Kant, intentó un acuerdo entre las teorías subjetivistas y las objetivistas. El juicio sobre la belleza, según Kant, es desinteresado, es decir, no necesitamos un concepto que nos permita catalogar el objeto según nuestras necesidades de conocimiento y orientación en el mundo, y tiene carácter subjetivo, porque está subordinado al sentimiento de cada receptor de la experiencia.
Sin embargo, cuando decimos que algo es bello queremos que los demás reconozcan que ese juicio no es simplemente una apreciación, sino que tiene aspiración de universalidad: se hace con la pretensión de compartirlo con otros.
El placer estético producido por lo bello es tranquilo, sereno, desinteresado y puramente contemplativo y se distingue del placer sensible cuyo tema es lo agradable, el cual acrecienta la tendencia a su posesión. Así pues, la belleza place mientras que lo agradable deleita y esto conlleva un halo material, sensual e interesado.
Para Kant, la belleza no se puede reducir a la percepción sensible, porque perdería su carácter de universalidad, como acontece en los empiristas; y no podría, por tanto, ser compartida con otras personas. Esta universalidad subjetiva es transformada en capacidad de comunicación universal del estado del espíritu.
El juicio estético, como es universalmente comunicable y compartido por muchos, suscita la idea de un sentido común estético con que se caracteriza el gusto, que se podría definir como la posibilidad de universalizar sentimientos.
En resumen: cuando digo que algo es bello espero que esa belleza sea apreciada por los demás, y para ello lo único que se requiere es que la mi capacidad de entender el mundo y mi capacidad de percibirlo o sentirlo dejen a un lado mis necesidades utilitarias para que mi imaginación juegue libremente, y disfrute, con las infinitas posibilidades de lo que llamamos objetos de la experiencia, sus formas, colores, dimensiones, parecidos, analogías, sugerencias...
una mezcla de objetivismo y subjetivismo