os postulados fundamentales del liberalismo doctrinario, considerado en su forma más radical, podrían
resumirse de la manera siguiente:
Supervaloración de la libertad individual. La libertad, entendida como absoluta independencia de
poderes extraños, es considerada la propiedad más importante y radical del hombre; cada hombre es
dueño y autor absoluto de su propio ser, no reconociendo límites o derechos de interferencia en sus
pretensiones. No se llegan a reconocer ni siquiera los derechos de Dios, al que apenas se le considera en el
trasfondo de un vago deísmo.
Autonomía absoluta de la razón. La razón posee libertad absoluta en sus investigaciones de
tal manera que ningún campo o esfera queda excluida de su poder; todo conocimiento que
no sea estrictamente racional, que no se haya obtenido a través de un proceso demostrativo,
carece absolutamente de valor. Llevado esto a sus últimas consecuencias, no es muy de
extrañar que en el s. xix apareciesen desde el absoluto idealismo de Hegel hasta el craso
materialismo de Marx, lejos ya ambos de los principios liberales, pero igualmente
racionalistas.
Soberanía absoluta de la Naturaleza. Todo en este mundo está sometido a las mismas leyes
mecánicas de la «Naturaleza»; entre los diversos seres no existen diferencias esenciales, todo
se encuentra situado al mismo nivel, todo es unívoco y horizontal. Nada escapa al orden
natural: ni la Religión, libre de todo misterio, revelación u orden sobrenatural; ni la Moral,
independiente de toda ley eterna o divina; ni el Derecho cuya única fuente serán los pactos
interhumanos. «La Naturaleza» viene a ser un absoluto impersonal, que sustituye al Dios
personal, Padre de los hombres, de la Revelación.
A partir de estos postulados se deducen toda una serie de consecuencias que pueden definir
el liberalismo, en su sentido más general; aunque no todos los que se autocalifican de
liberales admitirán esos postulados y estas consecuencias en la misma forma.
El Estado liberal será un Estado llano, sin jerarquías ni privilegios: un mero representante
del pueblo en orden a ejecutar las leyes que éste, ya sea directamente o a través de sus
representantes, haya establecido y determinado. La moral liberal no sólo es ajena a toda
norma sobrenatural o trascendente sino que es absolutamente individual y subjetiva, de tal
manera que se diferencia radicalmente de los diversos deberes sociales.
Como la única y auténtica autoridad es la que cada persona posee sobre sí misma, para
poder vivir en perfecta convivencia social es preciso situarse en un terreno neutro donde no
puedan existir querellas u oposiciones: el principio de la tolerancia pasará a ser uno de los
principios básicos de la sociedad liberal. El hombre es fundamentalmente bueno según el
liberalismo, que cree que el mal es pura consecuencia de la ignorancia; de aquí que como
primera empresa de todo Estado proponga la educación de los ciudadanos.
El orden religioso, en su sentido más estricto, es considerado como ajeno y exterior al
hombre y por lo mismo a la libertad; el liberalismo impone, por consiguiente, desprenderse
de él o reducirlo a elementos racionales. La Iglesia carece de todo derecho y autonomía
desde el punto de vista jurídico; es algo que; se encuentra dentro del Estado y a éste le
corresponde el determinar su forma y evolución.
En resumen, el liberalismo es el sistema filosófico, político, moral, económico o religioso que
admite la libertad como valor supremo y la confunde con una independencia y autonomía
absoluta del hombre en relación a todo valor sobrenatural y trascendente. Las ideas y
repercusiones más radicales de este Iiberalismo en el terreno religioso, al que a toda costa
trata de minimizar, su falsa concepción sobre la «libertad de conciencia», entendida como
indiferentismo, su laicismo y disolución de los fundamentos religiosos de la moral, y, en
definitiva, la errónea concepción última de la naturaleza del hombre y de la religión que se
desprenden de los postulados del Iiberalismo radical fueron el motivo fundamental de las
diversas condenas de que fue objeto por parte del Magisterio pontificio.