¿CRISIS FORMAL O SUSTANTIVA?
De forma complementaria a las perspectivas ya mencionadas, muchos autores han argumentado que una de las principales causas de la crisis es la “exclusión” de las minorías en la representación.
Posteriormente, estos esfuerzos se complementaron al aumentar el grado de inclusión de tales grupos en la toma de decisiones, generando espacios a través de cuotas y/o reservaciones específicas, o reconociendo mecanismos de autonomía relativa para comunidades concretas.
Esto quiere decir que para los estados ha sido más fácil incorporar a la política a grupos tradicionalmente excluidos, creando la sensación de democratización, legitimidad, respuesta y apertura del Estado, que dar solución a problemas que excluyen y marginan de facto, como son la pobreza, desigualdad, injusticia, educación e inseguridad, entre otros.
La inclusión, consecuentemente, genera expectativas más allá de lo posible con relación a la posibilidad de solucionar o atender la problemática de diversos grupos marginados, y por otro lado, el bienestar no termina de llegar.
Las demandas materiales y de bienestar de la población seguirán siendo importantes, y aportan una base mínima desde la cual se puede ejercer una ciudadanía cabal.
CONCLUSIÓN
Podemos concluir que la representación ha sido una herramienta más o menos funcional para el ejercicio de la democracia, pero ésta debe tener ciertos requerimientos específicos que no pueden obviarse, incluyendo mecanismos de pleno acceso a la información y de control, y una base mínima de necesidades para los agentes o representados.
Son estos requerimientos y necesidades los que han puesto en evidencia las limitaciones de la democracia representativa en los hechos, y los que han ido marcando la pauta del desarrollo de la democracia representativa como forma de gobierno a lo largo de los más diversos y disímiles contextos y procesos históricos, sociales y políticos.