RIMAS...

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Varias RIMAS de Gustavo-Adolfo Bécquer [Con IMAGEN y AUDIO] ...
Ulises Yo
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Ulises Yo
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IV No digáis que agotado su tesoro, de asuntos falta, enmudeció la lira. Podrá no haber poetas; pero siempre habrá poesía. Mientras haya en el mundo primavera, ¡habrá poesía! Mientras haya un misterio para el hombre, ¡habrá poesía! Mientras haya unos ojos que reflejen los ojos que los miran; mientras responda el labio suspirando al labio que suspira; mientras sentirse puedan en un beso dos almas confundidas; mientras exista una mujer hermosa, ¡habrá poesía!
X Los invisibles átomos del aire en derredor palpitan y se inflaman; el cielo se deshace en rayos de oro; la tierra se estremece alborozada. Oigo flotando en olas de armonía rumor de besos y batir de alas. Mis párpados se cierran... ¿Qué sucede? —¡Es el amor que pasa!
XI Yo soy ardiente, yo soy morena: yo soy el símbolo de la pasión; de ansia de goces mi alma está llena. —¿A mí me buscas? —No es a ti; no. —Mi frente es pálida; mis trenzas de oro; puedo brindarte dichas sin fin. Yo de ternura guardo un tesoro. —¿A mí me llamas? —No, no es a ti. —Yo soy un sueño, un imposible; vano fantasma de niebla y luz. Soy incorpórea, soy intangible; no puedo amarte. —¡Oh, ven; ven tú!
XII Porque son, niña, tus ojos / verdes como el mar, te quejas; verdes los tienen las náyades, / verdes los tuvo Minerva, y verdes son las pupilas / de las hurís del profeta. El verde es gala y ornato / del bosque en la primavera. Entre sus siete colores / brillante el Iris lo ostenta. Las esmeraldas son verdes; / verde el color del que espera, y las ondas del Océano, / y el laurel de los poetas. Es tu mejilla temprana / rosa de escarcha cubierta, en que el carmín de los pétalos / se ve al través de las perlas. Es tu boca de rubíes / purpúrea granada abierta, que en el estío convida / a apagar la sed en ella. Que parecen, si enojada / tus pupilas centellean, las olas del mar que rompen / en las cantábricas peñas. Es tu frente que corona / crespo el oro en ancha trenza; nevada cumbre en que el día / su postrera luz refleja. Que, entre las rubias pestañas, / junto a las sienes, semejan broches de esmeralda y oro, / que un blanco armiño sujetan. Porque son, niña, tus ojos / verdes como el mar, te quejas; quizás si negros o azules / se tornasen, lo sintieras.
XIII Tu pupila es azul, y cuando ríes, su claridad suave me recuerda e trémulo fulgor de la mañana que en el mar se refleja. Tu pupila es azul, y cuando lloras, las trasparentes lágrimas en ella se me figuran gotas de rocío sobre una violeta. Tu pupila es azul, y si en su fondo, como un punto de luz radia una idea, me parece en el cielo de la tarde... ¡una perdida estrella!
XVII Hoy la tierra y los cielos me sonríen; hoy llega al fondo de mi alma el sol; hoy la he visto... la he visto y me ha mirado... ¡Hoy creo en Dios!
XX Sabe, si alguna vez tus labios rojos quema invisible atmósfera abrasada, que el alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada.
XXI ¿Qué es poesía? Dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. ¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? ¡Poesía... eres tú!
XXIII Por una mirada, un mundo; por una sonrisa, un cielo; por un beso... ¡yo no sé qué te diera por un beso!
XXIX Sobre la falda tenía / el libro abierto; en mi mejilla tocaban / sus rizos negros; no veíamos las letras / ninguno creo; mas guardábamos entrambos / hondo silencio. ¿Cuánto duró? Ni aun entonces / pude saberlo; sólo sé que no se oía / más que el aliento, que apresurado escapaba / del labio seco. Sólo sé que nos volvimos / los dos a un tiempo y nuestros ojos se hallaron / y sonó un beso.
XXX Asomaba a sus ojos una lágrima, y a mi labio una frase de perdón; habló el orgullo y se enjugó su llanto, y la frase en mis labios expiró. Yo voy por un camino, ella por otro; pero al pensar en nuestro mutuo amor, yo digo aún: «¿Por qué callé aquel día?» Y ella dirá: «¿Por qué no lloré yo?»
XXXVIII Los suspiros son aire, y van al aire. Las lágrimas son agua, y van al mar. Dime, mujer, cuando el amor se olvida, ¿sabes tú adónde va?
XXXIX ¿A qué me lo decís? Lo sé: es mudable, es altanera y vana y caprichosa; antes que el sentimiento de su alma brotará el agua de la estéril roca. Sé que en su corazón, nido de sierpes, no hay una fibra que al amor responda: que es una estatua inanimada..., pero... ¡es tan hermosa!
XLI Tú eras el huracán y yo la alta torre que desafía su poder: ¡tenías que estrellarte o abatirme!... ¡No pudo ser! Tú eras el Océano y yo la enhiesta roca que firme aguarda su vaivén ¡tenías que romperte o que arrancarme!... ¡No pudo ser! hermosa tú, yo altivo; acostumbrados uno a arrollar, el otro a no ceder; la senda estrecha, inevitable el choque... ¡No pudo ser!
XLIII Dejé la luz a un lado, y en el borde de la revuelta cama me senté, mudo, sombrío, la pupila inmóvil clavada en la pared. ¿Qué tiempo estuve así? No sé; al dejarme la embriaguez horrible del dolor, expiraba la luz, y en mis balcones reía el sol. Ni sé tampoco en tan terribles horas en qué pensaba o qué pasó por mí; sólo recuerdo que lloré y maldije, y que en aquella noche, envejecí.
XLIV Como en un libro abierto leo de tus pupilas en el fondo; ¿a qué fingir el labio risas que se desmienten con los ojos? ¡Llora! No te avergüences de confesar que me quisiste un poco. ¡Llora! Nadie nos mira. Ya ves; yo soy un hombre... ¡y también lloro!
XLIX Alguna vez la encuentro por el mundo y pasa junto a mí, y pasa sonriéndose, y yo digo: "¿Cómo puede reír?" Luego asoma a mi labio otra sonrisa, máscara del dolor, y entonces pienso: "¡Acaso ella se ríe como me río yo!"
LII Olas gigantes que os rompéis bramando en las playas desiertas y remotas, envuelto entre la sábana de espumas, ¡llevadme con vosotras! Ráfagas de huracán, que arrebatáis del alto bosque las marchitas hojas, arrastrado en el cielo torbellino, ¡llevadme con vosotras! Nubes de tempestad que rompe el rayo y en fuego ornáis las desprendidas orlas, arrebatado entre la niebla obscura. ¡llevadme con vosotras! Llevadme, por piedad, adonde el vértigo con la razón me arranque la memoria... ¡Por piedad!... ¡Tengo miedo de quedarme con mi dolor a solas!
LIII Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón los nidos a colgar, y otra vez con el ala a sus cristales jugando llamarán. Pero aquellas que su vuelo refrenaban tu hermosura y mi dicha al contemplar, aquellas que aprendieron nuestros nombres, ésas... ¡no volverán! Volverán las tupidas madreselvas de tu jardín las tapias a escalar, y otra vez, a la tarde, aún más hermosas, sus flores se abrirán; pero aquellas cuajadas de rocío, cuyas gotas mirábamos temblar y caer, como lágrimas del día... ésas... ¡no volverán! Pero aquellas que su vuelo refrenaban tu hermosura y mi dicha al contemplar, aquellas que aprendieron nuestros nombres, ésas... ¡no volverán!
LX Mi vida es un erial, flor que toco se deshoja; que en mi camino fatal alguien va sembrando el mal para que yo lo recoja.
LXI Al ver mis horas de fiebre / e insomnio lentas pasar, a la orilla de mi lecho, / ¿quién se sentará? Cuando la trémula mano / tienda próximo a expirar buscando una mano amiga, / ¿quién la estrechará? Cuando la muerte vidríe / de mis ojos el cristal, mis párpados aún abiertos, / ¿quién los cerrará? Cuando la campana suene / (si suena en mi funeral), una oración al oírla, / ¿quién murmurará? Cuando mis pálidos restos / oprima la tierra ya, sobre la olvidada fosa, / ¿quién vendrá a llorar? ¿Quién, en fin, al otro día, / cuando el sol vuelva a brillar, de que pasé por el mundo, / ¿quién se acordará?
LXVIII No sé lo que he soñado en la noche pasada; triste, muy triste debió ser el sueño, pues despierto la angustia me duraba. Noté, al incorporarme, húmeda la almohada, y por primera vez sentí, al notarlo, de un amargo placer henchirse el alma. Triste cosa es el sueño que llanto nos arranca, mas tengo en mi tristeza una alegría: ¡sé que aún me quedan lágrimas!
LXXIII Cerraron sus ojos / que aún tenía abiertos; taparon su cara / con un blanco lienzo, y unos sollozando, / otros en silencio, de la triste alcoba / todos se salieron. Despertaba el día / y a su albor primero con sus mil ruidos / despertaba el pueblo. Ante aquel contraste / de vida y misterio, de luz y tinieblas, / yo pensé un momento: "¡Dios mío, qué solos / se quedan los muertos!" ¿Vuelve el polvo al polvo? / ¿Vuela el alma al cielo? ¿Todo es, vil materia, / podredumbre y cieno? ¡No sé; pero hay algo / que explicar no puedo, que al par nos infunde / repugnancia y duelo, al dejar tan tristes, / tan solos los muertos.
LXXVII Dices que tienes corazón, y sólo lo dices porque sientes sus latidos; eso no es corazón..., es una máquina que al compás que se mueve hace rüido.
LXXXVII ¡Quién fuera luna, / quién fuera brisa, quién fuera sol! ¡Quién del crepúsculo / fuera la hora, quién el instante / de tu oración! ¡Quién fuera parte / de la plegaria que solitaria / mandas a Dios! ¡Quién fuera luna, / quién fuera brisa, quién fuera sol!
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