Anciano de 75 años, se
desempeñaba como cura de
Brignolles.
En 1804 conoció al Emperador quien pidió al
cardenal Fesch que nombrara a Carlos Myrel
obispo de D.
Tenía una hermana, 10 años menor que él. La
señorita Baptistina era alta, pálida, delgada, de
modales muy suaves
CAPITULO II
El palacio episcopal de D. estaba contiguo al hospital, y era un vasto
y hermoso edificio construido en piedra a principios del último siglo
El hospital era una casa estrecha y baja, de dos pisos, con un
pequeño jardín atrás. Tres días después de su llegada, el obispo
visitó el hospital. Terminada la visita, le pidió al director que
tuviera a bien acompañarlo a su palacio.
Monseñor decidió cambiarse al hospital y
que trasladaran a los enfermos al palacio
porque era más amplio
Dono los 15,000 francos que
ganaba para el funcionamiento
del hospital
CAPITULO II
Monseñor dio a conocer sus obras
literarias, leía a doña Magloire varías frases
de sus libros
La Caida
En los primeros días del mes de octubre de
1815, aparece un señor con aspecto un tanto
desconsertante
El señor necesitaba un lugar donde pasar la noche , asi
que fue a una posada El señor necesitaba un lugar donde
pasar la noche , asi que fue a una posada llamada "La
Cruz de Colbas",
El posadero no quiso darle ni un cuarto
donde dormir ni comida al señor porqué
desconfiaba de él, después de tanto discutir,
el señor tuvo que irse
Poco después el obispo, sabiendo que su hermana lo
esperaba para cenar, cerró su libro y entró en el comedor. En
ese momento, la señora Magloire hablaba con singular viveza
Entonces la señora Magloire comenzó de nuevo su historia, exagerándola un
poco sin querer y sin advertirlo. Decíase que un gitano, un desarrapado, una
especie de mendigo peligroso, se hallaba en la ciudad.
-Y como monseñor nunca pone llave a la puerta y
tiene la costumbre de permitir siempre que entre
cualquiera... En ese momento se oyó llamar a la
puerta con violencia. -¡Adelante! -dijo el obispo
La puerta se abrió. Pero se abrió de par en par, como si alguien la
empujase con energía y resolución. Entró un hombre. A este hombre
lo conocemos ya. Era el viajero a quien hemos visto vagar buscando
asilo. Entró, dio un paso y se detuvo, dejando detrás de sí la puerta
abierta. Llevaba el morral a la espalda; el palo en la mano; tenía en
los ojos una expresión ruda, audaz, cansada y violenta