Erstellt von sena jaraiz
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Socrátes Sócrates (470-399 a. C.) vivió gran parte del siglo de mayor esplendor de Atenas, el siglo V a. C. Fue un periodo turbulento, plagado de guerras y enfrentamientos políticos. Y, sin embargo, un momento de grandísima creatividad tanto artística como filosófica-intelectual. Muchos atenienses poseían esclavos que hacían el trabajo por ellos y les permitían tener todo el tiempo libre del mundo para producir algunos de los mayores logros de la historia de la humanidad, tales como la tragedia (Esquilo, Sófocles y Eurípides), la comedia (Aristófanes), la historia (Herodoto y Tucídides), la astronomía y la filosofía. La democracia permitió, junto con todos estos avances de fundamental importancia para la humanidad, que surgiera una de las naciones más civilizadas de toda la Historia. Los griegos incluso estigmatizaron a los pueblos que vivían a su alrededor pero que no hablaban griego, y por eso los llamaron bárbaros, (1) concepto que ha quedado como sinónimo de incivilizado. Todo aquel que no participara de lakoiné (la lengua común en toda la Hélade –el griego-), era un extranjero, era un bárbaro. Sin embargo, este sentimiento de ser el ombligo del mundo (2) será relativizado en cierta medida con figuras como la de Herodoto (484-424 a. C.), considerado por algunos como el primer historiador, quien viajó durante mucho tiempo más allá de Grecia y realizó algunos descubrimientos extraordinarios sobre las creencias y los comportamientos de otras sociedades. También sofistas como Protágoras (490-420 a. C.) contribuyeron a este relativismo cultural incipiente, al ver las implicaciones completas de todo esto. La consideración de las costumbres y hábitos de los pueblos extranjeros condujeron a Protágoras a hacerse preguntas bastante comprometedoras. Protágoras: “Si otros pueblos creen en diferentes cosas que tú, ¿cómo puedes saber que tus creencias son las correctas? ¿Cómo puedes saber que las creencias de alguien son las más válidas?” Puede parecer sencillo creer que tus creencias y costumbres son las más naturales cuando todo el mundo en tu sociedad las practica. Sin embargo, se produce un cambio ostensible cuando llegas a la conclusión de que esas creencias y costumbres son solamente culturales, de que son una creación humana y no tienen un origen natural. De esta manera, los sofistas cambiaron el foco de atención fundamental de la investigación filosófica; de la gran pregunta sobre la naturaleza de la realidad se pasó a una serie de cuestiones que se ocupaban de los seres humanos y de sus sociedades. Protágoras, en su más famosa aportación a la filosofía, dijo que “el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son y de las que no son en cuanto que no son”. Esto quiere decir que no existen verdades objetivas, sino solamente creencias humanas limitadas, fruto de la propia naturaleza del ser humano. Esta afirmación hace parecer a Protágoras un gran relativista, e incluso un posmoderno. Sin embargo, su afirmación data del siglo V a. C. Este sofista también defendió que la filosofía no era más que simple retórica, un arte de la persuasión verbal. Por otro lado, una habilidad muy útil en una sociedad en la que una persona debía defenderse a sí misma en el caso de alguna acusación o de algún conflicto. El aprendizaje de esta destreza oratoria, la retórica, haría de sus estudiantes “buenos hombres”. Los sofistas fueron los primeros que hicieron una profesión de ser profesor, ya que cobraban por sus clases, en ocasiones cantidades desorbitadas. La inauguración de esta costumbre, la de cobrar por transmitir habilidades y conocimiento, no se hizo con facilidad, y las críticas arreciaron desde algunos sectores. El propio Sócrates los acusaba de sofistería (término peyorativo para referirse a la actividad que llevaban a cabo los sofistas) y expresaba su desacuerdo respecto a la consideración que tenían de la filosofía, ya que Sócrates opinaba que había mucho más que trucos verbales en la misma. Sócrates era un tipo bajito, feo, desaliñado y con una nariz semejante a una patata. Su padre era cantero o picapedrero y su madre era comadrona. Su mujer, Jantipa, se ganaba la vida vendiendo verdura en el mercado de Atenas y solía gritar a su marido por su pereza y por no aportar dinero a la familia. A pesar del genio de su mujer y de sus frecuentes discusiones, Sócrates debió ser un tipo excepcional y muy carismático. Atrajo la atención de multitud de jóvenes, para los cuales se convirtió en un maestro, y a los que enseñó a cuestionarlo todo, un hábito raro que, a la larga, contribuyó a que estos jóvenes irritaran a sus padres y el propio Sócrates enfadara a media ciudad de Atenas con su actitud. Sócrates fue el que dijo: “Sólo sé que no sé nada”. Fue por esta afirmación por la que el oráculo del Templo de Apolo en Delfos proclamó que Sócrates era el hombre más sabio de Grecia, ya que era el único consciente de su ignorancia. Esta afirmación, que inicialmente puede ser tenida en cuenta como una fuerte profesión de modestia, vista desde otro ángulo, puede ser una afirmación ciertamente de orgullo, pues él se declaraba como que sabía que no sabía, mientras que el resto de los mortales ni siquiera sabían que no sabían, por lo que podían ser considerados más ignorantes que él. Sócrates alentó activamente a sus discípulos a discutir sobre ideas, a menudo con objeto de mostrarles lo difícil que es encontrar respuestas satisfactorias a las preguntas filosóficas. La incertidumbre que este tipo de diálogo irritante producía en las cabezas de la gente de su alrededor explica el apodo que Sócrates se ganó entre sus conciudadanos: “el tábano”. Sócrates hizo suyo el viejo dicho que se encontraba en el frontispicio del Templo de Apolo en Delfos, que decía: “conócete a ti mismo”. La investigación filosófica que este filósofo llevaba a cabo iba dirigida a aumentar precisamente este conocimiento interior que aún hoy en día seguimos buscando. Nadie sabe con certeza si Sócrates creía genuinamente que mediante el diálogo filosófico podría descubrir las últimas verdades sobre conceptos como “justicia” o “valor”, de manera que pudieran ser aplicados a problemas morales y políticos específicos. Su creencia central y más importante fue que el conocimiento verdadero de índole moral yace en sí mismo, se encuentra en sí mismo. Dicho de otro modo: que la virtud es conocimiento. Sócrates fue un maestro del diálogo. Aunque su formación de juventud estuvo orientada, sobre todo, a lo que ahora conocemos como filosofía presocrática y su preocupación por entender el mundo natural que nos rodea, a la larga se convirtió en el fundador de la filosofía moral. Dos cuestiones le impresionaron negativamente sobre las posturas filosóficas de los presocráticos. La primera cuestión fue que estos filósofos estaban en desacuerdo unos con otros, representaban un revoltijo de teorías enfrentadas y no parecía haber una salida satisfactoria que permitiera decidir entre ellos. Los filósofos presocráticos proponían ideas interesantes, pero sin preocuparse demasiado por el método crítico, de modo que era muy difícil, por no decir imposible, poder decir cuál de ellos tenía más proporción de verdad en su filosofía. La segunda objeción que se le presentó a Sócrates, y que a mí me parece aún más potente, fue que incluso aunque pudiéramos discernir cuál de las propuestas filosóficas de los presocráticos era más atinada, ello tendría muy poca diferencia práctica. ¿Qué efecto podría tener sobre nuestras vidas el saber la distancia a la que está el Sol de la Tierra? Nuestro comportamiento no se vería alterado por un conocimiento tal. Lo realmente importante, en opinión de Sócrates, sería saber cómo conducir nuestras vidas, como actuar frente a la vida. Para los seres humanos las cuestiones más urgentes y necesarias serían del tipo ¿Qué es bueno? ¿Qué es lo correcto? ¿Qué es justo? Si supiéramos las respuestas a estas preguntas, nuestras vidas se verían profundamente afectadas de una manera positiva. Sócrates nunca creyó saber las respuestas a estas preguntas, pero de la misma manera también pudo comprobar que nadie las sabía realmente. Así, cuando el oráculo de Delfos le declaró el hombre más sabio del mundo, Sócrates pensó que esto sólo podía significar que sólo él sabía que no sabía nada. En el tiempo que le tocó vivir no había conocimiento establecido con rigor ni del mundo natural ni del mundo de los asuntos humanos (aunque el conocimiento de estos últimos quizá no haya cambiado mucho a lo largo de los siglos transcurridos desde Sócrates, pues el ser humano sigue siendo un arcano indescifrable). El vagabundeo que inició Sócrates por Atenas en busca de interlocutores que le permitieran preguntarles sobre la moral, la política y otros asuntos similares fue el método que nuestro filósofo eligió para su filosofar. Las discusiones que provocó rápidamente atrajeron el interés de sus conciudadanos y esto, junto con su personalidad carismática, hicieron que pequeñas multitudes se agruparan en torno a él allá donde fuera, especialmente las de jóvenes. Su método era siempre el mismo. Comenzaba por presentar algún concepto de importancia para nuestras vidas, como la amistad, el valor o la piedad y preguntaba por él a quienes pensaban que sabían la respuesta. Bajo el fuego graneado de las preguntas socráticas, el interlocutor se daba cuenta de que su respuesta inicial era incorrecta o engañosa, lo cual mostraba que, aunque uno pensara que sabía la respuesta correcta, la realidad era bien distinta. El método socrático rápidamente se hizo muy famoso y permitía lograr un doble objetivo. Por un lado, servía para mostrar la ignorancia de la gente que creía saber y que en realidad no sabía, y, por otro, permitía suscitar en los testigos del diálogo interés en las preguntas filosóficas fundamentales. Una de las características fundamentales de los diálogos socráticos era que Sócrates casi nunca alcanzaba una respuesta concluyente, algo que, en sí, es parte intrínseca del propio método, pues en el caso de llegar a una respuesta, ésta habría de ser cuestionada y probada y, por lo tanto, no podría ser considerada final o definitiva. La filosofía socrática estimulaba el interés en los problemas de los que se ocupaba, y provocaba que la gente apreciara en mayor medida las dificultades que había al tratar de resolverlos. Más allá de las palabras Sócrates no era un filósofo que buscara meramente definiciones verbales a preguntas como ¿qué es el valor?, o ¿qué es la justicia? Quedémonos con esta última pregunta sobre la justicia. El hecho de que podamos aplicar el término “justo” a tipos muy diferentes de gente, leyes o decisiones significaba, para Sócrates, que había algo en común para todas ellas, una propiedad común llamada “justicia”, que estas gentes, leyes o decisiones compartían. Y es el carácter de esta propiedad común lo que Sócrates trataba de descubrir. Dicho de otro modo, nuestro filósofo creía que algo llamado “justicia” existe y que su existencia es real, aunque no material, quizá como algún tipo de esencia, y lo que estaba intentado descubrir era la naturaleza de esta realidad abstracta. Esta visión socrática fue lo que su discípulo Platón trató de desarrollar mediante su filosofía del mundo de las Ideas y que veremos más adelante. Filosofía subversiva Sin embargo, conviene a los intereses de este libro el evitar toda ingenuidad. La actitud de Sócrates para con sus conciudadanos suponía una influencia disruptiva y subversiva en el marco histórico ateniense. Estaba enseñando a la gente a cuestionarlo todo, y se dedicaba a exponer la ignorancia de personas con autoridad y poder, pues eran éstos casi siempre sus interlocutores preferidos. Sócrates se convirtió en una figura polémica y controvertida, tanto amada como odiada. Aristófanes lo caricaturizó en una de sus comedias, en Las nubes, en el año 423 a. C. El que Sócrates apareciera en una comedia dirigida al público ateniense muestra la fama que nuestro filósofo debía tener entre la gente. Sócrates es una de las figuras más conspicuas del panteón filosófico. Es el filósofo más conocido de toda la historia gracias a que fue él quien inició la senda del cuestionamiento implacable y sin descanso de nuestros conceptos básicos, algo que se ha convertido en una de las características principales de la filosofía. Sócrates solía decir que él no tenía ninguna enseñanza que ofrecer, sólo preguntas que hacer, pero esto es falso. Gracias a algunas de sus líneas de preguntas y cuestionamiento a las que vuelve continuamente, podemos saber que hay ciertas creencias valiosas que subyacen bajo gran parte de lo que dice. Entre estas líneas básicas que podemos inferir de los diálogos socráticos está la de que un ser humano que preserve su integridad no sufrirá ningún daño real a largo plazo. Las incertidumbres de este mundo nuestro son tales que le puede pasar a cualquiera (al menos en tiempos de Sócrates, aunque no estoy seguro de que la incertidumbre de nuestro tiempo sea menor, pero por otros motivos) el hecho de que se vea despojado de sus bienes o encarcelado injustamente, o paralizado por una enfermedad. Pero todos estos males que exponemos son sucesos fortuitos propios de una existencia fugaz que, de todos modos, va a terminar pronto. Siempre y cuando el alma permanezca intacta, las desgracias del mundo serán comparativamente triviales. La catástrofe personal real consiste en la corrupción del alma; por esto, a una persona le causa menos daño el sufrir una injusticia que el cometerla. Debemos sentir lástima por el que comete una injusticia. Es conveniente, a estas alturas, aclarar que el concepto socrático de alma no es el concepto cristiano de alma; la carga de religiosidad del segundo no estaba presente en la filosofía de Sócrates. Otra de las enseñanzas básicas de Sócrates era que nadie provoca el mal a sabiendas o a propósito. Su punto de partida para esta idea era que si una persona entiende realmente lo que está bien y lo que está mal, entonces nunca escogerá hacer el mal. Si una persona comete un acto de maldad será porque no ha entendido en su justa medida todas sus implicaciones. Esta visión proviene de creer que la virtud procede del conocimiento, el conocido como “intelectualismo moral” socrático. Esta convicción fue la que llevó a Sócrates a preguntar y preguntarse incansablemente cuestiones tales como ¿qué es la justicia? Si supiéramos la respuesta estaríamos obligados a comportarnos justamente. Así, la búsqueda de conocimiento y la aspiración a la virtud serían una y la misma cosa. El momento histórico que le tocó vivir a Sócrates fue extrañamente peculiar. Fue el primer gran filósofo griego nacido en Atenas y vivió en el apogeo de esta polis. Tras la cruenta guerra civil que enfrentó a las polis griegas en la guerra del Peloponeso (431-404 a. C.), Esparta y sus aliadas se impusieron a Atenas y aplicaron una serie de condiciones leoninas a los vencidos, como el gobierno de los Treinta Tiranos, que liderará por un corto periodo de tiempo en Atenas protegido por una guarnición espartana. Este gobierno, conformado por ciudadanos atenienses partidarios de la oligarquía y contrarios a la democracia, cometió algunos crímenes atroces y, además, impuso una represión durísima contra todos los demócratas a los que pudo alcanzar. Un miembro de este gobierno cruel fue Critias, uno de los discípulos de Sócrates. Critias persiguió con saña a todos los opositores al gobierno de los Treinta Tiranos y se granjeó el odio de gran parte de la ciudad de Atenas. Y casi nadie olvidará que su maestro fue Sócrates. Otro de los discípulos ideológicamente controvertidos de Sócrates fue Alcibiades. Aristócrata, bello, habilísimo orador, capitán de la caballería ateniense, este personaje irresistible primero anduvo vinculado a un episodio oscuro que aconteció en Atenas: la mutilación de las estatuas de los Hermes. Una mañana, por toda la ciudad, las estatuas del dios Hermes que solía haber a la entrada de cada casa aparecieron mutiladas, decapitadas, destruidas. El grado de espanto que esto pudo provocar en la población es difícilmente explicable hoy en día. Pues bien, parece ser que Alcibiades estuvo relacionado con este ataque iconoclasta, no se sabe bien si por una macabra manera de encontrar diversión o por afán de aterrorizar a la población. Con el devenir de los años, Alcibiades primero traicionará a Atenas huyendo a Esparta, y, más tarde, traicionará a todos los griegos, aliándose con los persas. Tradicionalmente, la condena a muerte de Sócrates es considerada como una de las mayores iniquidades de toda la historia griega. Resulta difícil entender cómo en una sociedad civilizada como la ateniense del siglo V-IV a. C. pudo llegarse a condenar a muerte a uno de sus hombres más destacados. Desde una óptica simplista parece la revancha de un sistema contra uno de los hombres que se opuso a él. Ello puede considerarse así porque Sócrates había expresado abiertamente su preferencia por el sistema oligárquico, cuyo modelo era Esparta, frente al sistema democrático que proponía Atenas. Pues bien, un análisis detenido de esta situación puede aportar una serie de datos importantes para reevaluar nuestro juicio. Para empezar, Sócrates proponía como el modelo a seguir el de la polis archienemiga de Atenas, Esparta. En plena guerra civil, cruenta y despiadada, nuestro filósofo no se cortaba a la hora de expresar su preferencia por el sistema político rival que defendían los enemigos de Atenas. Asimismo, como hemos visto, varios de sus discípulos infligieron duros castigos a la polis ateniense y, además, se proclamaron enemigos de la democracia (sistema que, no olvidemos, permitió la aparición de la filosofía). Sumemos a esto que los tres acusadores que presentaron su caso contra Sócrates no fueron unos hombres cualesquiera, sino grandes prohombres de la polis, hombres probos y honrados como Anito, Meleto y Licón. Pocos años después, tras la muerte de Sócrates, encontraremos a Anito, líder de los acusadores, al frente de la magistratura encargada de la gestión del precio del grano, uno de los puestos que exigía mayor honradez a su ocupante. Vemos, de este modo, que no eran unos cualesquiera estos acusadores. Las acusaciones fueron claras. Se presentaron cargos por impiedad, por corrupción de los jóvenes de la ciudad y por creer en sus propios dioses. Estos cargos se sustentaban en la propia actitud de Sócrates, quien nunca se ocultó. Los jóvenes a los que supuestamente había corrompido se habían dedicado a atacar a su propia polis. Sócrates había expresado que él tenía un daimon propio o espíritu que le susurraba al oído cómo tenía que actuar y le sugería la actitud que debía tomar en ciertos momentos (esta imagen siempre la comparo yo con esos dibujos animados en los que aparecen en la cabeza del personaje un diablillo y un angelito que discuten entre sí para influir sobre su protegido hacia un lado o hacia otro; el símil es válido siempre y cuando se considere que Sócrates habla de un solo daimon o espíritu, no de varios). Este espíritu propio y exclusivo de Sócrates implicaba cierta negación de los dioses protectores de la polis. De ahí el cargo de impiedad. Durante el juicio, magistralmente recogido por el principal discípulo de Sócrates, Platón, en su obra Apología de Sócrates, nuestro filósofo se mostró, en cierto modo, engreído y orgulloso. Su actitud fue desafiante desde el comienzo de su discurso de defensa. En lugar de referirse a sus juzgadores como “jueces”, se dirigió a ellos como “hombres atenienses”, disminuyendo así, desde su óptica, la autoridad que estos mismos hombres tenían sobre él. Cuando se le ofreció que eligiera su pena, Sócrates respondió con lo que los juzgadores y nosotros mismos hoy en día podemos considerar un exabrupto, pues propuso que la pena fuera que, con cargo a las arcas públicas, fuese invitado a cenar durante cierto tiempo. Más adelante, pudo elegir entre la condena al ostracismo (exilio) o la muerte; y eligió esta última. No olvidemos que, por entonces, Sócrates era un anciano de 70 años en una sociedad que tenía una esperanza media de vida de 40. Su elección de tomar la cicuta fue voluntaria. Sus discípulos, algunos de ellos poderosos aristócratas, le ofrecieron la posibilidad de huir fácilmente de la prisión y marchar al exilio hasta poco antes del día fatídico. Todo esto fue rechazado por Sócrates. Su muerte fue voluntaria. Las últimas palabras de Sócrates no fueron sobre la inmortalidad del alma, aunque algunos espíritus elevados quisieron hacernos creer que sí y que abandonó este mundo diciendo que no temía la muerte porque el alma era inmortal. En su lugar, Sócrates se despidió recordando a su discípulo Critón que habían prometido un gallo al dios Asclepio y que no lo olvidara. El motivo por el cual habían prometido el sacrificio de ese gallo no lo sabemos. Sé fiel a ti mismo No estoy seguro de que haya habido algún filósofo que haya tenido más influencia en la historia de la humanidad. Fue el primero en enseñar la prioridad de la integridad personal en términos del deber para consigo mismo, y no para con los dioses, la ley o alguna otra autoridad terrena o divina. Este simple hecho ha tenido una influencia incalculable a lo largo de los siglos. No solo se mantuvo dispuesto a morir a manos de la ley antes que traicionar su filosofía, sino que rechazó la posibilidad que sus discípulos le ofrecieron para escapar y evitar la cicuta. Además de esta actitud, Sócrates hizo más que ningún otro filósofo por establecer el principio de que todo debe ser cuestionado y debatido, de que no puede haber respuestas cortas y tajantes, porque las respuestas, como todas las cosas, están también abiertas a nuevas preguntas. Permitió establecer en el centro de la filosofía el método dialéctico, un método para buscar la verdad mediante un proceso de preguntas y respuestas. Desde Sócrates, el método dialéctico ha sido una herramienta muy valiosa y un sugerente método de enseñanza, que fue para lo que lo utilizó Sócrates. Es verdad que el método socrático no es el más adecuado para todas las disciplinas; por ejemplo, no vale para impartir información pura, pero como medio de hacer que las personas reexaminen lo que creen que saben es incomparable. Para que este método sea aún más efectivo conviene que exista una relación personal de simpatía entre el maestro y el discípulo, una relación que permita al maestro entender de verdad las dificultades del discípulo y sepa impulsarlo paso a paso hacia el camino correcto. Éste es el método socrático ideal. Sócrates continúa siendo una figura ambigua, un hombre que quizá no realizó la mejor de las elecciones en cuestión política. Sin embargo, defendió hasta la muerte su voluntad de permanecer como un pensador independiente contra cualquier intento de establecer una moralidad desde el Estado. Sócrates cambió la filosofía. Las preguntas filosóficas comenzaron a hacerse a partir de él sobre cuestiones vinculadas a la moral humana y a la política. Se abandonarán las problemáticas dirigidas a dirimir la naturaleza interna del mundo físico. La figura de Sócrates no dejó indiferente al mundo. _______________________________________________ (1) La palabra bárbaro procede del griego, de la voz barbar, que aparece por primera vez en La Ilíada. Procedía de un término onomatopéyico, barbarophonon, empleado por Homero para referirse a un pueblo que habla griego pero que lo hace de una forma tosca y ruda: los carios. Así, pues, bárbaro no es el que habla otra lengua, sino el que habla la misma lengua que yo pero lo hace mal. Son personas que pueden hablar griego, pero adolecen de falta de civilización, de sensibilidad y de comprensión. Resulta muy interesante que, en su origen, el bárbaro no es el extranjero. Podemos entender cómo, en un pueblo como el griego, por extensión y producto de un etnocentrismo propio de los helenos, este término pase a referirse al de afuera, al extranjero, pero para ello habrá que esperar a otro tipo de hombres y a otro siglo, el V a. C., cuando los griegos pasen a referirse a los extranjeros que no hablaban su lengua y a los que no entendían como bárbaros. (2) Precisamente el ómfalos kosmou, el ombligo del mundo, estaba, para los griegos, en el templo de Apolo en Delfos, lo cual ya pone de manifiesto el concepto que tenían de sí mismos.
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