CARTA ENCÍCLICA SOLLICITUDO REI
SOCIALIS DEL SUMO PONTÍFICE JUAN
PABLO II
La presente reflexión tiene la finalidad de subrayar, mediante la ayuda de la investigación teológica sobre las
realidades contemporáneas, la necesidad de una concepción más rica y diferenciada del desarrollo, según las
propuestas de la Encíclica, y de indicar asimismo algunas formas de actuación.
NOVEDAD DE LA ENCÍCLICA POPULORUM
PROGRESSIO
La encíclica Populorum
Progressio se presenta, en
cierto modo, como un
documento de aplicación de
las enseñanzas del Concilio.
Por consiguiente se puede afirmar que:
La Encíclica Populorum Progressio es como la respuesta a la llamada del
Concilio, con la que comienza la Constitución Gaudium et spes
Tambien el temático, la Encíclica, siguiendo la gran tradición de la enseñanza social de la Iglesia, propone
directamente, la nueva exposición y la rica síntesis, que el Concilio ha elaborado de modo particular en la
Constitución Gaudium et spes.
Estas y otras referencias explícitas a la Constitución pastoral llevan a la conclusión de que
La Encíclica se presenta como una aplicación de la enseñanza conciliar en materia social respecto al problema
específico del desarrollo así como del subdesarrollo de los pueblos.
La aspiración a la liberación de toda forma de esclavitud, relativa al hombre y a la sociedad, es algo noble y
válido
Como aspecto mas importante vemos que
Los pueblos y los individuos aspiran a su liberación
Refiriendo esto a la búsqueda del pleno desarrollo es el
signo de su deseo de superar los múltiples obstáculos
que les impiden gozar de una « vida más humana
Recientemente en América Latina
Se ha difundido un nuevo modo de afrontar los problemas de la
miseria y del subdesarrollo, que hace de la liberación su:
Categoría fundamental
Primer principio de acción
El principal obstáculo que la verdadera liberación debe vencer es el pecado y las estructuras que llevan al
mismo, a medida que se multiplican y se extienden
En el marco de las tristes experiencias de estos últimos años y del panorama prevalentemente negativo del
momento presente, la Iglesia debe afirmar con fuerza la posibilidad de la superación de las trabas que por
exceso o por defecto, se interponen al desarrollo, y la confianza en una verdadera liberación.
Por tanto, no se justifican
La desesperación
El pesimismo
La pasividad
Todos estamos llamados, más aún obligados, a afrontar este
tremendo desafío de la última década del segundo milenio.
Cada uno está llamado a ocupar su propio lugar en esta campaña pacífica que hay que
realizar con medios pacíficos para conseguir el desarrollo en la paz, para salvaguardar
la misma naturaleza y el mundo que nos circunda.
Lo que está en juego es la dignidad de la persona humana, cuya defensa y
promoción nos han sido confiadas por el Creador, y de las que son rigurosa y
responsablemente deudores los hombres y mujeres en cada coyuntura de la
historia. El panorama actual —como muchos ya perciben más o menos
claramente—, no parece responder a esta dignidad.
En este empeño deben ser ejemplo y guía los hijos de la Iglesia, llamados, según el programa enunciado por el
mismo Jesús en la sinagoga de Nazaret