Después
de un largo viaje llegó a Nínive. Ésta era una ciudad enorme, tres día
hacían falta para atravesarla entera. Jonás, inmediatamente comenzó a
pregonar por las calles diciendo: “¡De aquí a cuarenta días, Nínive será
destruida!”
Pero
he aquí que los ninivitas reflexionaron sobre sus malas obras y,
escuchando la voz de Jonás, creyeron en Dios, y practicaron el ayuno y
se vistieron de saco desde el más grande hasta el más pequeño. Incluso
el propio rey de Nínive se vistió de saco y se sentó sobre el polvo, y
hasta promulgó una orden para que
todos los hombres hicieran penitencia y se arrepintieran de su mal
camino, pues decía: “¡Quién sabe si se apiadará Dios de nosotros y se
aplacará el furor de su ira y no pereceremos!”
Y
Yahvé, que es bueno, vio lo que hicieron; que se convirtieron de su mal
camino y se arrepintieron de sus pecados, por lo que decidió perdonar a
toda la ciudad.
Entretanto,
Jonás, que esperaba un gran castigo del cielo, se había sentado a las
afueras de la ciudad en una cabaña a la sombra para ver lo que ocurría. Y
como no sucedía nada se enfadó con Yahvé. Pero Dios quiso darle una
lección: Hizo crecer un ricino que proporcionaba a Jonás una sombra muy
agradable bajo la cual se sentaba y se protegía del calor. Pero mandó
Dios un gusano que picó el ricino y lo secó en un día. A la mañana siguiente Yahvé hizo que soplara un viento solano
abrasador, y Jonás que ya no podía cobijarse bajo el ricino se enfadó y
protestó ante Dios hasta el punto de desear para sí la muerte.
Entonces
le dijo Dios: “¿Te parece bien enfadarte por lo del ricino?” Jonás
respondió: “Sí, me parece bien enojarme hasta la muerte” Y Dios le dijo:
“Tú tienes lástima y te entristeces porque he secado un simple
arbolito, tan importante para ti, que te daba una confortable sombra,
pero que no te ha costado trabajo alguno puesto que ni siquiera tú lo
hiciste crecer. ¿Y Yo no he de apiadarme de Nínive, la gran ciudad, en
la que hay muchísimas almas, importantes para Mí, que se han
arrepentido; muchísimos niños y tantos animales que les sirven de ayuda o
de alimento?” Y Jonás comprendió bien la lección de Yahvé: que todos
los hombres, tanto si pertenecen al pueblo de Israel como a cualquier
otro, somos hijos suyos y que, por tanto, nos ama a todos como un padre
ama a cada uno de sus hijos, y que basta un gesto de arrepentimiento
sincero de nuestra parte para que nos perdone, pues su misericordia y
amor son infinitos.
Jonás y la Ballena