El secreto de Castielfabib
Allá por tiempos inmemorables, cerca de la Cruz de los Tres Reinos, en lo alto de un cerro, reconstruyeron
un castillo y lo rodearon de una fortaleza para el disfrute tranquilo del Rey. Pero el lugar era demasiado bello
y preciado, y no tardó en ser motivo de codicia y continuos intentos de conquista.
Para infortunio del Rey, de su matrimonio con su amada esposa la Reina sólo nació un varón y cuando el
Rey, todavía joven, se vio enfermo hizo llamar al noble Guillermo, Duque de Aquitania, que era mitad
guerrero mitad ermitaño.
–Te ruego que implores a los cielos para que mi pequeño príncipe quede a salvo de los malhechores que
acechan mi reino. En ti pongo confianza que estará siempre fuera de todo peligro– le encomendó el Rey.
El cura, ante tan enorme y difícil tarea, imploró a los santos y a los ángeles en busca de una solución.
Finalmente, un día, sin saber cómo ni por qué, el cura llamó a la puerta del fiel Jacinto y pidió ayuda a unos
mudos para asegurarse que guardarían siempre silencio. Ataviados con ropas oscuras para pasar
desapercibidos recogieron al pequeño príncipe de manos del apenado Rey, le colocaron un antifaz y se
alejaron por una larga cuesta, aguardando un rato hasta que avanzara el anochecer. Ya en mitad de la
noche, se acercaron a un arroyo, allí donde nacía un cerezo y esperaron silenciosos sin saber muy bien el
qué. De tanto esperar quedaron todos dormidos hasta que les despertó una leve brisa.
Cual fue entonces su sorpresa cuando descubrieron, envuelto entre las ropas, a un pequeño sapo, de
apenas seis centímetros, muy parecido a una rana. Era de color pardo y tenía tres líneas de color amarillo
recorriendo la espalda recordando las lujosas galas del infante. Su piel era lisa, propia de un príncipe, tenía
el hocico largo y puntiagudo, ojos prominentes y pupilas redondeadas de color dorado. Y en su cabecita,
una mancha oscura alargada a modo de antifaz se extendía desde la parte posterior de cada ojo. Los allí
presentes reconocieron en estos rasgos la persona del Príncipe y con tristeza y suave ternura tomaron en
su mano al sapillo pintojo y le ayudaron a saltar al arroyo.
Y desde entonces el pequeño príncipe, convertido en sapillo, ha permanecido a salvo de tiranos, saliendo
sólo cuando es de noche o en los días nublados, aún temeroso de ver su vida peligrar. En Castielfabib, la
Iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, el Convento de San Guillén y las aldeas (Arroyo-Cerezo, Cuesta
del Rato, Los Santos, Mas del Jacinto y Mas de los Mudos) todos los saben y con sus nombres recuerdan el
código de silencio que prometieron guardar para proteger a su sapillo real. Así que les pido a ustedes, que
ahora leen su historia, que hagan igual.
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