En el sur del mundo donde las estaciones están cambiadas y el invierno no ocurre en
Navidad, como en las naciones cultas, sino en la mitad del año, como en las regiones
bárbaras
A comienzos del siglo no había nada allí que los ingleses pudieran llevarse, pero
obtuvieron concesiones para criar ovejas. En pocos años los animales se multiplicaron
en tal forma que de lejos parecían nubes atrapadas a ras del suelo, se comieron toda
la vegetación y pisotearon los últimos altares -U las culturas indígenas.
En ese lugar Hermelinda se ganaba la vida con juegos de fantasía. , la gran casa de la
Compañía Ganadera, rodeada por un césped absurdo, defendido contra los abusos del
clima por la esposa del administrador, quien no pudo resignarse a vivir fuera del corazón
del Imperio Británico y siguió vistiéndose de gala para cenar a solas con su marido,
los juegos ¡lícitos de Hermelinda. Ella era la única mujer joven en toda la
extensión de esa tierra, aparte de la dama inglesa, quien sólo cruzaba el
cerco de las rosas para matar liebres a escopetazos y en esas
ocasiones apenas se alcanzaba a vislumbrar el velo de su sombrero en
medio de una polvareda de infierno y un clamor de perros perdigueros.
Hermelinda, en cambio, era una hembra cercana y precisa, con una atrevida mezcla de
sangre en las venas y muy buena disposición para festejar
En el juego de El Sapo un hombre podía perder en quince minutos la paga del mes.
Hermelinda dibujaba una raya de tiza en el suelo y a cuatro pasos de distancia trazaba
un amplio círculo, dentro del cual se recostaba, con las rodillas abiertas’ sus piernas
doradas a la luz de las lámparas de aguardiente’ Aparecía entonces el oscuro centro de
su cuerpo, abierto como una fruta, como una alegre boca de sapo, mientras el aire del
cuarto se volvía denso y caliente.
Hasta el día en que apareció Pablo, el asturiano, muy pocos habían ganado ese par de
horas prodigiosas, aunque varios habían disfrutado algo similar, pero no por unos
céntimos, sino por la mitad de su salario.
Pablo era un hombre enjuto, de huesos de pollo y manos de infante, cuyo aspecto
físico se contradecía con la tremenda tenacidad de su temperamento. Al lado de la
opulenta y jovial Hermelinda, él parecía un mequetrefe enfurruñado, pero aquellos que al
verlo llegar pensaron que podían reírse un rato a su costa, se llevaron una sorpresa
desagradable
Llegó hasta esas tierras porque oyó el rumor de que al final del mundo había una
mujer capaz de torcer la dirección del viento, y quiso verla con sus propios ojos.La
enorme distancia y los riesgos del camino no lograron hacerlo desistir y cuando por fin
se encontró en la bodega y tuvo a Hermelinda al alcance de la mano, vio que ella estaba
fabricada de su mismo recio metal y decidió que después de un viaje tan largo no valía
la pena seguir viviendo sin ella.
Hermelinda le pareció hermosa y salvaje como una leona de las montañas. Sintió
alborotársele el instinto de cazador y el vago dolor del desamparo, que le había
atormentado los huesos durante todo el viaje, se le convirtió en gozosa anticipación.
Salió casi arrastrándola y los demás se quedaron mirando sus relojes y bebiendo,
hasta que pasó el tiempo del premio, pero ni Hermelinda ni el extranjero aparecieron.
Transcurrieron tres horas, cuatro, toda la noche, amaneció y sonaron las campanas de
la gerencia llamando al trabajo, sin que se abriera la puerta.
Hermelinda hizo una vaga señal de despedida a sus desolados admiradores y siguió a
Pablo, el asturiano, por las llanuras peladas, sin mirar hacia atrás. Nunca más regresó.
Hermelinda, que para divertir a sus trabajadores la Compañía Ganadera instaló
columpios, compró dardos y flechas para tiro al blanco e hizo traer de Londres un
enorme sapo de loza pintada con la boca abierta, para que los peones afinaran la
puntería lanzándole monedas;
Primer Juego: La Gllina CiegaLos: Los participantes en la Gallina ciega se quitaban los
pantalones, pero conservaban los chalecos, los gorros y las botas forradas en piel de
cordero, para defenderse del frío antártico que silbaba entre los tablones. Ella les
vendaba los ojos y comenzaba la persecución. A veces se formaba tal alboroto que las
risas y los jadeos cruzaban la noche más allá de las rosas y llegaban a oídos de los
ingleses, quienes permanecían impasibles
Segundo Juego:El Columpio era otro de los juegos. La mujer se sentaba sobre una tabla
colgada del techo por dos cuerdas. Desafiando las miradas apremiantes de los
hombres, flexionaba las piernas y todos podían ver que nada llevaba bajo sus enaguas
amarillas. Los jugadores ordenados en fila, tenían una sola oportunidad de embestirla y
quien lograba su objetivo se veía atrapado entre los muslos de la bella, en un revuelo de
enaguas, balanceado, remecido hasta los huesos y finalmente elevado al cielo. Pero muy
pocos lo conseguían y la mayoría rodaba por el suelo entre las carcajadas de los
demás.