Hay que volver a la pregunta por el ser, pero para no confundirlo con cualquier ente hay que indagar en qué consiste ser para el ente que conocemos más directamente, es decir, nosotros mismos. La forma característica del ser del hombre es el Dasein, la existencia, que consiste en verse arrojado al mundo y tener que debatirse en la incertidumbre de la historia. De dos formas puede existir el hombre: de manera inauténtica y de manera auténtica. La manera inauténtica consiste en atenerse a lo que «se» hace, «se» dice, «se» piensa o «se» venera y, por tanto, dejarse llevar por lo que nos viene de fuera, y no descubre — más bien oculta— lo auténticamente nuestro. Esta existencia inauténtica no es necesariamente «mala» (no sólo las modas y rutinas forman parte de ella, también las normas éticas y las leyes establecidas), pero es inferior y no puede revelarnos la verdad del ser. Para descubrir su existencia auténtica, el hombre debe volver a lo auténticamente suyo, la libertad de las posibilidades y la correspondiente angustia que las caracteriza por partida doble: la angustia de ser uno mismo y nada más que uno mismo, de la que ninguna ayuda social puede aliviarnos (la angustia de la vida), y la angustia de estar siempre ante el no ser y de marchar inexorablemente hacia él (la angustia de la muerte o la existencia como «ser-para-la-muerte»). Es decir, la angustia de las posibilidades de la libertad y la angustia frente a la definitiva posibilidad de la imposibilidad, la que hará todo posiblemente imposible: la muerte. Al saberse y aceptarse en su posibilidad frente a la nada, que aniquilará irremediablemente todas nuestras demás posibilidades, al no apartar la vista de la nada y asumir la inestabilidad frente a ella, el hombre alcanza una existencia auténtica.
Fernando Savater, Historia de la Filosofía si temor ni temblor.
Según el texto, ¿la filosofía a qué tema debe volver?
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