Es la forma de la aventura, del valor propio de la interioridad; su contenido es la historia del alma
que parte para conocerse, que busca las aventuras para ser probada en ellas, para hallar, sosteniéndose en
ellas, su propia esencialidad.
El verso tragíco
Es duro y afilado, aísla y produce distancia, Reviste a los héroes con toda la profundidad de su soledad
formalmente innata, y no permite que surjan entre ellos más relaciones que las de La Lucha y el
exterminio; en su lírica pueden resonar la desesperación y la embriaguez del camino y del término.
El Verso dramático
Schiller a Goethe lo describe y lo desenmascara de toda trivialidad del verso trágico posee un filo y un peso
específicos ante los cuales no consigue sostenerse nada que sea meramente vivo, que es lo mismo que
dramáticamente trivial: el temple y el espíritu triviales se descoyuntan inevitablemente en la tensión de
pesos entre la lengua y el contenido.
El Verso épico
crea distancias, pero distancias en la esfera de la vida significan animación felicitaría y ligereza, relajación
de las ataduras que rodean indignamente a las cosas y a los hombres, el alzarse de aquella sorda opresión
que afecta a la vida en cuanto tal y sólo se dispersa en afortunados momentos sueltos.
La Epopeya
es mundo puramente infantil en el cual la violación de las firmes normas recibidas acarrea
necesariamente venganza, la cual, hasta el infinito, tiene a su vez que ser vengada; o bien es teodicea
completa, por la cual crimen y castigo descansan, como pesos iguales y homogéneos, en la balanza del
juicio final.
Son las dos objetivaciones de la épica grande, no se distinguen por el espíritu
configurador, sino por los datos histórico-filosóficos que encuentran ante sí para
darles formas. La novela es la epopeya de una época para la cual no está ya
sensiblemente dada la totalidad extensiva de la vida, una época para la cual la
inmanencia del sentido a la vida se ha hecho problema pero que, sin embargo, conserva
el espíritu que busca totalidad, el temple de totalidad.