Finalmente, Aristóteles zanjó el asunto así: «Soy amigo de Platón, claro, pero aún soy más amigo de la verdad». Aristóteles no creía que la esencia de cada cosa fuese una idea eterna que flotaba por el cielo o no se sabe dónde. Opinaba en cambio que si había una idea estaba en la realidad presente de la cosa misma y era allí donde podíamos estudiarla y comprenderla. Todo lo que existe, dice Aristóteles, está compuesto de materia y forma: la materia es algo así como el soporte opaco y maleable que la forma convierte en algo distinto a lo demás. Del mismo modo, en un jarrón de cerámica, la arcilla es la materia que el alfarero modela hasta que le da la forma que definitivamente le corresponde. Además, cada cosa tiene posibilidades de llegar a ser otras: así, por ejemplo, lo que ahora es actualmente agua puede convertirse en hielo o en vapor. De modo que hay un permanente dinamismo que transforma y moldea sin cesar la realidad. Esta indagación del ser de cada cosa —porque antes de ser esto o aquello todas las cosas son, existen, están en el mundo… sean lo que sean— recibió por parte de Aristóteles el nombre de filosofía primera o fundamental. Pero como los libros en que habla de estas cuestiones fueron clasificados tras su muerte por sus discípulos después de aquellos en que habla de la física, a partir de entonces se llama «metafísica». Literalmente, lo que viene después de la física, pero, en el fondo, lo que se ocupa de cómo es lo que es, de la última esencia o realidad de todo lo que hay. Como veremos, gran parte de los filósofos de los siglos posteriores se han dedicado ante todo a cuestiones metafísicas, que son las más complejas y abstractas de todas.
Fernando Savater, Historia de la filosofía sin temor ni temblor, p.38-37
En el texto se dice: “gran parte de los filósofos de los siglos posteriores se han dedicado ante todo a cuestiones metafísicas”. Pero si los filósofos no se hubiesen ocupado de este tipo de cuestiones entonces:
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