Responder de la pregunta 1 hasta la 4.
LA GUERRA Y SUS MEMORIAS
Colombia apenas comienza a esclarecer las dimensiones de su propia tragedia. Aunque
sin duda la mayoría de nuestros compatriotas se sienten habitualmente interpelados por
diferentes manifestaciones del conflicto armado, pocos tienen una conciencia clara de sus
alcances, de sus impactos y de sus mecanismos de reproducción. Muchos quieren seguir
viendo en la violencia actual una simple expresión delincuencial o de bandolerismo, y no
una manifestación de problemas de fondo en la configuración de nuestro orden político
y social.
El carácter invasivo de la violencia y su larga duración han actuado paradójicamente
en detrimento del reconocimiento de las particularidades de sus actores y sus lógicas
específicas, así como de sus víctimas. Su apremiante presencia ha llevado incluso a
subestimar los problemas políticos y sociales que subyacen a su origen. Por eso a menudo
la solución se piensa en términos simplistas del todo o nada, que se traducen o bien en
la pretensión totalitaria de exterminar al adversario, o bien en la ilusión de acabar con
la violencia sin cambiar nada en la sociedad. Una lectura del conflicto en clave política
mantiene las puertas abiertas para su transformación y eventual superación, lo mismo
que para reconocer, reparar y dignificar a las víctimas resultantes de la confrontación
armada.
En este contexto, es un acontecimiento reciente la emergencia de las víctimas en la
escena social y en los ámbitos institucionales y normativos. Tierra, verdad y reparación
constituyen, en efecto, la trilogía básica de la Ley de Víctimas que inauguró un nuevo
modo de abordar el conflicto en el Estado colombiano. Durante décadas, las víctimas
fueron ignoradas tras los discursos legitimadores de la guerra, fueron vagamente
reconocidas bajo el rótulo genérico de la población civil o, peor aún, bajo el descriptor
peyorativo de “daños colaterales”. Desde esta perspectiva, fueron consideradas como un
efecto residual de la guerra y no como el núcleo de las regulaciones de esta.
La polarización minó el campo de la solidaridad con las víctimas, incluso las movilizaciones
ciudadanas contra modalidades de alto impacto, como el secuestro y la desaparición
forzada, se inscribieron en esta lógica dominante en el campo político. Las víctimas
particularmente del paramilitarismo fueron puestas muchas veces bajo el lente de la
sospecha, se establecieron en general jerarquías oprobiosas según el victimario, que
tuvieron como correlato la eficacia o la desidia institucional, la movilización o la pasividad
social.
Fuente: Grupo de memoria histórica. Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad. Colombia: Imprenta nacional. 2013.
Frente a la concepción que entiende la violencia como un fenómeno delincuencial o de
bandolerismo, se reconoció la situación de violencia como un conflicto armado, al principio
del gobierno de Juan Manuel Santos. Entre otros aspectos, este reconocimiento tiene
implicaciones para el ejército, porque
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