La fotosíntesis (del griego antiguo φῶς-φωτός [fos-fotós], ‘luz’, y σύνθεσις [sýnthesis], ‘composición’, ’síntesis’) o función clorofílica es la conversión de materia inorgánica en materia orgánica gracias a la energía que aporta la luz. En este proceso la energía lumínica se transforma en energía química estable, siendo el NADPH (nicotín adenín dinucleótido fosfato) y el ATP (adenosín trifosfato) las primeras moléculas
en la que queda almacenada esta energía química. Con posterioridad, el
poder reductor del NADPH y el potencial energético del grupo fosfato del
ATP se usan para la síntesis de hidratos de carbono a partir de la reducción del dióxido de carbono. La vida en nuestro planeta se mantiene fundamentalmente gracias a la fotosíntesis que realizan en el medio acuático las algas, las cianobacterias, las bacterias rojas, y las bacterias púrpuras y bacterias verdes del azufre,1 y en el medio terrestre las plantas, que tienen la capacidad de sintetizar materia orgánica (imprescindible para la constitución de los seres vivos) partiendo de la luz y la materia inorgánica. De hecho, cada año los organismos fotosintetizadores fijan en forma de materia orgánica en torno a 100 000 millones de toneladas de carbono.2 3
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Fotosíntesis
La
fotosíntesis
es un proceso en virtud del cual
los organismos con
clorofila
, como las plantas verdes, las algas
y algunas bacterias, capturan energía en forma de luz y la transforman
en energía química.
Prácticamente toda la energía que consume la
vida de la
biósfera terrestre
—la zona del planeta en la cual
hay vida— procede de la fotosíntesis.
La fotosíntesis se realiza en dos etapas: una serie
de reacciones que dependen de la luz y son independientes de la
temperatura, y otra serie que dependen de la temperatura y son independientes
de la luz.