PSICOPATOLOGÍA Y "TEORÍA DE
LAS RELACIONES OBJETALES"
Braunstein establece la existencia de
cuatro lecturas psicoanalíticas.
De las cuales una de ellas es debido a la autoría de
Anna Freud. Anna brinda una extraordinaria
importancia a los distintos mecanismos de defensa.
Por otra parte esta Melanie
Klein inspirada en las
cuestiones biologistas.
Su principal aporte de Melanie Klein fue su teoría de las "relaciones objetales". La cual
brinda un importante aporte al psicoanálisis en la comprensión de la constitución de la
subjetividad, las relaciones vinculares, los vínculos afectivos y los complejos y
psicopatologías resultantes
DESARROLLO
La criatura humana en el momento mismo de su nacimiento y durante algún
tiempo, se encuentra en un periodo pre-lingüístico y carente de toda estructura,
donde no discierne el “yo” del “no yo”, el “yo” del “otro”; en este periodo no es
capaz de concebir la otredad porque no puede concebirse así mismo.
Este momento original del desarrollo, se ha denominado según distintos autores y
autoras, la fase ego-cósmica, egocéntrica o autística —en este último caso no se hace
referencia al síndrome clínico del autismo— todo lo cual, corresponde al narcisismo
primario o narcisismo absoluto freudiano (Freud, 1914), que es un narcisismo sin
objeto, es decir, donde no existe la noción del otro, a partir de lo cual me constituyo
como sujeto.
No es de extrañar que el primer discernimiento del universo visual sea el
rostro humano, habida cuenta de que se ha comprobado experimentalmente,
que durante las primeras semanas y meses de vida, los bebés reaccionan a
determinados estímulos próximos —cercanos a los veinte centímetros— de su
campo visual, que es aproximadamente la distancia que separa los rostros de
la madre y el bebé durante el amamantamiento.
Tampoco es azaroso que dentro de los primeros “avistamientos” se
encuentre el pecho materno asociado a funciones oral-alimenticias
vitales y vinculado al apego afectivo, ya que el amamantamientoes por
antonomasia, el primer vínculo que se establece con un otro significativo,
quien gratifica y resarce las necesidades emocionales y de seguridad de la
joven criatura.
De esta manera, la criatura humana es capaz de reconocer un rostro primordial y
esencial, lo propio ocurre con el pecho y con la voz, es decir, que entre todas las
presencias discierne e integra la presencia materna o de quien asuma dicha
representación. Este es un momento crucial en el desarrollo de la subjetividad
humana, donde por primera vez se reconoce un otro, un semejante, un igual
vinculado pero a la vez diferenciado de sí mismo, en quien se deposita la confianza
y la seguridad.
Es así como el niño o la niña exigen una presencia determinada, que
le es entrañable y a la cual reconocen claramente, cuya ausencia
provoca una primera angustia que precisamente se denomina “de
separación”. La “angustia de separación” se
Este vínculo particularmente estrecho y profundo entre la madre y su hijo o hija, se denomina
simbiosis (Mahler, 1972). La simbiosis es un concepto de la Biología que la Psicología asume para sí,
el cual describe una interdependencia entre dos organismos, en nuestro caso, entre la madre y el
hijo o la hija. Dicha interdependencia es clara y evidente en el caso de la pequeña criatura humana,
ya que ese habla del quinto o sexto mes de vida y evidentemente, este no tiene ninguna
oportunidad de sobrevivir sin los cuidados y auxilios de un adulto. Igualmente, la madre o quien la
representa, genera una relación simbiótica con el niño o la niña, al punto de establecer una fusión
dual, de manera tal que madre e hijo o hija terminan siendo uno.
Dichas experiencias primarias a nivel objetal, dejarán una
marca indeleble, de manera tal que determinarán aspectos
constitucionales y estructurales que nos definirán como
sujetos, a partir de sus consecuencias positivas y negativas.
Generando así, algunos de los siguientes cuadros patológicos:
En el llamado trastorno de personalidad dependiente (Asociación Americana de
Psiquiatría, 2002), acaece una simbiosis no resuelta que trasciende el momento
evolutivo de su superación que frecuentemente, persiste durante toda la infancia, la
adolescencia y la vida adulta. Este trastorno es prohijado por una madre o su
representante con rasgos de personalidad dependencial, cuando no con un trastorno de
personalidad dependiente propiamente dicho, encuentra en el hijo o hija su amparo y
un soporte afectivo y emocional, sin el cual, fácilmente se derrumba.
En el trastorno paranoide de la personalidad (Asociación Americana de Psiquiatría, 2002), se
encuentra la existencia de un fuerte defraudamiento primario, en términos de que el objeto
afectivo primordial no resarce, ni libidinal ni narcisistamente al individuo. La confianza
cifrada en un otro significativo que no es correspondida, refuerza la posición que Melanie
Klein denominó “esquizo-paranoide” (Hinshelwood, Robinson y Zárate, 1997), según la cual
no solo se desconfía de los demás, sino que se les teme verbigracia de la proyección de las
propias pulsiones de destrucción y muerte, que en virtud de dicho mecanismo, devienen
como amenazas del exterior, resultado de un abandono o una agresión real y fantaseada,
por lo cual no se espera de los otros, más que daño y traición.
En relación a las constituciones de naturaleza narcisista (Asociación
Americana de Psiquiatría, 2002), existe una sobrecarga más allá de lo
normal y conveniente de libido materna, en desmedro de las
disposiciones necesarias para enfrentar la inevitable condición de la
frustración, la cual fortalece el criterio de realidad, ya que ubica los
límites y contornos del “yo”, en los contextos interpersonales y
socioculturales, impidiendo que el ego se expanda narcisísticamente sin
control alguno.
La personalidad antisocial (Méndez, 2003) puede ser explicada a partir de una
acumulación libidinal del sujeto sobre sí mismo(a) en detrimento de los objetos afectivos,
debido a un defraudamiento primario de naturaleza “maligna”, concepto utilizado por
Otto Kemberg (1989). Bien decía Freud (1915) que las necesidades pulsionales pueden ser
satisfechas de manera autoerótica o requerir de un objeto afectivo externo para su
satisfacción. En caso de que dicho objeto afectivo sea omiso, rechazante o destructivo,
esas pulsiones retornan narcisísticamente al sujeto que se convierte en el propio objeto
afectivo, mostrándose autocomplaciente y tendiendo a satisfacer sus necesidades a
expensas de los demás.
Siempre y cuando la madre o quien la representa abra la puerta y permitan al hijo o la hija acceder
al mundo y a la vida, se arribará a la etapa denominada separación e individuación, que consiste
precisamente en el rompimiento de la simbiosis a partir de lo cual, la criatura humana se sabe y se
siente diferente de la madre, quien se ubica en el lugar de la otredad, lo cual implica que a partir de
dicho momento, el niño y la niña deben asumir como suyas sus emociones y afectos,
independientemente de su madre y de su valencia —sea esta positiva o negativa—; de manera tal,
que los denuestos y ataques fantaseados y proyectados sobre el objeto afectivo que amenazaban
con destruirlo, se tienen que asumir como propios, lo que conduce a la clásica posición depresiva
kleiniana.
Desde una perspectiva socio-emocional, otro gran
momento del desarrollo del ser humano lo
constituye el complejo de Edipo, que ha sido definido
como el gran organizador de la personalidad, a partir
de su relevancia onto y filogenético.
La resolución edípica en Freud implica el rompimiento de la díada madre/hijo e hija y el establecimiento
de la triada edípica con la inclusión del padre o su subsidiario. El padre o quien lo representa es quien le
dice metafóricamente a la madre y al niño o la niña que: “aquí no se juega de a dos, sino de a tres, yo
cuento en esta relación…”, estableciéndose de esta manera, la tríada edípica, esto es: madre, padre, hijo
o hija. El padre se ubica como el tercero incluido en la relación diádica, como ese otro del deseo de la
madre que no es el hijo o la hija. Es ese otro por el cual la madre hace una esquicia en la mirada y vuelve
a ver a un tercero que convoca su deseo, desplazando al niño o a la niña como objeto exclusivo de
afecto. Es menester aclarar que la función de corte y autoridad asignada a la función paterna ha sido
discutida por Benjamin (1996) y otras autoras, quienes indican que es la madre quien impone sus
propios límites y obra la separación entre ella y sus hijos e hijas
En una perspectiva psicodinámica a partir del complejo de Edipo y según sea su resolución a nivel
etiopatogénico, se tendrá como posibilidad el surgimiento de las neurosis que clásicamente Freud
definió como obsesión, fobia e histeria, aunque originalmente, el propio Freud incluyó las
denominadas neurosis de ansiedad. Desde el punto de vista psicoanalítico, estos trastornos comparten
una etiología semejante, la cual se caracteriza por el dilema entre el deseo que convoca el objeto
afectivo primordial y la denegación que la cultura impone (Freud, 1930). El caso de la manifestación
fóbica de la neurosis estará signada por el temor al castigo, debido a la trasgresión real o imaginada
del precepto del incesto. En el caso de las obsesiones, se tiene como resultado la culpa asumida por
haber accedido de manera real o fantaseada al tabú del incesto. La histeria por su parte se debate en la
ambivalencia que suscita la seducción y la prohibición para acceder al objeto primordial del deseo.
Para la teoría de las Relaciones Objetales, las perversiones son una suerte de fijación pregenital, ergo,
corresponden a una sexualidad inmadura, infantil, temprana y generalizada, característica de una
detención en el desarrollo psicosexual. Desde el punto de vista psicoanalítico clásico (Freud, 1909,), esta
sexualidad se caracteriza por su polimorfía, su adscripción a la díada materno-filial y el no
advenimiento del objeto paterno en su condición de ruptura. Clínicamente, no existe una integración
del objeto sexual, el cual se caracteriza por su parcialidad. Para la lectura estructural psicoanalítica, el
perverso es aquel que conociendo la ley paterna, la desobedece y en este acto, se pone al margen de
toda forma jurídica, ya que al no reconocer esta ley primordial, no reconocerá toda legalidad ulterior
que se asienta precisamente en el precepto fundacional del tabú del incesto.
Existe también el Freud de la palabra y la interpretación con la
posibilidad de acceder al contenido inconsciente a partir de la
re-simbolización y la resignificación, el cual será el Freud de Lacan
Pro ultimo esta el Freud de los textos culturales, el de la relación y
tensión entre el sujeto y la cultura de la psicogénesis y
sociogénesis en tanto y en cuanto, dimensiones del ser. Es el
Freud de la escuela crítica y de los denominados culturalistas.