La Edad Moderna suele secuenciarse por sus siglos, pero en general los historiadores la han definido como una sucesión cíclica, que algunos han intentado identificar con ciclos económicos similares a los descritos por Clement Juglar y Nikolái Kondrátiev, pero más amplios, con fases A de expansión y B de recesión secular.
La Edad
Moderna
es el
tercero de
los
periodos
históricos
en los que
se divide
convencionalmente
la
historia
universal,
comprendido
entre
el
siglo
XV
y
el
XVIII.
En esta convención, la Edad
Moderna se corresponde al
período en que se destacan
los valores de la
modernidad (el progreso, la
comunicación, la razón)
frente al período anterior, la
Edad Media, que es
generalmente identificado
como una edad aislada e
intelectualmente oscura. El
espíritu de la Edad Moderna
buscaría su referente en un
pasado anterior, la Edad
Antigua identificada como
Época Clásica.
En la Edad Moderna
se vincularon los dos
"mundos" que
habían permanecido
casi absolutamente
desvinculados desde
la Prehistoria: el
Nuevo Mundo
(América) y el Viejo
Mundo (Eurasia y
África). Cuando se
consolidó la
exploración europea
de Australia se habló
de Novísimo Mundo.
La fecha de inicio más aceptada por los
historiadores para fijar la Edad Moderna es
en la cual ocurrió la toma de Constantinopla
y caída definitiva de todo vestigio de la
antigüedad, esta ciudad fue destruida y
tomada por los otomanos en el año 1453
–coincidente en el tiempo con el comienzo del
uso masivo de la imprenta de tipos móviles y
el desarrollo del Humanismo y el
Renacimiento, procesos que se dieron en
parte gracias a la llegada a Italia de exiliados
bizantinos y textos clásicos griegos
El elemento
consustancial de Edad
Moderna,
especialmente en
Europa, es la presencia
de una ideología
transformadora,
paulatina, incluso
dubitativa, pero
decisiva, de las
estructuras
económicas, sociales,
políticas e ideológicas
propias de la Edad
Media.
Desde una perspectiva
materialista, se entiende
que este proceso de
transformación empezó
con el desarrollo de las
fuerzas productivas, en
un contexto de aumento
de la población (con
altibajos, desigual en
cada continente y con
existencia de índice de
mortalidad catastrófica
propia del el Antiguo
Régimen demográfico,
por lo que no puede
compararse a la
explosión demográfica de
la Edad Contemporánea).
Mientras en Europa se
desarrollaba este
conflicto secular, la
totalidad del mundo,
conscientemente o no,
fue afectada por la
expansión europea.
En Europa Occidental, desde finales de la
Edad Media algunas monarquías
tendieron a la formación de lo podría
denominarse como estados nacionales,
en espacios geográficamente definidos
y con mercados unificados y con una
dimensión adecuada como para la
modernización económica.
La Iglesia católica fue incapaz de mantener unida a Europa bajo su
dominio aunque los Estados Pontificios subsistieron con una influencia
incomparablemente superior a su peso temporal, y el Sacro Imperio
Romano Germánico, después del frustrado intento por restaurarlo de
Carlos V, fue prácticamente desmantelado por el Tratado de Westfalia
de 1648.