El señor de las moscas

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Juan Carlos Román Hurtado
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Juan Carlos Román Hurtado
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Este libro relata la historia de un grupo de niños y adolescentes, de entre seis y doce años, cuyo avión choca en una isla desierta. Sin la presencia de ningún adulto, deben cuidarse, organizarse para sobrevivir y mandar señales de auxilio para que los rescaten. Hacen una votación en la que eligen a Ralph como su jefe y para que tome las decisiones. También votan para establecer sus reglas: al sonar la caracola deben reunirse; el turno para hablar es de quien tenga la caracola entre las manos, y la hoguera siempre debe estar encendida para que se vea a lo lejos y los rescaten.    Al principio respetan a Ralph y las reglas establecidas por todos, pero después cambia la situación. Este fragmento relata parte de la historia.    El Señor de las Moscas  —¿Qué es lo que somos? ¿Personas? ¿O animales? ¿O salvajes? ¿Qué van a pensar de nosotros los mayores? Corriendo por ahí…, cazando cerdos…, dejando que se apague la hoguera…, ¡y ahora!  Una sombra tempestuosa se le enfrentó.  —¡Cállate ya, gordo asqueroso!  Hubo un momento de lucha y la caracola brilló en movimiento. Ralph saltó de su asiento.  —¡Jack! ¡Jack! ¡Tú no tienes la caracola! Déjale hablar.  El rostro de Jack flotaba junto al suyo.  —¡Y tú también te callas! ¿Quién te has creído que eres? Ahí sentado… diciéndole a la gente lo que tiene que hacer. No sabes cazar, ni cantar.  —Soy el jefe. Me eligieron.  —¿Y qué más da que te elijan o no? No haces más que dar órdenes estúpidas…  —Piggy tiene la caracola.  —¡Eso es, dale la razón a Piggy, como siempre!  —¡Jack! ¡Las reglas! —Gritó Ralph—. ¡Estás rompiendo las reglas!  —¿Y qué importa?  Ralph apeló a su propio buen juicio.  —¡Las reglas son lo único que tenemos!  Jack rebatía a gritos.  —¡Al cuerno las reglas! ¡Somos fuertes…, cazamos! ¡Si hay una fiera, iremos por ella! ¡La cercaremos, y con un golpe, y otro, y otro…!  Con un alarido frenético saltó hacia la pálida arena. Al instante se llenó la plataforma de ruido y animación, de brincos, gritos y risas. La asamblea se dispersó; todos salieron corriendo en alocada desbandada desde las palmeras en dirección a la playa y después a lo largo de ella, hasta perderse en la oscuridad de la noche.  Golding, William. El Señor de las Moscas, Alianza Editorial, Madrid, 1954, pp. 129-132 

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