Desarrollo cognoscitivo
(nacimiento - adolescencia)
Del nacimiento
a los 2 años
Las dendritas y las
sinapsis se
incrementan de manera
exponencial.
El proceso de mielinización se
produce en una secuencia jerárquica
en la que las regiones sensoriales y
motoras primarias maduran antes
que las regiones asociativas.
Los sentidos trabajan bastante bien
y mejoran con rapidez hasta niveles
parecidos a los de los adultos.
Algunos
sentidos, como
el oído, están
activos desde la
etapa prenatal
y otros se desarrollan desde el nacimiento, como el
tacto (responde a la estimulación táctil
especialmente alrededor de la boca, las palmas de
las manos y las plantas de los pies; tiene sensibilidad
a los cambios de temperatura, el dolor, las caricias)
el gusto (es capaz de
diferenciar sabores
dulces y amargos) y el
olfato (identifica el olor
del cuerpo materno).
La vista es el sentido menos desarrollado al
nacer. A las pocas semanas el bebé puede
percibir los bordes y la profundidad de los
objetos, y muestra preferencia por las figuras
con líneas curvas y por los rostros humanos.
Entre los 2 y 3 meses, es
capaz de percibir los colores
y la estructura global de una
imagen, así como reconocer
el rostro de su madre.
Atención y memoria: ambas capacidades,
aunque de forma breve y débil, se encuentran
presentes en los bebés desde que nacen.
A partir del sexto
mes el bebé es
capaz de dirigir su
atención hacia
objetos
novedosos,
pasa de una atención guiada por estímulo
(colores vivos, contrastes, objetos con
sonido y movimiento, etc.) a una conducida
por el interés y el aprendizaje, y es capaz
de mantener la atención sobre un
estímulo.
La mayoría de los investigadores
consideran que los bebés no muestran
memoria explícita (memoria
consciente de eventos y experiencias)
hasta la segunda mitad del primer año.
*Memoria
implícita: memoria
de habilidades y
acciones
automáticas.
La ausencia de recuerdos de los primeros
tres años de vida (amnesia infantil) es un
fenómeno común y se da por la
inmadurez del lóbulo frontal, pues esta
estructura tiene un papel importante en el
recuerdo.
El desarrollo del lenguaje
sigue una secuencia
universal, un patrón
predecible.
El lenguaje oral inicia durante el tercer
trimestre de vida, dependiendo del niño
y de la estimulación recibida; es la etapa
del balbuceo (secuencias de sílabas sin
significado, «pa-pa-pa», «ma-ma-ma»).
Casi al finalizar el primer año,
pronunciará de 1 a 3 palabras («papa»,
«mama», las que se hayan estimulado
desde el principio) y comprenderá las
frases habituales con las que le hablan.
En los siguientes seis u ocho
meses, emitirá las primeras
palabras entendibles, construirá
oraciones de una sola palabra
(holofrases): «más», «pan».
Alrededor de los 24 meses aparece el
lenguaje propiamente dicho. El niño dirá
frases en las que junta dos palabras sin nexos,
«mama-pan», «quiero-más» y manejará un
vocabulario de unas 50 palabras.
Aquí se da la eclosión
del lenguaje, aunque
habrá que esperar
algún tiempo más para
conseguir dominarlo.
Primera infancia:
2 a 6 años
Los efectos del proceso de mielinización y la proliferación
de las conexiones nerviosas son observables por el
aumento de la velocidad del pensamiento y la acción.
Comienza la conexión entre partes
específicas del encéfalo tales como la
corteza prefrontal, el sistema límbico y el
cuerpo calloso (estructura cerebral que
conecta ambos hemisferios cerebrales).
La habilidad para
centrar la atención
se va modificando.
Los niños más pequeños (impulsivos, con
dificultades para controlar la atención) a
medida que crecen y madura su corteza
prefrontal, adquieren más capacidad para
regular su atención y controlar los impulsos.
A partir de los 4 años y medio la ejecución
de tareas atencionales mejora mucho
gracias al desarrollo de las funciones
ejecutivas. Esto facilita el aprendizaje y
posibilita el acceso a la educación formal.
La memoria se vuelve más precisa con el crecimiento del niño, cada vez recuerdan
más información si se les dan ejemplos y ayudas apropiadas, pues de forma
natural o voluntaria aún no tienen las estrategias metacognitivas necesarias.
Los recuerdos conscientes son más
precisos y su capacidad de memoria
aumenta con la edad, pasando de dos
dígitos a los 2-3 años a cinco dígitos a
los 7 años (Dempster, 1981).
La memoria implícita se
desarrolla más
precozmente, por lo que a
los 6 años ya no se aprecian
cambios significativos.
El lenguaje progresa en todos los niveles
(semántico, sintáctico, fonológico,
pragmático y morfológico) rápidamente.
A partir del tercer año los niños comienzan a
usar algunos artículos, plurales, adverbios de
lugar y terminaciones de verbos en pasado;
aunque se salten palabras, el lenguaje es cada
vez más comprensible y hablan con fluidez.
Además, habrá adquirido un buen dominio
del lenguaje que irá mejorando a medida
que crezca. Alrededor de los 6 años el niño
promedio conoce unas 13.000 palabras y
demuestra un dominio gramatical amplio.
Segunda infancia:
6 a 12 años
El cerebro funciona más rápido y de forma más
automática, los niños manejan la información
de un modo cada vez más sofisticado.
De los 6 a los 10 años se produce un incremento
de la actividad de las regiones frontales: el
desarrollo de la corteza prefrontal produce una
mejoría gradual en la capacidad de resolver
problemas y mejora las capacidades atencionales.
El niño puede centrar la atención en la tarea que realiza y mantenerla
durante un tiempo pese a posibles distracciones, puede hacer una
pausa para pensar antes de actuar y esperar su turno.
Está capacitado para dirigir
su mente hacia todo aquello
que lo motive a aprender y
a lo que los adultos estén
motivados a enseñarle.
Durante los años escolares aumenta el control sobre los
procesos de la memoria (codificación, almacenamiento
y recuperación) y aumenta su amplitud (número
máximo de ítems que puede recordar sin cometer
errores): llega a manejar tareas con seis dígitos.
La capacidad de la
memoria a largo
plazo es casi ilimitada
hacia el final de la
segunda infancia.
A partir de los 7 años los niños comienzan a utilizar de manera espontánea
estrategias de memoria; el entrenamiento en este tipo de estrategias ha demostrado
su utilidad en la mejora del rendimiento escolar: el uso de imágenes mentales es útil
para niños de edad más avanzada, mientras que las estrategias de elaboración y
asociación son más beneficiosas para los más pequeños (Schneider, 2004).
También se produce una mejora progresiva de las
capacidades de la memoria de trabajo, lo que permite
realizar cálculos mentales (sumar y restar con llevadas sin
necesidad de anotar en un papel cuántas hay que llevar).
Este periodo se caracteriza
por el dominio de la
mecánica del lenguaje.
El vocabulario
sigue en aumento y
alrededor de los 10
años manejan unas
40.000 palabras.
La gramática
continúa mejorando
y se desarrollan las
habilidades para la
conversación.
Adquieren competencias en el uso de la
pragmática (reglas que gobiernan el uso
del lenguaje) y aprenden a hablar de forma
distinta con sus amigos, con sus profesores
y sus padres (cambio de código).
Adolescencia
El desarrollo del cerebro prepara
el camino para un significativo
crecimiento cognitivo.
En la adolescencia las capacidades
atencionales, mnésicas y de lenguaje, a falta
de un mayor control y perfeccionamiento, ya
están desarrolladas; pero aún se producen
importantes transformaciones en el encéfalo.
Los procesos atencionales
mejoran y se perfeccionan
durante la adolescencia
hasta alcanzar niveles
similares a los del adulto.
También continúan mejorando la velocidad de procesamiento y el control
inhibitorio. Las áreas que mayores cambios sufren desde la pubertad
hasta la juventud son los lóbulos frontales, encargados de la
autorregulación de la conducta y las emociones, el desarrollo de planes de
acción, la capacidad de razonamiento y la flexibilidad de pensamiento.
Este periodo se caracteriza por la aparición de
profundos cambios cualitativos en la estructura del
pensamiento. El adolescente piensa en lo posible y en
lo real; ahora puede pensar hipotéticamente, razonar
de forma deductiva y combinar emociones y lógica.
Según Piaget, la
adolescencia se
caracteriza por el
logro del
pensamiento formal.
En la adolescencia se produce una mejora significativa
en el funcionamiento de la memoria de trabajo y se
perfecciona el uso de las estrategias de codificación,
almacenamiento y recuperación de la información, lo
que permite la adquisición de conocimientos.
En cuanto al lenguaje, a partir de los 11 años se perfeccionan
la gramática, la semántica y la pragmática, el vocabulario
aumenta con el aprendizaje de palabras técnicas y se produce
un cambio en el estilo de escritura, dejando atrás el tipo más
infantil y pasando a un tipo de letra más personal.