Anderson Trujillo Quesada
Estudiante de Teología
Centro Arquidiocesano de Formación Cristiana Evangelii Gaudium
Arquidíocesis de Villavicencio
P. Ricardo Eduardo Calderon Sanchez
LITURGIA SACRAMENTAL
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LOS SACRAMENTOS
La eficacia del sacramento no procede del ser humano; positivamente que la eficacia procede de la obra de Cristo, su vida, muerte y resurrección, objeto del memorial y que el gesto sacramental es un ofrecimiento permanente de Dios al ser humano, quiera que éste lo acepte o no. Por eso, la expresión pone en primer plano la acción sacramental como tal, por la cual el misterio de Cristo (opus operatum) es celebrado y así ofrecido como invitación a esta persona y a esta comunidad para que asuma de forma más profunda la vida del seguimiento de Jesús.
los sacramentos sean el centro de la Liturgia, como nos enseña la Sacrosanctum Concilium, creemos profundizar los surcos abiertos por Vaticano II que, al recuperar esta comprensión de la tradición cristiana de los primeros siglos, propone algo que supera, simultáneamente, dos bloqueos de la teología post-tridentina. El primero se refiere a una comprensión formal y jurídica de la Liturgia. Antes del Vaticano II, lo que se enseñaba en las facultades y seminarios de teología sobre Liturgia se resumía a las rúbricas y otros ornamentos o accesorios técnicos que acompañaban las celebraciones del culto cristiano. El segundo obstáculo habla sobre la comprensión y prácticas sacramentales. Lo que enseñaba la doctrina de los sacramentos obedecía a una definición genérica de sacramento, aplicada indistintamente a cada uno y a todos los sacramentos.
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Los sacramentos solo son bien comprendidos cuando son pensados como acciones o intercambios simbólicos que envuelven el yo-cuerpo del hombre, el cuerpo eclesial y el cuerpo de Cristo en su relación con el universo. Los sacramentos son acciones litúrgicas de la Iglesia. La asamblea litúrgica ‒ personificación de la Iglesia, cuerpo de Cristo, en un lugar y en un tiempo determinado ‒ es el sujeto primordial de los sacramentos. Cada uno de los sacramentos envuelve y manifiesta la acción sacramental de la Iglesia, sacramento fundamental (Grun-sakrament) que a su vez reenvía al Uhr-sakrament ou proto-sacramento: Cristo, la palabra de Dios hecha carne (Taborda 2005, p. 73 nota 56).
La presencia de Cristo en la Iglesia es obra del Espíritu Santo. Cristo resucitado es el Cristo vivificado por el Espíritu (cf. 2Cor 3,17) que transmite el Espíritu a sus discípulos. El don del Espíritu pertenece, como momento interno, al misterio pascual de Cristo (TABORDA 2012, 100-104). El Espíritu suscita testigos, abre los ojos a los discípulos. Si hay una comunidad de fe, es el resultado de la acción del Espíritu Santo que despierta esa fe. En ese sentido, la Iglesia, Cuerpo del Resucitado, es vivificada y animada por el Espíritu. Aun más: es sacramento del Espíritu Santo, visibilización del mismo. En ella se manifiesta lo propio de la misión del Espíritu: unir la pluralidad.
La teología de los sacramentos debe nacer de la propia práctica litúrgica en su rica diversidad. Se afirma en el documento conciliar que por la liturgia, principalmente en el divino Sacrificio de la Eucaristía, “se actúa la obra de nuestra Redención”, con una expresión sacada de los propios textos litúrgicos, la oración sobre las ofrendas del segundo domingo después del Pentencostés del antiguo Misal. La Liturgia, afirma también la Constitución, “es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza” (SC n.10).
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El actual Código de Derecho Canónico (1983) habla de los sacramentales (cc. 166-1172) y no los define como “cosas o acciones” -como en el Código anterior de 1917 (c. 1169)- sino como “signos sagrados” (c. 1169) conforme al Vaticano II (SC 60); incluye entre los sacramentales consagraciones y dedicaciones, bendiciones y exorcismos, aunque restringiendo el uso de los exorcismos (c. 1172) y ampliando algunos sacramentales a los laicos (c. 1168).
La encarnación del Hijo de Dios es un hecho que nos invita a centrarnos y encontrarnos en la persona de Jesús. La irrupción del Espíritu de Jesús en la comunidad de Pentecostés nos invita a ensanchar el horizonte para ver que Jesús, presente en su Iglesia, abraza a todas las culturas, pueblos y lenguas y nos abre a humanizar y divinizar el mundo. La Iglesia en su liturgia (aunque no solo en ella) tiene una tarea importante: manifestar que el Señor está presente en nuestra historia, en nuestras vidas, en nuestras culturas. Para hacerlo, la liturgia ha de acoger cada cultura, encarnarse en ella y traducir el Mensaje en el lenguaje de hoy, el de cada pueblo y el de cada cultura. Misión ardua, a largo plazo, pero no imposible. No se trata de cambiarlo todo ni de dilapidar un tesoro de veinte siglos; pero sí de evitar una liturgia de museo (anticuada), inexpresiva (rutinaria) o discordante con la cultura de un pueblo: es tarea de todos, y en especial de quienes la presiden, sobre todo si están insertos por su nacimiento y bautismo en aquella cultura.