Pluralistas
Para afrontar el reto lanzado por los eleatas, de cuyo pensamiento parecía derivarse la imposibilidad de entender racionalmente la realidad fenoménica y el proceso del cambio, surgieron otros pensadores, como Empédocles de Agrigento y Anaxágoras de Clazomenes (primero de los filósofos que vivió en Atenas), agrupados bajo el nombre de pluralistas. Otros filósofos pluralistas fueron Leucipo y Demócrito de Abdera, fundadores del atomismo. De hecho, Demócrito ya era contemporáneo de Sócrates y de los sofistas, razón por la cual cronológicamente ya no debería situarse entre los presocráticos, aunque se le incluye en ellos porque todavía seguía las directrices generales que marcaron el pensamiento de éstos. Justamente por el hecho de que los sofistas se preocuparon más bien de problemas antropológicos, morales y políticos (el mismo tipo de problemas que ocuparon a Sócrates, aunque con una orientación bien distinta) y se separaron de la orientación fundamentalmente física y cosmológica del conjunto de los anteriores filósofos (incluido Demócrito), a veces no se clasifican como presocráticos.
A pesar de la simplificación que representa una clasificación general, el conjunto de los presocráticos, a pesar de las grandes diferencias que les separan entre sí, comparten muchos rasgos comunes: su preocupación por intentar captar, bajo la diversidad y multiplicidad de todo cuanto se nos ofrece ante nuestros sentidos, un principio explicativo de esta diversidad inteligible sólo por la razón; la preocupación, pues, por el cosmos (orden que rige todo cuanto existe) y la physis.
En esta indagación no siguen ya las explicaciones míticas sino que, lejos de considerar que todo cuanto existe esté sometido a la libre y arbitraria voluntad de los dioses, piensan que debe haber algún o algunos principios racionales que actúan necesariamente y cuya regularidad pueda aprehenderse racionalmente. Al considerar esta cierta oposición entre la apariencia (múltiple, diversa y cambiante) que nos ofrecen los sentidos, y una realidad más profunda inteligible sólo por la razón, señalan el tránsito hacia una concepción del conocimiento que no debe basarse en lo particular, que es mutable y diverso, sino en lo universal. La manifestación más clara de esta oposición nos la ofrece el hecho mismo de que todas las cosas que se nos aparecen están sometidas al cambio o devenir, mientras que el conocimiento aspira a captar lo universal e inmutable. De ahí que uno de los problemas fundamentales a los que se enfrentaron fue el de estudiar este proceso del devenir: bien sea para afirmar que todo es un perpetuo cambio (Heráclito), bien sea para considerar que lo que es no puede admitir mutación, ya que cambiar es dejar de ser para llegar a ser, lo que es impensable (Parménides), o bien sea para afirmar una pluralidad de sustancias cuya combinación, regida por fuerzas de atracción y repulsión (Empédocles), por un noûs (el noûs o "inteligencia" de Anaxágoras), o sometidas al azar y la necesidad (los atomistas), engendra todo cuanto existe. Puesto que bajo la apariencia de la diversidad que nos ofrecen los sentidos se esconde algún principio explicativo unificador racional, los primeros presocráticos intentaron hallarlo. Esta búsqueda de un arkhé o «principio», es la que guió a los filósofos de Mileto, que lo creyeron encontrar en el agua (Tales), en el ápeiron o indeterminado (Anaximandro) o en el aire (Anaxímenes). Con ello iniciaban una investigación de la naturaleza de índole «material» (aunque este término no es muy adecuado, ya que la noción de lo material no existía en aquella época, y mucho menos como opuesta a algo «espiritual»). Los pitagóricos, en cambio, al intentar hallar un principio ordenador, que creyeron encontrar en el número, o en la oposición entre el límite y lo ilimitado, enfocaron la investigación desde un punto de vista formal. Las fuerzas de atracción (amor) y repulsión (odio o discordia) de las que hablaba Empédocles, pueden considerarse como la manifestación de una investigación que comenzaba a indagar causas eficientes, mientras que la idea de Anaxágoras, según la cual todo estaría dirigido a una finalidad organizada por el noûs, incorpora una perspectiva finalista o teleológica que sería rechazada por los atomistas. De esta manera, el conjunto del pensamiento presocrático engendró las bases de todo el ulterior desarrollo de la filosofía y de la ciencia. La preocupación por la physis, la indagación del ser, del devenir y del tiempo; la distinción entre apariencia sensorial y una realidad meramente inteligible, así como una inicial preocupación por temas morales (no tan desarrollada como las otras indagaciones, pero presente también entre los presocráticos como, por ejemplo, en Heráclito y los pitagóricos) son el conjunto de aportaciones fundamentales de estos pensadores.
Cortés Morató, Jordi y Martínez Riu, Antoni, Diccionario de filosofía Herder, Barcelona, 1991.