LITERATURA

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Comienzo de Obras LITERARIAS famosas, Con imagen ...
Ulises Yo
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Ulises Yo
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LITERATURA
  1. ... Cuando yo tenía seis años, vi en un libro sobre la selva virgen que se titulaba "Historias vividas", una magnífica lámina.
    1. ... Representaba una serpiente boa que se tragaba a una fiera. En el libro se afirmaba:
      1. ... "La serpiente boa se traga su presa entera, sin masticarla. Luego ya no puede moverse y duerme durante los seis meses que dura su digestión".
        1. Reflexioné mucho en ese momento sobre las aventuras de la jungla y a mi vez logré trazar con un lápiz de colores mi primer dibujo.
          1. Con un caballito blanco el niño volvió a soñar; ... y por la crin lo cogía... ¡Ahora no te escaparás!
            1. Apenas lo hubo cogido, el niño se despertó. Tenía el puño cerrado. ¡El caballito voló!
              1. Las huestes de don Rodrigo desmayaban y huían cuando en la octava batalla sus enemigos vencían.
                1. Rodrigo deja sus tiendas ... y del real se salía, ... solo va el desventurado, sin ninguna compañía.
                  1. ¿No ha de haber un espíritu valiente? ¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?
                    1. No he de callar por más que con el dedo, ya tocando la boca o ya la frente, ... silencio avises o amenaces miedo.
                      1. ABSURDO = El director del primer colegio al que fui de pequeño se llamaba Vicente. En aquella época pasaban lista todos los días y los alumnos teníamos que gritar "presente" al ser nombrados. Yo siempre creí que mis compañeros decían "Vicente", en homenaje al director del centro, de manera que cuando me llegaba el turno gritaba con marcial entusiasmo: --¡Vicente! Nunca nadie me lo reprobó. Es probable que me entendieran mal, como yo a ellos. De este modo transcurría una vida llena de malentendidos, que es lo normal. La educación consiste en aceptar lo que no comprendemos.
                        1. A los pocos meses de mi entrada en el colegio, cambiaron al director y entró uno que se llamaba Antonio. Al día siguiente de su llegada, al pasar lista, todos mis compañeros continuaban gritando "Vicente" ("presente" en realidad), por pura rutina, pensé. De súbito, me entró una alegría enorme al darme cuenta de que yo iba a ser el único de todo el colegio que hiciera las cosas bien. Mientras los apellidos sobrevolaban el patio de recreo en el que permanecíamos en fila, rogaba a Dios que nadie se me adelantara. Fueron los minutos más angustiosos de mi vida, pues iba muy mal en los estudios y aquélla era una oportunidad de oro para demostrar que mi inteligencia estaba tan despierta como la de cualquier otro. Ya veía al prefecto de disciplina dirigiéndose a mí para felicitarme por aquel alarde de buenas maneras.
                          1. Por fin, tras una eternidad, escuché mi apellido y grité más alto que nunca: --¡Antonio! El prefecto permaneció atónito unos segundos y después me preguntó que qué había dicho. "Antonio", respondí yo, comprendiendo que algo funcionaba mal. Como no fui capaz de dar una explicación razonable, me tuvieron bajo observación psicológica una temporada. Ahora, con la perspectiva que dan los años, creo que tan absurdo era decir "presente" como decir "Antonio". Pero al común de las personas le parece más lógico gritar "presente". ¿A qué negarlo? Siempre tuve dificultades de adaptación.
                            1. En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda.
                              1. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza.
                                1. – ¡Cuán gritan esos malditos! Pero, ¡mal rayo me parta si en concluyendo la carta no pagan caros sus gritos! Firmo y plego.
                                  1. ¿Ciutti? –¿Señor? –Este pliego irá dentro del horario en que reza doña Inés a sus manos a parar. –¿Hay respuesta que aguardar? –Del diablo con guardapiés que la asiste, de su dueña, que mis intenciones sabe, recogerás una llave, una hora y una seña, y más ligero que el viento aquí otra vez. –Bien está.
                                    1. A su hermana, la Régula, le contrariaba la actitud del Azarías, y le regañaba, y él, entonces, regresaba a la Jara, donde el señorito, que a su hermana, la Régula, le contrariaba la actitud del Azarías porque ella aspiraba a que los muchachos se ilustrasen, cosa que a su hermano, se le antojaba un error, que, luego no te sirven ni para finos ni para bastos, pontificaba con su tono de voz brumoso, levemente nasal...
                                      1. Y por contra, en la Jara, donde el señorito, nadie se preocupaba de si éste o el otro sabían leer o escribir, de si eran letrados o iletrados, o de si el Azarías vagaba de un lado a otro, los remendados pantalones de pana por las corvas, la bragueta sin botones, rutando y con los pies descalzos e, incluso, si, repentinamente, marchaba donde su hermana y el señorito preguntaba por él y le respondían, anda donde su hermana, señorito, el señorito tan terne, no se alteraba, si es caso levantaba imperceptiblemente un hombro, el izquierdo, pero no indagaba más, ni comentaba la nueva, y, cuando regresaba, tal cual, el Azarías ya está de vuelta, señorito, y el señorito esbozaba una media sonrisa y en paz.
                                        1. Mi barrio tiene calles irregulares. Las hay amplias, con árboles frondosos que sombrean los balcones de los pisos bajos, aunque abundan más las estrechas. Estas también tienen árboles, más apretados, más juntos y siempre muy bien podados, para que no acaparen el espacio que escasea hasta en el aire, pero verdes, tiernos en primavera y amables en verano, cuando caminar por la mañana temprano por las aceras recién regadas es un lujo sin precio, un placer gratuito.
                                          1. Las plazas son bastantes, no muy grandes. Cada una tiene su iglesia y su estatua en el centro, figuras de héroes o de santos, y sus bancos, sus columpios, sus vallados para los perros, todos iguales entre sí, producto de alguna contrata municipal sobre cuyo origen es mejor no indagar mucho.
                                            1. Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.
                                              1. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos.
                                                1. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.
                                                  1. Era un niño que soñaba un caballo de cartón. Abrió los ojos el niño y el caballito no vio.
                                                    1. Un camino en cuesta baja de la Ciudadela, pasa por encima del cementerio y atraviesa el portal de Francia. Este camino, en la parte alta, tiene a los lados varias cruces de piedra, que terminan en una ermita, y por la parte baja, después de entrar en la ciudad, se convierte en calle.
                                                      1. A la izquierda del camino, antes de la muralla, había hace años un caserío viejo, medio derruido, con el tejado terrero lleno de pedruscos, y la piedra arenisca de sus paredes desgastada por la acción de la humedad y del aire. En el frente de la decrépita y pobre casa, un agujero indicaba dónde estuvo en otro tiempo el escudo, y debajo de él se adivinaban, más bien que se leían, varias letras que componían una frase latina.
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