Pasan los años y poco a poco el pueblo se va
vaciando. Aureliano Babilonia, que se
caracterizaba por ser sabio, pasa la vida
descifrando los pergaminos que había
escrito Melquíades.
Entre tanto, regresa de Europa su tía
Amaranta Úrsula, casada con Gastón. Sin
saber de su parentesco, ambos se
enamoran, Gastón se va pero ella queda
embarazada.
Durante el parto, en el que ella muere, da
a luz a un niño con cola de cerdo.
Aureliano intenta buscar ayuda, pero al
no encontrar más que a un cantinero, se
emborracha y se queda dormido. Cuando
despierta y regresa, el niño ha sido
devorado por las hormigas.
Finalmente, Aureliano logrará descifrar
los pergaminos de Melquíades: «porque
las estirpes condenadas a cien años de
soledad no tenían una segunda
oportunidad sobre la tierra». Entonces,
todo Macondo será arrasado y
sepultado por un huracán.
Cada uno de los hechos narrados en
la novela se relaciona con una lectura
sobre el tiempo histórico, sobre la
construcción de la memoria y el paso
del olvido.
Macondo no es solo una palabra sonora: es
imagen de un árbol familiar que extiende sus
ramas para cobijar toda suerte de mitos,
prejuicios, anécdotas, valores, sueños y
voluntades destinadas al olvido, a la
transformación del tiempo.
En el relato Cien años de soledad,
existe una fuerza que permanece
firme, velada, arrinconada por la
energía de las fuerzas contrarias:
el amor, que cada vez que se
asoma, lucha sin éxito para
abrirse paso.
Esta fuerza humana vital sucumbe ante el
peso de una cultura que, en cierto sentido,
condena a los Buendía a vivir cien años de
soledad.