Question
La casa del pastor
Si está tu corazón por la vida abrumado,
debatiéndose, a rastras como un águila herida,
como el mío llevando en sus alas inútiles
todo un mundo fatal, humillante y helado;
si al latir se desangra por su llaga inmortal,
si el amor ya no ve como estrella más fiel
que antes le iluminaba el borrado horizonte;
Si está tu alma lo mismo que la mía en cadenas,
harta de su grillete y de su amargo pan,
abandona tu remo en la oscura galera
e inclinándote llora sobre el agua del mar
cual si en él encontrases un camino ignorado,
y estremécete al ver en tus hombros desnudos
esa marca infamante que escribieron con hierro...
Echa a andar con buen ánimo, deja atrás las ciudades;
y en la senda que el polvo no mancille tus pies;
desde altivas ideas ve ciudades serviles
como peñas fatales que esclavizan al hombre.
La campiña y los bosques son enormes refugios
libres como los mares que islas negras abrazan.
Anda a campo través una flor en la mano.
La Natura te espera entre austeros silencios;
ve la hierba elevando esa bruma del véspero,
y el suspiro de adiós que da el sol a la tierra
mece todos los lirios incensando los campos.
Mira el bosque que esconde sus columnas profundas,
la montaña se oculta y sobre aguas muy pálidas
han colgado los sauces sus castísimos palios.
El crepúsculo amigo en el valle se duerme
entre hierbas doradas o color de esmeralda,
sobre tímidos juncos de la fuente apartada,
bajo el bosque entre sueños que a lo lejos vacila,
titubea al huir en racimos silvestres,
echa su capa gris a la orilla del río
y entreabre la cárcel de las flores nocturnas.
Hay en mi alta montaña un espeso brezal
por el cual el que caza casi no puede andar,
su cabeza altanera nos domina a los hombres
y en la noche custodia al pastor y al extraño.
Ven y oculta el amor y tu culpa divina;
si se agita la hierba o no está muy crecida
voy a darte esta casa del pastor para ti.
Poco a poco camina sobre sus cuatro ruedas,
su tejado es igual que tu frente y tus ojos;
el color del coral, tu color de mejillas
tiñe el carro nocturno y sus ejes sin voz.
Perfumados umbrales y una alcoba en penumbra,
y allá habrá bajo sombras y entre flores un lecho
silencioso que acoja tu cabeza y la mía.
Si tú quieres, veré el país de la nieve,
los que el astro amoroso` deslumbrante consume,
los que azotan los vientos, los que asedia la mar,
los del hielo, malditos por los polos oscuros,"
seguiremos los pasos del azar errabundo.
¿Qué me importa la luz? ¿Qué me importa la gente?
Yo diré que son bellos si tus ojos lo dicen.
Que Dios guíe a su meta al vapor fulminante H
por caminos de hierro que atraviesan los montes.
Que haya un ángel erguido en su forja ruidosa
cuando va bajo tierra o estremece los puentes,
y con dientes de fuego que devoran calderas
igual cruza ciudades que los ríos se salta,
más veloz que los ciervos en sus brincos más ágiles.
Que por él vele un ángel con los ojos azules,
que su espada proteja su andadura metálica.
Si él no cuenta los golpes de palanca escuchando
cada vuelta de rueda en su curso triunfal,
si no cuida del agua y vigila las brasas,
para hacer estallar esta mágica máquina
basta siempre el guijarro de algún niño imprudente.
En el toro de fuego que resopla y que brama
sube un hombre. Aún es pronto, nadie puede saber
qué tormentas arrastra ese ciego tremendo,
y el alegre viajero su tesoro le entrega,
cual rehenes: sus hijos y un anciano, su padre,
en el vientre ardoroso de la púnica bestia'
que dará sus cenizas a algún dios hecho de oro.
Mas triunfemos del tiempo y con él del espacio,
o llegar o morir. El Comercio es ansioso.
El carbón del vapor llueve chispas doradas.
El instante y la meta son la cifra del mundo.
Adelante, decimos. Pero nadie domina
el mugiente dragón al que un sabio dio vida,
y si un día es indócil él va a ser el más fuerte.
Pues que todo circule y que las causas nobles
con las alas del fuego así puedan obrar.
Con tal que siempre abiertos a lo que es generoso
sirvan al sentimiento los caminos de hierro.
Y bendito el comercio del audaz caduceo
si el amor que tortura una mente sombría
atraviesa en un día dos inmensas naciones.
Pero a menos de ser un amigo en peligro
que nos llame con gritos del mayor desespero,
o que con su clarín Francia quiera invitarnos
a las fiestas guerreras o a las luchas del sabio;
a no ser que muriendo una madre llorosa
sobre su amada estirpe aún quisiese posar
su mirada final, la más triste y más dulce;
Evitemos su ruta. No hay encanto en el viaje,
puesto que es tan veloz por su senda de hierro
como flecha lanzada a través del espacio
desde el arco a su blanco desgarrando los aires.
Así el hombre, arrojado a una gran lejanía
no respira y no ve del teatro del mundo
más que niebla que cruzan mil centellas radiantes.
No oiremos piafar al caballo impaciente
que convierte las losas en manojos de fuego:
adiós, lentos viajes, ecos vagos que se oyen,
risas de alguien que pasa, los retardos casuales,
imprevistos recodos de las cuestas, amigos
que se encuentran, olvido de las horas, la espera
de llegar ya muy tarde a lugares agrestes.
La distancia y el tiempo se someten. La ciencia
traza en torno a la tierra sendas tristes y rectas.
Todo el mundo se achica según nuestra experiencia,
y hasta el mismo Ecuador es un aro pequeño.
No hay azar. Todos vamos por los rieles, inmóviles
allí donde al partir nos fijaron el sitio,
bien guiados por cálculos silenciosos y fríos.
Siempre el sueño amoroso y sereno verá
con horror su pie blanco vinculado a esos viajes;
pues precisan sus ojos verter largas miradas
como un río crecido sobre todas las cosas,
preguntando por todo con la rara inquietud
de quien quiere escrutar los secretos divinos,
avanzando, parándose, sin dejar de mirar.
Tomado de: http://musipoemas2.blogspot.com/2012/06/la-casa-del-pastor-alfred-de-vigny.html
Según el anterior texto del autor Alfred de Vigny, el tema al que pertenece este texto romántico es