Para esos pensadores la
principal función de la mente
era dar una expresión
vagamente definida pero
intuitivamente válida a su
afianzada convicción de que la
experiencia humana tiene
importantes dimensiones que
la teoría física (y, parí passu, las
teorías psicológicas y sociales
modeladas según la teoría
física) omite considerar.
"La mente es pensar, es la reacción de un organismo como un todo en tanto
unidad coherente...
"Mente" es un término que denota una clase de habilidades, propensiones,
facultades, tendencias, hábitos; se refiere, para decirlo con una frase de
Dewey, a un "fondo activo y ansioso que está al acecho y que entra en relación
con cualquier cosa que se le ponga en su camino". Y como tal, la mente no es
ni una acción ni una cosa; es un sistema organizado de disposiciones que
encuentra su manifestación en algunas acciones y en algunas cosas.
Durante los últimos cincuenta años prevalecieron dos concepciones de la
evolución de la mente humana, ambas inadecuadas. La primera es la tesis de
que los procesos de pensamiento humano que Freud llamó "primarios"
(sustitución, inversión, condensación, etc.) son filogenéticamente anteriores a
los que llamó "secundarios" (razonamiento dirigido, lógicamente ordenado, etc.).
La segunda concepción de la evolución mental humana surgió como reacción a
esta urdimbre de errores y postuló que no sólo la existencia de la mente
humana en su forma esencialmente moderna es un requisito previo para la
adquisición de cultura, sino que el crecimiento de la cultura misma no tuvo
ninguna acción significativa en la evolución mental.
Por lo menos en lo que se refiere a la antropología, una de las más importantes
ventajas de una respuesta disposicional a la pregunta "¿qué es la mente?"
consiste en que nos permite reconsiderar una cuestión clásica sin reanimar
controversias clásicas