La mente respetuosa, al reconocer que en la actualidad nadie puede permanecer ya encerrado en su
caparazón o en su territorio particular, observa y acepta las diferencias entre los individuos y los
grupos humanos, al tiempo que trata de comprender a esos "otros" y procura trabajar con ellos de
forma efectiva.
En un mundo en que todo está interrelacionado, la intolerancia o
la falta de respeto han dejado de ser una opción viable.
siempre ha sido deseable educar a las personas para que por lo menos sean
tolerantes con quienes tienen un aspecto o comportamiento diferente. Si no
podemos aprender a convivir con los demás, el planeta pronto quedará
despoblado.
El ser humano tiende a crear grupos, a
identificarse con los miembros de su grupo
y a adoptar una actitud cautelosa o
claramente hostil hacia otros grupos sea
cual sea su definición.
Durante el primer año de vida ya se
puede distinguir una base para el
respeto a los demás. Los niños de una
guardería ven u oyen el dolor de otro
niño y manifiestan su conciencia de
ello gimiendo o llorando ellos también.
Si los adultos de distinta raza se
mezclan de una manera cómoda y
natural, la fuerza de esta distinción se
reduce.
Hacia los 5 años a más tardar, ya se han trazado las
líneas maestras de la amistad y la hostilidad, de la
inclusión y la exclusión de grupos, del amor y del
odio, del respeto y de la tolerancia.
Hay muchas clases de respeto. No existe ninguna fórmula para conseguir que alguien sea
respetuoso con los demás. El respeto hacia los demás debería impregnar toda nuestra vida.
Es necesario que los estudiantes conozcan las relaciones entre distintos grupos en el pasado y las
formas de poder mejorar estas relaciones en el futuro.
El cometido de los educadores está cada vez más claro. Si queremos formar adultos respetuosos con
las diferencias tendremos que ofrecer lecciones y modelos educativos que fomenten esta actitud. Los
estudiantes toman buena nota del trato mutuo que se dispensan los enseñantes