Examinó la carretera, y descubríó las huellas de un carruaje.
Observó que el coche Hansom de cuatro ruedas que llaman Growler es mucho más estrecho que el particular llamado Brougham.
Avanzó por el sendero del jardín donde reconstruyó el significado de las huellas de pies.
Descubrió que dos hombres que habían pisado primero el jardín por lo que dedujo que los visitantes nocturnos habían sido dos, uno de ellos notable por su estatura (lo que calculó por la longitud de su zancada) y el otro elegantemente vestido, a juzgar por la huella pequeña y elegante que dejaron sus botas.
Entró a la casa donde observó al hombre bien calzado. Por consiguiente, si había existido asesinato, éste había sido cometido por el individuo alto.
Llegó a la conclusión de que el hombre que había entrado en la casa con Drebber no era otro que el mismo cochero del carruaje. Las marcas que descubrió en la carretera le demostraron que el caballo se había movido de un lado a otro de una manera que no lo habría hecho de haber estado alguien cuidándolo.
Concluyó que a Jefferson Hope habría de encontrarlo entre los aurigas de la metrópoli. Si él había trabajado de cochero, no había razón de suponer que hubiese dejado ya de serlo.
Al salir de la casa telegrafió a la Jefatura de Policía de Cleveland, circunscribiendo su pregunta a lo relativo al matrimonio de Enoch Drebber. Al recibir contestación obtuvo la clave del misterio para atrapar al asesino.
Preguntó a Gregson si en su telegrama a Cleveland había indagado acerca de algún punto concreto de la vida anterior del señor Drebber y procedió a escudriñar la habitación, confirmando la estatura del asesino, y descubriendo detalles adicionales referentes al cigarro de Trichinopoly y a la largura de las uñas.
A continuación se le presentó el gran interrogante del móvil. Este asesinato había sido llevado a cabo de un modo muy pausado, y quien lo perpetró había dejado huellas suyas por toda la habitación, mostrando con ello que había estado presente desde el principio hasta el fin. Ofensa que exigía un castigo tan metódico era, por fuerza, de tipo privado, y no político, al descubrir en la pared una inscripción y encontrarse un anillo.
Al no ver señales de lucha, llegó a la conclusión de que la sangre que manchaba el suelo había brotado de la nariz del asesino, debido a su emoción y pudo comprobar que la huella de la sangre coincidía con la de sus pisadas.
Observó el rostro y olisqueó los labios del muerto así percibió un leve olorcillo agrio, y llegó a la conclusión de que se le había obligado a ingerir un veneno. Dedujo también que le habían obligado a tomarlo por la expresión del rostro. Había llegado a este resultado por el método de la exclusión, porque ninguna otra hipótesis se ajustaba a los hechos.
Para atraparlo, organizó un cuerpo de detectives vagabundos, y los hizo presentarse de una manera sistemática a todos los propietarios de coches de alquiler de Londres, hasta que descubrieron dónde estaba el hombre.