“Visto desde el malecón, el muladar formaba una especie de acantilado oscuro y humeante, donde los gallinazos y los perros se desplazaban como hormigas.
Desde lejos los muchachos arrojaron piedras para espantar a sus enemigos. El perro se retiró aullando.
Cuando estuvieron cerca sintieron un olor nauseabundo que penetró hasta sus pulmones. Los pies se le hundían en un alto de plumas, de excrementos, de materias descompuestas o quemadas.
Enterrando las manos comenzaron la exploración.
A veces, bajo un periódico amarillento, descubrían una carroña devorada a medias. En los acantilados próximos los gallinazos espiaban impacientes y algunos se acercaban saltando de piedra en piedra, como si quisieran acorralarlos. Efraín gritaba para intimidarlos y sus gritos resonaban en el desfiladero y hacían desprenderse guijarros que rodaban hacía el mar. Después de una hora de trabajo regresaron al corralón con los cubos llenos”.
En relación a la cita de “Los gallinazos sin plumas”, de Julio Ramón Ribeyro, ¿qué interpretación se puede colegir?
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