelona: Planeta- DeAgostini, 2001; primera edición: tomo I, 1973, pp. 90-93. [8] Ibidem. Pedro Piedras Monroy. pp. 38-39. [9] Ibidem. Bermejo Barrera. p. 57. [10] Ibidem. Marialba Pastor. pp. 9-10.

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