Al desaparecer el templo y la clase sacerdotal, el
judaísmo se replegó en torno a la ley, y nació una
nueva ortodoxia vigilada por los fariseos y los maestros
de la ley, cuya intolerancia acrecentó las tensiones entre
la iglesia cristiana y la sinagoga judía, hasta llegar a
una abierta ruptura y al enfrentamiento
Este hecho favoreció a
la identificación de la iglesia como algo distinto del judaísmo. Al mismo
tiempo, la actitud de las comunidades cristianas hacia la cultura
helenística y hacia el imperio romano era en esta época de diálogo e
integración. Hacia dentro, las comunidades cristianas se enfrentaban
en esta época a una crisis de maduración. Habían desaparecido ya los
ímpetus iniciales y resultaba difícil vivir la radicalidad del evangelio. La
tentación de acomodarse al mundo era grande y la perseverancia
difícil. Por eso se hacía necesario recuperar la radicalidad de vida de
Jesús contenida en las tradiciones evangélicas.
Otra característica de esta nueva situación es
La desaparición de los apóstoles que habían conocido a Jesús. Ya
nadie podía decir: ¡Yo lo vi! y por eso se hacía más urgente conservar
de forma fidedigna las tradiciones recibidas. Nacen así diversas
tradiciones vinculadas a los principales apóstoles de la primera
generación, y relacionadas con las diversas áreas de implantación del
cristianismo.
La tradición Petrina
tenía su centro en Antioquía, la de Santiago en Jerusalén, la de
Juan en las zonas rurales de Transjordania, y la de Pablo, que era
la más extendida, en las regiones de Asia Menor, Grecia y Roma.
En esta época el cristianismo había llegado también a Egipto y a
otros lugares, donde florecieron otras tradiciones vinculadas a
otros apóstoles o personajes importantes.
Sin embargo
durante esta segunda generación se inició un proceso
de unificación de las diversas tradiciones en torno a
las dos más importantes: la Petrina y la Paulina, que
se convirtieron en norma y medida de las demás.
Fidelidad a la tradición recibida
La preocupación por mantener la fidelidad a las
tradiciones recibidas se acrecentó durante la
segunda generación cristiana. Hay, sin embargo,
un cambio importante con respecto a la
generación apostólica: el garante de las
tradiciones no es ya “el Señor” (1Cor 7,10;
11,23-26), sino los apóstoles, cuyos recuerdos
adquieren un carácter de tradición sagrada.
En el prólogo de su evangelio Lucas habla de
una cadena de transmisión formada por los
testigos oculares, los ministros de la palabra y los
redactores de los evangelios, entre los que se
incluye él mismo (Lc 1,1-3). Nótese que quienes
forman esta cadena de transmisión son siempre
personas que pueden dar testimonio por su
propia experiencia (los testigos oculares), o porque
han recibido el encargo de conservar fielmente
esta tradición (ministros de la palabra).
La tarea de estos ministros es
“lo que has oído de mí en presencia de
muchos testigos, confíalo a hombres
fieles, que a su vez sepan enseñar a
otros” (2Tim 2,2). Lo cual indica que
durante el proceso de la formación de los
evangelios hubo una preocupación
explícita por ser fieles a las tradiciones
recibidas, y que dicha transmisión fue
confiada a personas encargadas
conservarlas y de transmitírselas a otros.
¿Por qué se escribieron los evangelios?
Durante cuarenta años las comunidades cristianas
vivieron sin los evangelios. Sin embargo, en los
primeros años de la segunda generación cristiana,
y en un corto espacio de tiempo se escribieron, al
menos, los cuatro evangelios canónicos.
¿Cuáles fueron las circunstancias y las
motivaciones que motivaron la redacción de los
evangelios?
Un acontecimiento determinante fue
la muerte de los que habían
acompañado a Jesús. Antes de que su
testimonio se olvidara era necesario
ponerlo por escrito. La desaparición de
los testigos oculares hacía más difícil
distinguir entre las diversas
interpretaciones que empezaban a
circular acerca de Jesús y su mensaje.
Algunos sostenían que lo único
importante eran sus enseñanzas, no
su vida. Los evangelios se escribieron,
en parte, para contrarrestar esta
opinión y dejar claro que la historia de
Jesús, su encarnación, pertenece a la
esencia de la fe cristiana.
Finalmente
todos los evangelios tienen detrás una
motivación pastoral. Las comunidades de
la segunda generación cristiana tenían
necesidad de escuchar el mensaje de
Jesús en toda su radicalidad, porque el
paso del tiempo había hecho mucho más
real el peligro de acomodarse al mundo.
Los evangelios les ofrecían la oportunidad
de recuperar esta radicalidad.
El papel de los Evangelistas
Los evangelios son el último eslabón de este
proceso de unificación de las diversas tradiciones
que se habían transmitido en diversos grupos
cristianos, en diversos ámbitos de la vida de las
comunidades y en diversos géneros literarios.
Consistio en
integrar estas tradiciones, algunas de las cuales constaban
ya por escrito, e integrarlas dentro de un marco narrativo.
Su labor no consistió sólo en juntar estas tradiciones, sino
que llevaron a cabo una importante labor redaccional, que
consistió en seleccionar los materiales recibidos y situarlos
dentro del marco narrativo de sus obras, abreviándolos o
ampliándolos, para iluminar las nuevas circunstancias que
vivían sus comunidades.
Además de estas dos fuentes, ambos evangelistas contaron con
tradiciones propias (M = material propio de
Mateo; L = material propio de Lucas), orales o
escritas, que incluyeron en sus evangelios.
Estos datos han dado lugar a
la hipótesis de las dos fuentes (Mc y Q) que tratan de explicar las
relaciones entre los evangelios sinópticos. Marcos es, pues, el evangelio
más antiguo. En la composición de su relato utilizó seguramente
tradiciones y colecciones. Su tarea no consistió simplemente en reunir
todas estas tradiciones, sino que las actualizó y las organizó siguiendo un
esquema que los misioneros cristianos utilizaban para contar los
principales acontecimientos de la vida de Jesús. Mateo y Lucas no sólo
siguieron el trazado básico de Marcos, sino que incluyeron en sus relatos la
mayor parte de dicho evangelio, aunque con importantes modificaciones,
que tratan de aplicar los diversos pasajes a las situaciones de sus
respectivas comunidades.
Téngase en cuenta que
El evangelio de Juan tiene su propia historia. Sus coincidencias
con los sinópticos son muy pocas, porque sus fuentes fueron
distintas, y sólo en contadas ocasiones (p. e. en el relato de la
pasión) se encuentran relatos procedentes de una tradición
común (véase la introducción al evangelio de Juan).