CEREBROS EN UNA CUBETA Hilary Putnam En “Razón, Verdad e Historia”, el autor comienza el capítulo con una relación entre el rastro dejado por una hormiga en la arena conforme va trazando una línea que se desvía y vuelve sobre sí misma, de tal forma que acaba pareciendo una reconocible caricatura de Winston Churchill. Pero la pregunta que nos surge de inmediato es la siguiente, ¿ha trazado la hormiga un retrato de Churchill, un retrato que representa a este personaje de la historia? Claro está que la mayoría de las personas, sin reflexionar demasiado contestaría que no, pues la hormiga nunca ha visto a Churchill ni tampoco tenía la intención de representarlo. Simplemente trazó una línea que nosotros podemos interpretar como la caricatura de este personaje. Lo mismo sucede cuando dirigimos nuestras miradas al cielo y nos parece ver determinadas formas en las nubes, y no es que el cielo haya elaborado intencionalmente unas formas que nosotros, en nuestra realidad simbólica podamos reconocer. Pero volvamos a la hormiga, en realidad la línea no representa por sí misma. La semejanza con el rostro de Churchill no es condición suficiente para que algo represente o se refiera a esta persona. Si la semejanza no es condición necesaria ni suficiente para que alguna cosa represente a otra, ¿cómo puede una cosa representar, o estar en el lugar de otra diferente? La respuesta parece fácil, supongamos que la hormiga conocía al personaje y que tiene inteligencia y habilidad para dibujar un retrato del mismo. Supongamos además, que ha elaborado la caricatura intencionalmente. Entonces la línea habría representado a Churchill. Por otro lado, supongamos que la línea tiene la forma de Churchill y que este hecho es un mero accidente. Entonces los caracteres impresos no habrían representado a Churchill. De tal modo que podríamos concluir primariamente que lo que se necesita principalmente para la representación es la intención. Pero para tener la intención de que algo represente a Churchill, debo ser capaz de pensar en Churchill, para empezar, y según parece la hormiga no tiene esta capacidad y por lo tanto tampoco la intención. Si las líneas en la arena, los ruidos, las formas, etc., no pueden representar nada en sí mismos, ¿cómo es que pueden hacerlo las formas del pensamiento?; ¿cómo puede el pensamiento alcanzar y captar lo que es externo? Estamos aquí frente a un problema Gnoseológico (de conocimiento), donde la relación entre el sujeto cognoscente y el objeto conocido depende de la posibilidad de que el pensamiento capte al objeto y realice un registro del mismo a través de una representación mental que el propio pensamiento por medio del lenguaje simbolizaría luego para, en última instancia volver hacia el objeto y marcar la coincidencia del pensamiento con el objeto de referencia para establecer la verdad. Es obvio que los pensamientos de la mente sí se logran. De modo que los pensamientos y por lo tanto la mente, poseen una naturaleza esencialmente diferente a la de los objetos físicos. Tienen la característica distintiva de la intencionalidad. Recordemos que los objetos físicos están en el mundo y existen independientemente de nosotros. No es que ellos existan con la intención de ser captados, están ahí, y los captamos o no de acuerdo a nuestra intención, intereses, voluntad, deseo de conocer, etc. En definitiva, ningún objeto físico tiene intencionalidad, salvo la que se deriva de su uso por parte de la mente. Para la autora el problema es real y se pregunta ¿cómo es posible la intencionalidad?, ¿cómo es posible la referencia? Plantea de esta forma la existencia de las teorías mágicas de la referencia y en el caso de nuestra amiga hormiga, salvo que sea inteligente, y sepa algo respecto de Churchill (que no es el caso), la curva que trazó no es un dibujo, ni siquiera la representación de algo. Ciertos pueblos primitivos creen que algunas representaciones tienen una conexión necesaria con sus portadores, creen que saber el “verdadero nombre” de alguien o algo les otorga poder sobre ese alguien o algo. Ese poder procede de una conexión mágica entre el nombre y el portador del nombre. Es importante darse cuenta que a las imágenes mentales y en general a las representaciones mentales les ocurre lo mismo que a los dibujos físicos; la conexión que tienen las representaciones mentales con lo que representan no es más necesaria que la que tienen las representaciones físicas. Tomemos el siguiente ejemplo: supongamos que seres humanos de otro planeta nunca han visto un árbol y nunca se lo han imaginado; pero supongamos además, que un día una nave que nunca entra en contacto con ellos les arroja el dibujo de un árbol. Se preguntarán ¿qué es eso? Y sacarán toda clase de conclusiones pero ni se aproximan a saber de qué se trata. Para nosotros, que hemos elaborado un código (lenguaje), sabemos que es la representación de una árbol, pero para aquellos humanos el dibujo representa algo misterioso y extraño. Tendrían que percibir un objeto físico con características semejantes a las del dibujo para darse cuenta que esa representación es la de un árbol real. Pero como no es así, su naturaleza y función son desconocidas. Como consecuencia, hay una cadena causal desde los árboles reales hasta de imagen mental, aún cuando esta sea muy extraña. Lo mismo ocurre con las palabras; un discurso impreso podría parecer una descripción perfecta de un árbol, pero si fueron los monos quienes lo produjeron golpeando fortuitamente las teclas de una máquina de escribir durante millones de años, entonces las palabras de ese discurso no se refieren a nada. Como consecuencia de todo ello, podríamos afirmar que ni siquiera un amplio y complejo sistema de representaciones verbales y visuales tiene una conexión intrínseca, mágica, dada de una vez por todas con lo que representa; una conexión independiente del modo en que fue causada y de lo que constituyen las disposiciones del sujeto hablante o pensante. Y esto es cierto tanto si el sistema de representaciones está implementado físicamente o tan sólo concebido mentalmente. Ni las palabras del pensamiento ni las imágenes mentales representan intrínsecamente aquello acerca de lo que tratan. EL CASO DE LOS CEREBROS EN UNA CUBETA Imaginemos que un ser humano ha sido sometido a una operación por un diabólico científico. Su cerebro ha sido extraído del cuerpo y colocado en una cubeta de nutrientes que lo mantienen vivo. Las terminaciones nerviosas han sido conectadas a una computadora súper científica que provoca en esa persona la ilusión de que todo es perfectamente normal. La víctima puede creer incluso, que está sentado, leyendo estas mismas palabras acerca de la suposición, divertida, aunque bastante absurda, de que hay un diabólico científico que extrae cerebros de los cuerpos y los coloca en una cubeta de nutrientes que los mantiene vivos. Lo que se intenta con esto es volver a un problema clásico del conocimiento que es el del escepticismo respecto del mundo externo, problema que viene planteándose desde la antigüedad clásica y que ha enfrentado a pensadores y filósofos durante siglos tratando de explicar ¿cómo se da el fenómeno conocimiento? y ¿cuál es la relación mente-mundo? Se podría imaginar además que todos los seres humanos son cerebros en una cubeta y que los que ellos creen que es la verdadera realidad es simplemente una ilusión y que, el conocimiento que ellos tienen acerca de la realidad a través de los sentidos no es más que una apariencia. Sus representaciones mentales no coincidirían con la realidad, si es que la realidad existe. Pero esto sería una locura, cómo podríamos pensar en la posibilidad de que fuéramos cerebros en una cubeta controlados por una super computadora pretendiendo conocer un mundo real que no existe. Y si fuera así, ¿podríamos decir o pensar lo que somos? Si estuviera Descartes en este punto se preguntaría ¿cómo es que estando en esta situación el hombre puede tomar conciencia de su pensamiento y reconocer su propia existencia. Hilary Putnam argumenta a favor de la posición de que no podríamos ser cerebros en una cubeta, porque afinque esas personas puedan pensar y decir cualquier palabra que nosotros pensemos o digamos, no pueden “referirse” a lo que nosotros nos referimos. En particular no pueden pensar o decir que son cerebros en una cubeta, aun pensando como “cerebros en una cubeta”. Digamos en este punto que sólo nosotros somos capaces de percibir, manipular y mantener trato con los objetos, las cosas y los demás seres del mundo exterior, al cual nosotros mismos representamos de forma simbólica por medio del lenguaje. Y a pesar de que una máquina inteligente pueda captar las condiciones del mundo exterior, no podrá experimentar lo que nosotros experimentamos al aprehender (captar) el objetos, la realidad o la situación. La máquina no puede referirse a la realidad ni apropiarse de ella como los seres humanos en la medida en que no experimenta ese cambio sustancial de realidad al ser afectado por el mundo exterior que le permite representarla y referirse a ella por medio de símbolos, actitudes o acciones. Por lo tanto los cerebros en una cubeta no pueden pensar ni decir que son cerebros en una cubeta. La posibilidad de que haya un mundo físicamente posible donde se encuentren cerebros en una cubeta nos lleva a pensar que la descripción física del mundo deja de ser real para pasar a comportarse dentro del ámbito de una metafísica (en el sentido de que estamos haciendo referencia a lo que está más allá de la naturaleza). Por lo tanto si la tendencia es considerar la naturaleza como nuestra metafísica, es decir, considerar las ciencias exactas como la descripción del “verdadero mobiliario último del universo”, toda verdad es verdad física, como posibilidad, posibilidad física y necesidad, necesidad física. De acuerdo con lo expuesto anteriormente, la autora confirma que las teorías mágicas de la referencia son erróneas, respecto de las representaciones físicas y también mentales. Por lo tanto si existen las representaciones mentales que se refieren necesariamente a las cosas externas deben ser de la naturaleza de los conceptos y no de las imágenes. En este punto cabe preguntarse ¿qué es un concepto? Un concepto es una idea general y abstracta que se elabora en el plano del pensamiento acerca de las notas esenciales de un objeto. Desde el punto de vista del lenguaje es un símbolo que se usa de cierto modo que pueden ser públicos o privados, referidos a entidades mentales o físicas. Y si las personas pueden elaborar conceptos acerca de cualquier tipo de objeto y de la realidad externa o interna, estamos frente a la posibilidad de la percepción de un mundo real para el cual necesitamos del uso de nuestros sentidos. En realidad, la autora descarta tajantemente la posibilidad de la existencia de cerebros en una cubeta por más que un científico diabólico logre extraer el cerebro de una persona y colocarlo en una cubeta de nutrientes conectado a una computadora super científica que controle todas sus reacciones y le envíe las órdenes. Así, nos preguntamos, el científico diabólico ¿es también un cerebro en una cubeta? ¿o un ser superior que crea y destruye a su antojo tratando de dominar los comportamientos de los demás para poder dominar el mundo del conocimiento e intentar buscar respuestas a aquellas grandes preguntas existenciales que aún no han podido ser respondidas? La realidad la construye cada uno de nosotros a partir de sus propias experiencias con el mundo y las respuestas a las interrogantes existenciales que se han propuesto desde el origen para dar explicación al quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos. La capacidad de pensar, de dar explicaciones racionales y no mágicas a los fenómenos de la naturaleza, así como la búsqueda incesante de la verdad y la construcción de la historia tanto personal como de la humanidad, depende de la necesidad de cada pueblo y cada cultura por construir una forma de pensar, sentir y actuar típicas. BIBLIOGRAFÍA Putnam, Hilary, “Razón, Verdad e Historia”, Editorial Tecnos (Filosofía y Ensayo) Ubicación: http://filopsicoguilledd.blogspot.com/p/cerebros-en-una-cubeta-hilary-putnam.html
Want to create your own Notes for free with GoConqr? Learn more.