La bellota de la felicidad

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Luis Zapién
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Luis Zapién
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Resumen del Recurso

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La bellota de la felicidad. Había una vez una ardilla que vivía en un bosquecillo muy hermoso, la ardilla se llamaba Clara pero sus amigos le decían correlona, debido a que corría a gran velocidad, era la más ágil en el bosque para saltar de una rama a otra y no tenía rival capaz de vencerla cuando se trataba de comer bellotas. Ella a pesar de tener muchos amigos y de ser admirada por todos se sentía triste, sentía que el día en que le faltaran sus cualidades, todos sus amigos la abandonarían. Un día subió un gran árbol en busca de bellotas y encontró una muy grande, jamás había visto una de esas proporciones, el llegar hasta ella y tomarla pareció un solo movimiento; la bellota en efecto era espectacular, la vio, la midió, la olfateó y hasta llegó a admirarla. Pero ¿qué debía hacer con ella? comerla, guardarla ¡sí, esconderla en un lugar seguro y comerla en un día especial! Bajó temiendo que alguien quisiera adueñarse de su bellota, corrió entre los arbustos, cruzó un riachuelo por medio de un tronco caído y asegurándose de que nadie la viera hizo un agujero en la tierra con sus patas delanteras y escondió allí su preciado tesoro. Al día siguiente hubo una reunión que había convocado el señor Alce, estaban presentes casi todos los animalitos del bosque, estaban allí las liebres, los conejitos y los venados; faltaban por llegar los Cervatillos, los Osos y no me acuerdo quien más; eso sí los Zorros no fueron invitados a la reunión a causa de enemistades entre ellos. ¡Ah! y me estaba olvidando de lo principal, las primeras en llegar, habían sido las Ardillitas que estaban descontentas por la impuntualidad con que siempre se comenzaban esas reuniones. El señor Alce pidió silencio y dirigiéndose al señor Búho le preguntó: -¿Ya puedo comenzar? -En efecto- respondió el señor Búho con tono solemne. -Bien, he convocado esta reunión porque quería recordarles que hoy es ¡el concurso de primavera! Este año consistirá en algo muy sencillo… -¡Una carrera!- gritaron las liebres. -¡No! Carreras no, desde que la tortuga las humilló solo piensan en carreras. -Entonces, que sea un concurso de ver quién es capaz de dormir más horas seguidas- dijo un oso bostezando. -Eso tiene que ser una broma- dijo el señor Alce impacientándose. -O mejor, ¡que sea una gran carrera de obstáculos!- expuso un cervatillo recién llegado -¡Que no! El concurso ya está planeado, si tienen sugerencias háganlas para el año próximo, ya estoy cansado de que me interrumpan. Hecha la calma en el público, el señor Alce le pidió al señor Búho que explicara de qué se trataba el concurso, el Búho tomó aire y dijo con aire grandilocuente: -Queridos amigos, en primer lugar les pido que elija cada grupo a un representante; elijan bien porque de aquel elijan depende todo; ¡la gloria, el honor, la majestad, la fama, la!... -¡Ya basta!- gritó un venado desesperado. – ¡Solo dinos de qué se trata!- -Bien, entonces elijan a sus representantes. Como estaban impacientes eligieron de inmediato, las ardillas no pensaron dos veces y eligieron unánimemente a Clara; los osos por su parte prefirieron echar suertes y salió elegido un tal Tole; las liebres votaron por Patona, y los conejos por Tapón, los ciervos seleccionaron a Dante y así seguiría la lista, pero mejor la dejamos hasta aquí. -El concurso, como les decía será algo muy sencillo- dijo el señor Búho con un tono humilde. -¡Impresiónenme! Traigan algo que me impresione, lo que más logre impresionarme obtendrá el primer lugar. Tendrán hasta las cinco de la tarde para que busquen y nos traigan lo que más les parezca impresionante. Entonces todos los animalitos que habían sido elegidos, salieron corriendo en distintas direcciones. Clara sabía que si les traía esa magnífica bellota, seguramente ganaría el primer lugar. Se enfiló por medio del bosque, subió una ligera pendiente, saltó unas rocas, bajó por la ladera frente al cauce del río, trepó por el tronco caído y llegó al lugar donde había escondido su tesoro. Midió unos pasos y se agachó, allí era el lugar; tomó aire y comenzó a cavar. Ya llevaba tiempo cavando y no encontraba la bellota, desesperada cavó otro hoyo a un lado, y nada; cavó aquí y allá, hasta que se acordó de que había contado mal los pasos, fue hizo la cuenta y en efecto ¡allí estaba!, reluciente, admirable y fresca. Así que guardó la bellota y emprendió el regreso. Mientras tanto los animalitos que estaban esperando con el señor Búho, se pusieron a discutir; en eso se escuchó que alguien se aproximaba a grandes pasos y en efecto llegó el Oso con algo brillante en el hocico; apenas había llegado el Oso cuando escucharon otros pasos ligeros y se percataron de que el Ciervo venía saltando y traía consigo un objeto rarísimo del que pendían unos cordeles, era algo así como una bota de las que olvidan los hombres que duermen en casas de campaña. Las ardillas se comenzaban a preguntar dónde estaría correlona, y no podían ocultar los nervios ante las cosas que iban trayendo los demás contrincantes. Correlona estaba a punto de llegar cuando escucho que alguien lloraba, era Tapón el conejito; quiso pasar de largo pero sintió algo en su interior y se acercó a preguntarle: -¿Qué te sucede?- Pero el conejito de tanto llorar no le podía responder. -Es que… es que… huhumm, no encontré nada para llevar al concurso, seguro que mi familia se enfadará conmigo, todo me sale mal, esta era mi oportunidad. A Clara le partía el corazón ver triste al conejito, pensaba en darle su tesoro, pero si lo hacía no tendría nada para el concurso, pensó en que quedaría mal con sus familiares, pero aun así tomó su bellota y se la dio. -No, dijo el conejito llévala tú, yo no… -Escucha, le interrumpió Clara, quiero que lleves esta bellota porque no me gusta verte triste, aparte a mí ni me importa ganar. -No, pero tus familiares estarán molestos contigo. -No importa. El conejito abrazo a Clara y se fueron juntos a toda prisa. Cuando llegaron se percataron de que eran los últimos y que todos los estaban esperando. -Bien, ya estamos todos- dijo el Búho alzando la mirada. Las ardillas entonaron muchos hurras, y acto seguido todas las comitivas tomando sus lugares entonaron este himno, que cada año se entonaba, era algo así como el himno del concurso: “Todos nos reunimos, para festejar los juegos de la gloriosa primavera. Y estamos contentos por esta gran fiesta, que trae alegría, consuelo y paz… Todos nos reunimos, para festejar.” Todos estaban emocionados y querían saber qué era lo que había traído cada concursante. El señor Búho se puso sus anteojos y comenzó a examinar cada objeto. El oso que había sido el primero en llegar, había llevado un objeto brillante, que era ni más ni menos que una lata de refresco. El objeto siguiente era una bota desgastada, el siguiente traía una roca con forma de pirámide; también llevaron una moneda, un casquillo de bala, una envoltura de frituras, y muchas cosas más… Cuando le llego su turno al conejito Tapón, llevó la gran bellota y dejándola caer en medio del estupor de todos dijo: “queridos amigos, esta cosa es ¡muuuuuy graaaande!, apuesto a que jamás habían visto una igual”; todos los animalitos asintieron. Las ardillas estaban muy nerviosas, esta bellota era insuperable, pero voltearon a ver a “correlona” esperando que trajese algo realmente espectacular, tenían puesta en ella su esperanza, ella jamás les había fallado, ahora que era un momento de especial necesidad, ella lograría impresionar al señor Búho más que cualquier otro. -Y bien, ¿qué nos trajo nuestra última concursante?- preguntó el señor Búho. -No he traído nada. Cuando Clara dijo esto todos se quedaron en silencio y las ardillitas comenzaron a abuchearla. El señor Búho después de sumar sus calificaciones le dio el primer lugar a Tapón y este por tanta alegría que sintió, se olvidó en ese momento de la pobre Clara. En ese momento todos los “amigos” de Clara le dieron la espalda, ella tenía razón el día en que no mostró sus cualidades externas, sus “amigos” la abandonaron. Pero extrañamente Clara sintió en ese momento una gran felicidad, sintió que su corazón estaba lleno, y entonces entendió que para ser feliz hay que olvidarse de sí mismo y ser generoso con los demás. Lo último que supe fue que Tapón andaba buscándola para darle las gracias y para pedirle perdón por no haberse acordado de ella. Y que desde entonces, Clara ayudaba a todos los que podía; se dice que en aquel bosque, nunca ha habido nadie tan feliz como ella.

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