Para saber educar es necesario el conocimiento propio y el conocimiento de los hijos. Todos tenemos cualidades y defectos, también reaccionamos de forma distinta según con quien tratamos. Ya en Grecia se leía en el templo de Delfos: “Conócete a ti mismo”. Saber conocer es indispensable como también lo es una actitud positiva para rectificar.Dice Yela: “Es a partir del conocimiento de nuestras propias limitaciones, de la aceptación de las que son ineludibles y del esfuerzo para superarlas de donde irradia la labor del educador”. Nos encontramos, pues, con tres elementos importantes para el tema que tratamos: conocimiento, aceptación y mejora personal, que deberíamos aplicar a nosotros y a nuestros hijos.
El conocimiento del carácter de cada hijo y su desarrollo, según su edad y sus etapas de evolución, son imprescindibles a la hora de extraer al máximo las posibilidades de cada uno. Todos son diferentes y los tenemos que tratar de forma distinta. A un hijo tímido, por ejemplo, no podemos decirle “no te sale la palabra de la boca”, ni a un despilfarrador le diremos: “eres generoso”.
Hemos de fijarnos en los valores esenciales de la persona, lo que es, más que fijarnos sólo en lo que tiene. Un ejemplo: las calificaciones escolares. Si procuramos valorar más el esfuerzo que las notas, obtendremos de nuestros hijos mejores resultados.
Es necesario crear un clima de confianza para favorecer la comunicación. Si aprendemos a escuchar, a observar, a dialogar haciendo preguntas oportunas, conoceremos mejor a nuestros hijos y seremos capaces de comprenderles. Para todo ello conviene dedicar tiempo.
Para aceptar hemos de comprender y la comprensión exige la capacidad de entrar en el otro, nos relacionamos con lo más específico de nuestro hijo, es decir, con su intimidad, que conviene respetar.
Para mantener unas buenas relaciones familiares hemos de considerar a nuestros hijos personas únicas, irrepetibles, con posibilidades y limitaciones. Nuestra aceptación será permanente, incondicional y total. Al aceptar plenamente a nuestro hijo, sabrá que es querido y valorado, base de su auto estima personal.
La serenidad y el equilibrio son consecuencia de la aceptación. Esto quiere decir actuar independientemente de nuestro estado de ánimo. Nuestro testimonio de cariño constante, paciente y realista será lo más positivo para que nuestros hijos adquieran una personalidad madura y estarán motivados para mejorar personalmente.