Él era un muchacho que cargaba en su alma una mochila de cosas para dar, cada día salía al [blank_start]mundo[blank_end] a vivir su día a día, esperaba en una esquina a que algo pasase en su vida. Él se sentía solo, llenaba su existencia con cosas pero su vacío seguía sin llenarse.
Una tarde pasó frente a él un ángel vestido de mujer y observó en sus ojos lo que varios días veía al pasar, le miró a los ojos, le saludó buscando la respuesta a esa incertidumbre. Ella parecía dura, fuerte con mucho carácter y le sonrió, sin saber que no era así que ella era su ángel.
Cuando cruzaron sus primeras palabras, él le hizo reír, ¡ella se sintió tan bien! Y quiso saber qué era reír tanto. Él le miraba y le transmitía algo que ella no podía rechazar. Ella quiso conocer todos los sentimientos, quería sentir amor, quería saber qué se sentía al ser mimada, que la protejan, ella quería sentir todo eso. Pero no sabía cómo actuar ante tantos sentimientos que él cargaba en su mochila.
Y empezaron a disfrutar de cada palabra, de cada risa, ella reía sin parar a su lado y cuando no estaba, reía al recordar los motivos de esas risas hasta reír sola. La gente al pasar los veía juntos y reían al verlos reír así. Compartían sus días de cosas nuevas y se fueron uniendo cada vez más.