Erstellt von pablo postigo lopez
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1. Contexto cultural y filosóficoContexto cultural y filosófico. 2. El método cartesiano: Segunda parte del “Discurso del Método”El método cartesiano: Segunda parte del “Discurso del Método” 3. La estructura de la realidad: la teoría de las tres sustancias. Cuarta parte del “Discurso del Método”La estructura de la realidad: la teoría de las tres sustancias. Cuarta parte del “Discurso del Método” 3.1. La duda metódica: procedimiento cartesiano para llegar a la primera verdad.La duda metódica: procedimiento cartesiano para llegar a la primera verdad. 3.2. La primera certeza y el criterio: “pienso, luego existo”.La primera certeza y el criterio: “pienso, luego existo”. 3.3. Las ideas.Las ideas. 3.4. La demostración de la existencia de DiosLa demostración de la existencia de Dios. 3.5. La demostración del mundo (res extensa).La demostración del mundo (res extensa). 4. Relación con otra posición filosóficaRelación con otra posición filosófica 5. Actualización del tema: matematización y desarrollo científico y técnico. El mecanicismo cartesiano y el problema mente-cuerpoActualización del tema: matematización y desarrollo científico y técnico. El mecanicismo cartesiano y el problema mente-cuerpo
En 1637 se publica en Holanda el Discurso del método para dirigir adecuadamente la razón y buscar la verdad en las ciencias. El contexto de la primera mitad del siglo XVII en la que vive Descartes, ayuda a explicar por qué éste cree necesario una obra que se ocupe del método y por qué defiende que el anterior “camino” al conocimiento debe abandonarse, buscando una certeza para sobrevivir a la crisis del momento. Hacia la mitad del siglo XVI comienzan en Europa una serie de crisis, que van a recorrer todo el siglo XVII, que se corresponden en el plano social con el desarrollo de la burguesía y en el plano ideológico con la necesidad que se experimenta de una nueva concepción del mundo basada en el concepto de Razón. Habría que añadir también el cambio que se va produciendo en la mentalidad y que se manifiesta en el desarrollo del espíritu científico, desde los tiempos del Renacimiento. Sin embargo, el desarrollo del pensamiento cartesiano se enmarca en el proceso abierto en el Renacimiento con el antropocentrismo, la consolidación del humanismo y el desarrollo de la ciencia, que supuso la reacción contra los fundamentos de la escolástica y contra la autoridad de la fe como fuente de conocimiento. Se exalta el valor de la razón frente a la autoridad de libros y maestros, y se fomenta de esta forma el desarrollo científico. Hacia la mitad del siglo va ganando terreno la mentalidad racionalista por influencia del cartesianismo la nueva ciencia, que se manifiesta en la astronomía con los descubrimientos de Kepler y Galileo, la medicina con figuras como Harvey, las matematicas con figuras como Gassendi, Descartes, Leibniz, etc. y de la fisica que tiene su culminación en Newton. Estos descubrimientos ahondan el enfrentamiento entre los partidarios de la teoría de Aristóteles los partidarios de las de Copérnico. La filosofía de Descartes registra diversas influencias del ámbito filosófico de la época. La primera influencia viene del escepticismo, que rechaza, y del estoicismo, que admite en sus reglas provisionales de la moral En efecto, la crisis y pérdida de referentes de laa época trajo el escepticismo (Michel de Montaigne). Por eso la estrategia cartesiana empezará por vencer el escepticismo con sus propias armas transformando la duda escéptica en metódica. Por otra parte , conviene reasaltar la postura de Descartes ante la filosofía escolástica; no es capaz de superar por completo algunos de sus conceptos y planteamientos. Sigue usando la noción de sustancia (res) para referirse al yo, como si el yo fuera una simple cosa, al modo del realismo aristotélico. Filosóficamente, lo más notorio es la polémica entre el pensamiento racionalista continental (Descartes, Spinoza, Leibniz) y el empirismo inglés (Bacon, Locke, Hume), polémica centrada en el tema del origen del conocimiento. El racionalismo ve en el pensamiento, la fuente principal del conocimiento humano. Cuando la razón juzga que una cosa tiene que ser así y no puede ser de otro modo, siempre y en todas partes, nos encontramos con un verdadero conocimiento. Por el contrario, el empirismo defiende que la única fuente de conocimiento humano es la experiencia, que constituye al mismo tiempo su límite. La mente está por naturaleza vacía. Todos nuestros conceptos, incluso los más generales y abstractos, proceden de la experiencia. El Discurso del Método iba acompañada de tres tratados científicos, La Dióptrica, Los Meteoros y La Geometría. A esos tres tratados Descartes antepuso una especie de autobiografía filosófica. De las seis partes que configuran esta obra, tan sólo la primera, segunda y cuarta ofrecen mayor interés filosófico. En la primera parte se sientan las bases de una nueva teoría del conocimiento. La segunda parte contiene las famosas cuatro reglas del método. Pero es en la cuarta parte donde se exponen las ideas esenciales, indicándose cómo se llegó a la primera verdad – pienso, luego soy-, cómo puede extraerse de esta proposición el criterio de verdad, y cuál es la naturaleza de nuestra alma, para rematar con las pruebas de la existencia de Dios. Otros títulos son las “Meditaciones metafísicas” (1641), “Las pasiones del alma” (1649), “Tratado del hombre”, “Reglas para la dirección del espíritu”. En el ámbito de la cultura observamos dos fenómenos opuestos: el Barroco (1ª mitad del siglo) y el Clasicismo (2ª mitad). El Barroco expresa la crisis rompiendo el equilibrio y la armonía renacentistas, exaltando el exceso y la desmesura. Los edificios se hacen más dinámicos mediante el aumento de la curvatura, las imágenes adoptan posturas forzadas y en pintura se resalta el contraste cromático. Todo es cambio, mutación, no hay nada estable. La realidad se reduce a apariencia. En oposición al Barroco, el Clasicismo propugna la imposición de una ley y orden racional, claridad y la sencillez, que era lo que buscaba Descartes, frente a las distorsiones y excesos del Barroco.
En el Discurso del método propone Descartes una significativa comparación: todo el saber de su época es como un edificio en ruinas que no merece la pena intentar restaurar. Hay que derribarlo y construir uno nuevo. El proyecto cartesiano, pues, supone: Una reconstrucción del saber desde sus mismas raíces, lo cual, incluye, La unificación de todas las ciencias en una sola. Todo lo anterior es posible, ya que, según Descartes: Existe un método universal, único para todas las ciencias Aunque existen ciencias distintas, todas ellas forman una unidad orgánica. Podemos considerar a la filosofía de Descartes como una filosofía de la cautela, de precaución en no caer en los errores del pasado. La situación en la que se encuentra Descartes es la de un hombre perdido y desorientado. Pero, dado que el método que anda buscando Descartes es un método universal, es necesario adoptar algunas precauciones. La primera es evitar la ligereza. La segunda actuar con circunspección. La tercera, no abandonar las opiniones previas hasta no haber terminado el proyecto de reforma y no haber descubierto el método adecuado. Descartes pretende analizar todas las opiniones y creencias que hasta ahora ha recibido, para comprobar, mediante su razón, si son verdaderas. Orígenes del método Para determinar el método de investigación Descartes se fija en los tres saberes que le parecen más significativos: la lógica, el análisis de los geómetras y el álgebra. De la lógica critica tres cosas. La primera, que la argumentación lógica (los silogismos) no sirve para aumentar el conocimiento, sino para explicar lo ya sabido, por tanto, es incapaz de descubrir verdades nuevas, ya que se construye con razonamientos cuya conclusión está ya dada en la premisa mayor. En el ejemplo clásico, sólo si sabemos ya que Sócrates es mortal podremos afirmar que todos los hombres son mortales; es decir, la conclusión antecede a la premisa mayor y no se deduce de ella. La segunda, que la lógica se puede utilizar, como hace Raimundo Lulio en su Arte General o Ars Magna, para hablar sin fundamento de lo que no se sabe. Y la tercera, que la lógica está mal organizada, combinando reglas correctas y adecuadas, con otras inadecuadas o innecesarias. Bacon por su parte dirá en el Novum organum que sirve más para consolidar errores que para inquirir la verdad, y que es más perjudicial que útil. La intención de Descartes es clara: “es preciso indagar otro método, que asimilando las ventajas de estos tres, estuviera exento de sus defectos”. La razón, como facultad de distinguir lo falso de lo verdadero, es por naturaleza igual en todos los hombres, y por lo tanto lo que distingue a unos de otros es la manera –método- de usarla. De la unidad de la razón se deduce también la unidad del saber. Las ciencias están todas íntimamente ligadas entre sí, de modo que es más fácil aprenderlas todas juntas que una sola, y se extravía el que trata de conocer una sola ciencia diversificando su razón. De aquí también que sea tan importante encontrar un método adecuado. DEFINICIÓN DE MÉTODO: el conjunto de “reglas ciertas y fáciles, gracias a las cuales el que las observe exactamente no tomará nunca lo falso por verdadero y llegará, sin gastar inútilmente esfuerzo alguno de la mente, sino siempre aumentando gradualmente la ciencia, al verdadero conocimiento de todo aquello de que sea capaz” (Reglas IV). El método tiene que servirle para el descubrimiento de nuevas verdades. REGLAS DEL MÉTODO:
¿En qué se inspiró Descartes para elaborar su método? Nos cuenta Descartes que el método que lo inspiró fue, por tanto, el seguido por los geómetras. Estos parten de las cosas más sencillas y fáciles de conocer para elevarse, por medio de “largas cadenas de trabadas razones”, hasta llegar a las cuestiones más difíciles y complejas. La matemática es la única ciencia que logra alcanzar demostraciones ciertas y evidentes. Es el optimismo racionalista: la fe en la capacidad de la razón. Descartes considera que lo que hace verdaderos los conocimientos matemáticos es el método empleado para conseguirlos. No es que haya en las matemáticas una estructura que hace inevitablemente verdaderos sus conocimientos sino que es el método que utilizan los matemáticos lo que permite conseguir tan admirables resultados. La aplicación del método a las matemáticas funciona de una forma brillante y Descartes se muestra ilusionado, obteniendo el primer éxito: la geometría analítica. Por ello, propone “aplicarlo con igual utilidad a dificultades propias de otras ciencias”. Pero, para conseguir dicho objetivo, se debe comenzar por establecer la certeza de los elementos en los que se apoya el resto de conocimientos. La metafísica establece esos primeros principios. Por tanto, se debe aplicar el método a la filosofía, donde Descartes no encuentra “ningún conocimiento cierto”. Dada la dificultad de la tarea, por las críticas que iba a recibir y de hecho recibió, Descartes pospone la aplicación del método a la filosofía hasta no haber adquirido una madurez y una preparación suficientes, suprimiendo las opiniones erróneas, aumentando su conocimiento y practicando el método más de lo que lo había hecho.
Descartes distingue tres esferas o ámbitos de la realidad: Dios o Sustancia infinita (res infinita); el yo o sustancia pensante (res cogitans) y los cuerpos o sustancia extensa (res extensa). Para llegar a la verdad necesita aplicar el método, cuyas reglas ya había enunciado en la parte segunda. Aplica, por tanto, el método inicialmente sólo a lo teórico y no “a las costumbres” (ámbito moral), porque quiere evitar “no permanecer irresoluto en sus acciones”. La duda es, por tanto, teorética, ya que inicialmente no afecta al ámbito moral y es universal porque puede aplicarse a todos los conocimientos teóricos. Lo primero que hace Descartes es utilizar la regla del análisis con el fin de llegar a una verdad absolutamente segura. El procedimiento que usa es la duda. Se trata de una duda metódica, usada como medio para obtener la verdad. Además de metódica es una duda universal.
Radicalidad de la duda: la duda es progresiva, pues en ella distinguimos cuatro niveles de amplitud y radicalidad, aunque el Discurso sólo expone tres. El cuarto no aparecerá hasta las Meditaciones metafísicas- El primer nivel se refiere a los sentidos. Dudar de los sentidos nos permite dudar de que las cosas sean cómo las percibimos, no de que existan tales cosas La imposibilidad de distinguir el sueño de la vigilia le hizo suponer que todos los conocimientos que pudiera haber conseguido su mente tuvieran el mismo valor que las ilusiones de sus sueños. En su esfuerzo por eliminar todo `posible error, logrará mostrar que tales verdades no son absolutamente indudables, porque algunas veces ha incurrido en paralogismos (razonamientos incorrectos) al tratar cuestiones relacionadas con la geometría.
Esta duda radicalizada conduce a una primera verdad absoluta e inmune a toda duda: la existencia del propio sujeto que piensa y duda. En efecto, si duda de todo, al menos es cierto que duda, es decir, que piensa. Y si piensa, existe en tanto ser pensante. Esto es lo que expresa Descartes con su célebre “COGITO, ERGO SUM”. Puedo dudar de la existencia de lo que veo, imagino o pienso, pero no puedo dudar que lo esté pensando y que, para pensarlo, tengo que existir. La función del cogito es doble: señala el tipo ejemplar de proposición verdadera y prepara el camino para la radical distinción entre el cuerpo y el alma. La existencia del sujeto pensante es una evidencia que está por encima de la existencia del cuerpo y del mundo, hay algo que no puedo separar de mí, el pensamiento. Análisis del yo pienso y consecuencias.
El yo sólo existe como ser pensante, que tiene ideas. Las ideas, objeto de mi pensamiento. Del análisis anterior concluye Descartes que el pensamiento recae directamente sobre ideas, es decir, que el pensamiento piensa siempre ideas. Aquí la idea no es ya una lente transparente, sino una representación mental, algo así como una fotografía que contemplamos en nuestra mente. De ahí el problema, porque, ¿cómo garantizar que a la idea de mundo le corresponde la realidad mundo? Clases de ideas. Descartes distingue tres tipos de ideas: ideas adventicias, las que parecen provenir de nuestra experiencia externa (las ideas de hombre, de árbol, de los colores, etc.) Ideas facticias, las que construye la mente a partir de otras ideas, por ejemplo, la idea de un caballo alado, de un centauro, etc. Las ideas más importantes son las innatas, su origen no puede ser otro sino que el pensamiento las posee en sí mismo, (pensamiento, existencia, Dios, extensión, etc.).
El próximo problema que tratará de resolver Descartes será el de la demostración de la existencia de Dios mediante tres argumentos: dos causales y el tercero ontológico. La idea que poseo de un ser perfecto debe ser explicada y, con el primer argumento causal, Descartes demostrará que Dios es la causa de dicha idea, ya que sólo puede haber sido causada en el yo por un ser que tenga tanta realidad formal como realidad objetiva tiene su idea correspondiente. Por ejemplo, la idea de ser bueno no puede estar causada por lo que carezca de bondad. Ahora bien, la sustancia pensante es imperfecta porque duda. Pero entre sus ideas se encuentra la idea de ser perfecto. ¿Cuál es, entonces, el origen de esa idea? Dios causa mi idea de ser perfecto. El punto de partida del segundo argumento causal va ser el “yo que posee ideas de perfecciones”. Si yo soy imperfecto, pero poseo ideas de cosas perfectas, entonces tiene que existir una causa que me haya hecho con tales ideas. Esa causa tiene que ser Dios, pues sólo él tiene esas perfecciones de las que yo tengo ideas. Así, puesto que no tengo esas perfecciones pero tengo sus ideas, Dios es mi causa y, por tanto, existe. Demostrada la existencia de Dios, Descartes deduce su naturaleza o esencia, sin olvidar que Dios no es completamente cognoscible por mí, pues mi entendimiento es finito. Lo que en mí implica imperfección no estará en Dios, pero sí contendrá las perfecciones de las que yo tengo ideas. Dios, que es un ser perfecto, será un ser simple, de manera que el resto de sustancias, lo imperfecto, es una continua creación divina. El tercer argumento es una reformulación del argumento ontológico de San Anselmo de Canterbury en relación con las demostraciones de la geometría. En matemáticas se demuestra necesariamente que, por ejemplo, dado un triángulo, sus ángulos suman 180º. Sin embargo, esa demostración no dice nada sobre la existencia de ese triángulo. Por tanto, lo que el criterio de verdad garantiza es la verdad de la demostración, no la existencia del objeto. Sin embargo, al contrario de lo que ocurre con la idea de triángulo, la de ser perfecto contiene la existencia de ese ser (infinito, omnipotente, omnisciente, bueno…, y existente). Igual que una característica del triángulo, para que lo sea, es que sus ángulos suman 180º, una característica de la idea de ser perfecto es la existencia del mismo. De lo contrario, dicha idea no sería la idea de un ser perfecto, pues la faltaría una perfección, su existencia. Crítica a la doctrina escolástica del conocimiento Una vez demostrada la existencia de Dios, Descartes afirma que no sólo el alma, sino también Dios, es más fácil de conocer que lo sensible. De hecho, el yo conoce con certeza su existencia y la de Dios sin tener certeza de la existencia del mundo ni de su cuerpo. Por tanto, la idea de Dios y del alma son innatas. La doctrina tradicional de la escolástica decía que el conocimiento de Dios estaba reservado a unos pocos. De ahí la necesidad de la Revelación. Descartes piensa exactamente lo contrario, puesto que la idea de Dios es una idea clara y distinta. Pero, harto de los ataques que recibía, responde con una crítica muy dura, dirigida a la teoría del conocimiento que subyacía tras esos ataques, que no es sino el aristotelismo escolástico. Según esta doctrina, todo el conocimiento nos viene a través de los sentidos. Descartes acusa a los defensores de esta teoría de ser poco racionales, de usar más la imaginación que el entendimiento. Descartes acusa a los defensores de esta teoría de ser poco racionales, de usar más la imaginación que el entendimiento. Tienen dificultad en conocer a Dios y la naturaleza del alma, porque se han equivocado de facultad cognoscitiva. En la certeza de nuestros conocimientos sensibles, ya provengan de los sentidos, ya estén mezclados con ellos (la imaginación), interviene el entendimiento. En todo conocimiento, sea el que sea, para que haya certeza tiene que haber una presencia del entendimiento. Deducción de la existencia del mundo Entramos en la tercera deducción metódica. Una vez demostrada la existencia de Dios, Descartes deduce que, como Dios es un ser perfecto y veraz, todo lo que proviene de Él, en cuanto nos ha creado, o sea, el mundo y la mente, es verdadero. Asimismo son verdaderas las ideas de la mente y es válido el criterio de certeza, porque Dios no nos ha podido construir mal; eso iría contra la idea de un Ser Perfecto. Lo primero que hace Descartes es fundamentar la certeza del conocimiento sensible. Otra prueba de que Dios y el alma son mejor y más fáciles de conocer que lo sensible es que su conocimiento necesita del conocimiento de Dios.Descartes no ha encontrado todavía ninguna razón que haga indudable la existencia del mundo, incluido su cuerpo. Los motivos de duda que sirvieron para rechazar la certeza del mundo siguen presentes. Posteriormente va a demostrar por qué sólo la certeza de Dios puede garantizar la certeza de las ideas adventicias y, por tanto, la existencia del mundo. En segundo lugar, tampoco es válido el criterio de la claridad y la distinción, si no se admite la existencia de Dios que, como ser perfecto, no nos ha podido construir mal. No todas las ideas que tenemos son completamente verdaderas; algunas de ellas son falsas, porque son oscuras y confusas. Esto se debe a un defecto de los seres creados, que, por ser finitos, no somos totalmente perfectos. Aquello que no es claro y distinto sino obscuro y confuso, no ha sido creado por Dios y proviene de la nada. Para demostrar la existencia de Dios hemos de partir de ciertos axiomas o premisas. ¿Cómo sabemos que estos axiomas son correctos? Descartes responde que nosotros percibimos clara y distintamente su verdad. Sin embargo, surge la siguiente pregunta: ¿cómo podemos confiar en nuestras ideas claras y distintas? Una vez demostrada la existencia de Dios, esto no constituye ningún problema. Descartes puede sostener que Dios, al ser perfecto y por lo tanto bueno, no puede habernos dado una mente sujeta a error. Así, desde el comienzo mismo la empresa cartesiana se encuentra amenazada por un siniestro círculo vicioso: no podemos confiar en nuestras ideas claras y distintas hasta saber que Dios existe; pero no podemos demostrar la existencia de Dios si no nos fiamos de nuestras ideas claras y distintas. La respuesta de Descartes a este considerable problema (conocido con el nombre de “círculo cartesiano”) parece consistir en que existen algunas proposiciones tan claras y tan sencillas que, incluso sin disponer de una garantía divina de la fiabilidad de la mente, se garantizan a sí mismas. En tercer lugar, la existencia de Dios también fundamenta el conocimiento matemático. Esta fundamentación es consecuencia de la anterior fundamentación del criterio de certeza. Los matemáticos se caracterizan por formular ideas "muy distintas" y precisas. Ya tenemos fundamentado el criterio de certeza. En cuarto lugar, la existencia de Dios fundamenta la existencia del mundo. Nuestro conocimiento del mundo sensible no sólo es erróneo cuando dormimos. También despiertos nuestros sentidos externos nos llevan a error. Lo importante para el conocimiento del mundo no es que estemos despiertos o dormidos. Lo importante es que aquello que conocemos se ajuste a la evidencia de la razón. Descartes recalca que los pensamientos han de ajustarse a la razón, y no a la imaginación o los sentidos. Para Descartes el mundo existe, pero no tal como nos lo ofrecen los sentidos, sino tal como lo entiende la razón. Y la razón nos presenta el mundo como res extensa, que es una idea innata. No todas las ideas son igualmente verdaderas. Las más importantes son las ideas innatas, porque nos dan un conocimiento claro y distinto. Les siguen las ideas adventicias que pueden tener claridad pero no distinción Y en el último lugar están las ideas facticias, cuya claridad depende de la imaginación y carecen de existencia real. Todas ellas tienen un fundamento mayor o menor de verdad, que depende de Dios. No es posible que Dios, que es la Suma Verdad, nos pueda engañar. Luego el mundo existe.
En el proceso de construcción del nuevo edificio de la filosofía todavía quedaba por justificar la existencia del mundo. Puesto que Dios existe y es infinitamente bueno y veraz, no puede permitir que me engañe al creer que el mundo existe, luego el mundo existe. Hay en mí una facultad que recibe las ideas de las cosas corporales. Ni mi pensamiento es la causa de ellas, ni Dios puede engañarme poniendo en mí tales ideas provenientes de los cuerpos. Por tanto, deben existir las realidades materiales, o cuerpos, que producen en mí tales ideas. Utilizando la regla de la evidencia, tenemos que admitir como cualidades objetivas de los cuerpos la extensión, el movimiento, la figura, la situación, la duración. Descartes las considera como propiedades de las realidades corpóreas. Dios sólo garantiza la existencia de un mundo constituido exclusivamente por la extensión y el movimiento (cualidades primarias). A partir de estas ideas se puede para Descartes deducir la física y las leyes generales del movimiento, de corte mecanicista. Este mecanicismo incluye tanto a los cuerpos inorgánicos como a los orgánicos.
La filosofía de Ortega se construye, en parte, frente al modelo de razón propuesto por el racionalismo de Descartes. Y lo hace en dos frentes: en su oposición a la importancia concedida por Descartes al sujeto del conocimiento y en su oposición a la sobrevaloración cartesiana de la razón frente a la vida; de estas oposiciones y de las que también desarrolla Ortega a otras posturas filosóficas, surgirán sus doctrinas perspectivística y raciovitalista. Ortega, considerando las líneas esenciales de la historia de la filosofía, considera que ésta ha transcurrido por dos etapas, que surgen como respuestas diferentes ante la relación entre razón y ser, entre lo subjetivo y lo objetivo: realismo e idealismo. La postura realista es la perspectiva general que la filosofía adopta desde sus orígenes, en la Grecia del siglo VI a.C., hasta el Renacimiento europeo. En términos generales, consiste en conceder primacía, independencia y capacidad de imposición a las cosas sobre el hombre, es decir, el realismo es una filosofía que se construye exclusivamente en torno a las cosas. Por el contrario, la postura idealista (que es impulsada de modo ejemplar por Descartes) es la nueva actitud vital y filosófica que transcurre desde el Renacimiento hasta el siglo XX. Surgió en su momento como una crítica y superación del realismo; así, frente a la primacía que el realismo le otorga a las cosas, para el idealismo será la razón, el sujeto humano (el cogito de Descartes), quien protagonice la relación hombre mundo. Es decir, el idealismo es una filosofía que se construye exclusivamente en torno al sujeto. Frente a este antagonismo, para Ortega lo auténticamente real es el yo y las cosas, un yo permanentemente referido a las cosas, actuando con y sobre ellas, preocupado por ellas, pensando en ellas. Además, las cosas no son algo ajeno al hombre, al yo, sino que forman parte de su vida, como obstáculos o circunstancias que nos favorecen o nos suponen trabas, gratificándonos o haciéndonos sufrir. Ese encuentro, relación y trato entre el yo y las cosas es lo que Ortega entiende por “vida”. Lo auténticamente real es el yo y las cosas, constituyentes inseparables de la vida. Por ello, la vida es la realidad radical, es el “absoluto conocimiento”. Tanto el realismo como el idealismo caen en el mismo error, son la cara y cruz de la misma falsa moneda, al ignorar la vida como realidad radical, como coexistencia en un mismo plano del yo y las cosas, de lo subjetivo y lo objetivo. En concreto, el racionalismo cartesiano, verdadero iniciador del subjetivismo, disuelve el mundo exterior a favor del yo, de la “sustancia pensante”. Para Ortega, no puede existir el yo sin las cosas, sin mundo. No puedo hablar de las cosas sin el yo, pero tampoco puedo hablar de un yo sin las cosas. Por ello, el idealismo cartesiano es una filosofía que “va contra la vida”. Para Ortega, ni es válida la postura del racionalista dogmático, para el que la verdad es una, la suya, y pretende imponerla a los demás; ni tampoco es válida la del escéptico, que, ante la variedad de opiniones, concluye que no hay ninguna verdad. En este punto, la posición correcta es otra: la verdad tiene muchas caras, y dependiendo de la perspectiva desde la que miremos, nos ofrecerá aspectos distintos; de ahí que Ortega afirme que “la sola perspectiva falsa es la que pretende ser la única”. Dicho de otro modo, lo falso es la utopía, la verdad no localizada, vista desde “lugar ninguno”. Y éste es el principal error que comete Descartes en su concepción de la verdad, “error inveterado” lo llama Ortega, el ignorar el carácter plural e histórico de la verdad, la cual no puede ser ajena a la perspectiva vital e histórica desde la que se la concibe. En definitiva, para Ortega, no podemos adoptar, como hizo Descartes, un criterio de verdad abstracto como el de la evidencia, pues la verdad no se construye desde la razón lógico-matemática, sino desde una razón vital. Ortega también se opone a la concepción de la razón presente en Descartes. Así, el raciovitalismo, que supone la madurez filosófica de Ortega al suponer una evolución y concreción de su doctrina perspectivística, supone una reflexión sobre las perspectivas radicales en las que el ser humano está situado: la perspectiva de la razón y la de la vida. Ortega se propone, a través del concepto de “razón vital”, superar la dicotomía a la que se había llegado al concebir la razón como fundamento de la verdad, del conocimiento, de la objetividad, frente a la vida, que representaría lo particular, lo mutable, lo irracional, el deseo, la pasión. Para Ortega, razón y vida, no es que sean irreconciliables, sino que, al contrario, son inseparables. En definitiva, el planteamiento de Ortega, frente al de Descartes, busca un nuevo fundamento para la reflexión filosófica. La filosofía, si quiere ser auténtica guía de la vida, no puede construirse más tomando como referencia una razón abstracta, que tome como modelo el saber matemático; ha de hacerse desde la propia vida e historia humanas, y ése era, precisamente, el tema de su tiempo, a juicio de Ortega.
El Discurso propone un método y un criterio de verdad que son herederos de las matemáticas y de esta forma todas las ciencias conseguirán una certeza semejante. La matematización es una característica que desde entonces ha impregnados casi todos los ámbitos de la ciencia occidental. El conocimiento de las cosas se consigue cuantificándolas, es decir, reduciéndolas a magnitudes y hallando luego las relaciones entra esas cantidades. El desarrollo de las ciencias sociales y humanas (sociología, economía, psicología, etc.) también se explica como consecuencia de la nueva visión del ser humano que vino con el cartesianismo. Tanto es así que ni siquiera ellas, a pesar de llamarse “humanas”, han podido sustraerse a la matematización, que se ha convertido en un instrumento necesario en sus investigaciones. Pero la matematización por sí sola no hubiera propiciado el desarrollo científico si no hubiera ido acompañada por la autonomía de la razón. Sólo una razón independiente de la religión puede llegar a la verdad. Descartes se convierte así en una referencia básica del proceso de laicidad. No obstante, la fe sigue presionando para mantenerse como criterio de verdad, como vemos en el intento del creacionismo estadounidense por eliminar las enseñanzas del evolucionismo en las escuelas. Esta separación entre razón y fe ha contribuido también a la aparición de posiciones ateas o agnósticas. La modernidad ha perdido el optimismo racionalista y el hombre contemporáneo ya no cree poseer una razón tan poderosa como para afirmar de modo claro y distinto la existencia de Dios, es decir, el racionalismo optimista ha desembocado en un racionalismo agnóstico.
El dualismo antropológico. El problema mente-cuerpo es una de las cuestiones más interesantes en la filosofía contemporánea. Las posiciones dualistas han suavizado sus compromisos metafísicos; de hecho es difícil encontrar hoy día algún defensor del dualismo clásico o dualismo de sustancias. Si existen, sin embargo, otras formas de dualismo que pretenden ser compatibles con los postulados de las ciencias físicas y con las neurociencias. Estas nuevas formas de dualismo se conocen como dualismo de propiedades. Lo que se sostiene en este caso es que, aunque no existe más sustancia que la material, y la actividad mental se realiza en el cerebro, si existen propiedades distintas. Así, podemos distinguir entre las propiedades físicas de cerebro (capacidad para establecer enlaces neuronales, la química que subyace a la actividad cerebral...) y las propiedades mentales propiamente dichas. Defensores de esta posición serían Jerry Fodor, H. Putnam (al menos en una de sus etapas), J. Searle, y en general todos aquellos filósofos que se encuentran cómodos dentro de las posiciones funcionalistas y la Teoría Computacional de la Mente. Frente a las posiciones dualistas antes mencionadas, existen posiciones fisicalistas, que se oponen a esa distinción entre propiedades mentales y físicas. Estas posiciones se definen como reduccionistas. La Teoría Neurocomputacional de la Mente y el Materialismo Eliminativo desarrolladas entre otros por Paul y Patricia Churchland, conforman la posición reduccionista en Filosofía de la mente. Hay que tener en cuenta que una explicación mecanicista encajaría bien en el modelo de ciencia en el que Descartes pensaba. Si recordamos su imagen de la ciencia, esta era un árbol cuyas raíces serían la metafísica, el tronco sería el equivalente a la física, y las ramas representarían las distintas ciencias. Este modelo de ciencia, en jerga filosófica actual podría reconocerse como una posición reduccionista. Considerar al universo, incluso al ser humano como un complejo mecanismo era algo hacia lo que apuntaba la física mecanicista.
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