Idealismo: Se centra en
el ser dado a la
conciencia, considerado
desde el punto de vista
del sujeto, o
desprovisto de toda
consideración material.
Por otra parte, estas
metafísicas parten de,
o suponen, que existen
realidades de
naturaleza espiritual
que son el origen o
fundamento de las
realidades materiales.
Suele identificarse el
espíritu con alguna
entidad divina,
trascendente o
inmanente.
Materialismo: Afirma que
el origen o fundamento
de la realidad es material.
Todo lo que hay, es
materia, es decir, son
cosas con propiedades
físicas. Por tanto, los
materialistas no se
ocupan de conceptos
como Dios o alma
(mente), sino que, por el
contrario, adoptan una
actitud crítica frente a
ellos, intentando explicar
el origen de estos
conceptos desde el punto
de vista de la psicología, la
antropología, la sociología,
la historia etc. Podríamos
decir que en realidad se
trata de una
“antimetafísica”.
Monismo: Considera
que todo lo real puede
ser reducido en última
instancia a una sola
entidad: materia,
espíritu, energía... En
general, ‘monismo’ se
usa para designar
doctrinas según las
cuales hay un solo tipo
de substancia y
realidad. Los
monismos pueden ser,
a su vez, tanto
idealistas
(espiritualistas) como
materialistas.
Dualismo: Se le llama
dualismo a toda
doctrina metafísica que
supone la existencia de
dos principios o
realidades irreductibles
entre sí y no
subordinables, que
sirven para la
explicación del universo.
Más concretamente, en
la filosofía occidental
son propiamente
dualistas quienes
afirman la existencia
de dos substancias, la
material y la espiritual,
a diferencia de los
monistas, que no
admiten más que una
de ellas.
Pluralismo: Sostiene
que existen varios
principios
constitutivos de la
realidad. En la
actualidad vemos la
herencia del
pluralismo en la
investigación
científica que busca
cuáles son los
constitutivos últimos
de la realidad: las
partículas
elementales.
Referentes al Conocer
La noción de la verdad:
Tradicionalmente se
concibe como una
relación de adecuación
entre el pensamiento (o
su expresión) y la
realidad: Veritas est
adequatio rei et
intellectus. Actualmente
hay muchas teorías de
la verdad, que podemos
reducir
fundamentalmente a
tres. Hay una verdad
sintáctica, que es la de
la coherencia; una
verdad semántica, que
es la de la
correspondencia; y una
verdad pragmática, que
es la del consenso.
Escepticismo:
Escepticismo (de
sképtomai, “buscar”,
“examinar”). Afirma que
nunca podemos saber si
un pensamiento se
adecúa o no a la realidad.
Jamás podremos tener la
certeza de nada y niega
que el sujeto pueda
conocer. No puede captar
la verdad del objeto. El
conocimiento no es
posible. Por eso no
debemos pronunciar
ningún juicio, sino
abstenernos totalmente
de juzgar. El escéptico
insiste en cómo todo
conocimiento está influido
por las características del
sujeto y de sus órganos
de conocimiento, así como
por circunstancias
exteriores.
Sofística: Se dio el
nombre genérico de
‘sofistas’ (“maestros de
sabiduría”) a los hombres
que enseñaban la cultura
y la elocuencia a cambio
de una retribución. A la
vez, el enriquecimiento
general de los
conocimientos y el
pluralismo de las
doctrinas filosóficas ya
existentes conformaron
una base para el
pensamiento de los
sofistas. Todo el arte del
profesor de retórica
consiste en poder
sostener con convicción
cualquier tesis y, sobre
todo, poder hacer fuerte
la causa débil.
Racionalismo: Se
denomina Racionalismo
a la doctrina
gnoseológica que
sostiene que la causa
principal del
conocimiento reside en el
pensamiento, en la
razón, en sus ideas
innatas o en sus
estructuras a priori
(anteriores a toda
experiencia). Afirma que
el conocimiento sólo es
realmente tal si posee
necesidad lógica y validez
universal (por tanto, de
origen racional, no como
el que proviene de la
experiencia sensible).
Empirismo: Esta
corriente afirma que el
conocimiento tiene su
origen en la
experiencia sensible,
que sólo es válido
cuando proviene de los
sentidos. El papel de la
razón es importante
pero hay que evitar
sus abusos y
especulaciones: para
que trabaje
correctamente
siempre lo ha de hacer
partiendo de los datos
recogidos en la
experiencia.
Criticismo o apriorismo:
Esta es la teoría del
conocimiento
desarrollada por el
filósofo alemán
Immanuel Kant. Consiste
en una crítica de las
facultades del
conocimiento y está
convencido de que es
posible éste mismo, de
que hay una verdad. El
criticismo examina todas
las afirmaciones de la
razón humana y no
acepta nada
despreocupadamente, su
actitud es reflexiva y
crítica. Su afirmación
básica es: todo
conocimiento para ser
válido tiene que partir de
la experiencia, pero es
algo más que los meros
datos de los sentidos.
Realismo e Idealismo: Lo
característico de cada
una de estas posiciones
es la insistencia
respectiva en tomar un
punto de partida en el
“objeto” o en el “sujeto”.
Por eso, son posturas
que se relacionan
íntimamente con el
Objetivismo y el
Subjetivismo. Al respecto,
digamos simplemente
que lo que conocemos no
es la realidad, sino lo que
percibimos de ella; cómo
esa realidad llega a
nosotros. Pero la realidad
no es relativa; los
relativos somos
nosotros. La realidad
existe y, en ese sentido,
cabe un cierto
conocimiento acerca de
los datos de los sentidos.
Dogmatismo y
Objetivismo: Entendemos
por “Dogmatismo” (de
dogma, “doctrina fijada”)
aquella posición
gnoseológica para la cual
no existe todavía el
problema del
conocimiento. El sujeto
capta la verdad del objeto
de forma natural gracias
a que a la razón humana
se le supone esa
capacidad (Objetivismo).
El conocimiento
verdadero, universal y
objetivo es posible (=
Dogmatismo, a diferencia
del escepticismo); más
aún, las cosas se conocen
tal como se ofrecen al
sujeto (= Objetivismo, a
diferencia del
subjetivismo o
relativismo).
Subjetivismo y
relativismo: Según éstos,
hay una verdad; pero
esta verdad tiene una
validez limitada. No hay
ninguna verdad
universalmente válida. El
subjetivismo, como ya
indica su nombre, limita
la validez de la verdad al
sujeto que conoce y
juzga. El relativismo
está emparentado con
el subjetivismo. Según él,
no hay tampoco
ninguna verdad
absoluta, ninguna
verdad universalmente
válida; toda verdad es
relativa, tiene sólo una
validez limitada.
Pragmatismo: Esta
postura (de pragma,
“acción”) abandona el
concepto de la verdad en el
sentido de la concordancia
entre el pensamiento y la
realidad. Según el
pragmatismo, lo verdadero
significa útil, valioso,
fomentador de la vida. El
pragmatismo modifica de
esta forma el concepto de
la verdad, porque parte de
una determinada
concepción del ser humano.
Según él, el hombre no es
en primer término un ser
teórico o pensante, sino un
ser práctico.
Referentes a la Acción Humana
Eudemonismo: El fin
último es la felicidad
(eudaimonía). Ser feliz es
autorrealizarse, alcanzar
las metas propias de un
ser humano. Unos la
cifran en el dinero; otros,
en recibir honores. Por
eso es preciso trazar los
rasgos que ha de tener
una actividad para que la
identifiquemos con la
felicidad y después buscar
cuál de nuestras
actividades tiene esos
rasgos.
La felicidad será, según lo
que hemos dicho: • Un bien
perfecto, que se busca por
sí mismo, y no por otro
superior a él. • Un bien
suficiente por sí mismo,
de manera que quien lo
posee ya no desea otra
cosa. • El bien que se
consigue con el ejercicio de
la actividad más propia del
ser humano, según la
virtud más excelente. • El
bien que se consigue con
una actividad continua.
Felicidad como
autosuficiencia: Ser feliz
es ser autosuficiente,
valerse por sí mismo
sin depender de nada ni
de nadie. Hubo en
Grecia un tiempo de
desconcierto político, y
los filósofos tratan
ante todo de averiguar
qué hace a los hombres
felices, cifrando en eso
la auténtica sabiduría.
Cínicos, estoicos y
epicúreos intentaron
responder a la
pregunta, diseñando un
ideal de sabio: es sabio
el que sabe ser feliz.
Cínicos: La palabra
«cínico» viene de
kynikós, que significa
«perruno». Éste es el
adjetivo que la gente
aplicaba a un grupo de
filósofos que, más que
una escuela, formaban
una corriente que se
distinguía por una
actitud: considerar que
la felicidad consiste en
la libertad radical del
individuo frente a
todas las normas y
las instituciones
sociales.
Estoicismo: El término
«estoicismo» viene de
stoa poikile, que era el
pórtico pintado del
ágora, en el que
enseñaba Zenón de
Citio, fundador de esta
escuela. También los
estoicos creen que es
sabio el que vive según
la naturaleza, pero
para averiguar qué
significa esto les
pareció indispensable
descubrir cuál es el
orden del cosmos, ya
que sólo así sabremos
cómo hemos de
comportarnos en él.
Hedonismo: Ser feliz es
experimentar placer y
conseguir evitar el dolor. Los
hedonistas consideran que hay
moral porque los hombres
buscan el placer y huyen del
dolor. Para descubrirlo basta
con una investigación empírica
sobre cuáles son los móviles de
la conducta humana, como la
que proporciona la psicología. La
ética, entonces, está
subordinada a la psicología.
Pero como no todos los
placeres y dolores son iguales,
piensan que la inteligencia nos
sirve para calcular los medios
más adecuados para lograr el
mayor placer posible: es decir,
que el intelecto moral es un
intelecto calculador.
Epicureísmo: Hacen consistir
el ideal de sabiduría en un
goce bien calculado. Es sabio
quien sabe organizar su vida
calculando qué placeres son
más intensos y duraderos,
cuáles tienen menos
consecuencias dolorosas, y
los distribuye a lo largo de su
vida. La sabiduría, así, tiene
dos raíces: placer e intelecto
calculador. Estas dos raíces
son la constante del
hedonismo que, si en el caso
del epicureísmo es
individualista, en la
Modernidad se convertirá en
hedonismo social. Epicuro de
Samos es el fundador de
esta escuela, que ha tenido
una gran influencia filosófica
y que, como el estoicismo, es
una actitud vital permanente.
Utilitarismo: Nace en el
mundo anglosajón en la época
moderna y es un hedonismo
social, porque considera que
los seres humanos tenemos
unos sentimientos sociales,
cuya satisfacción es fuente de
placer. Entre ellos se
encuentra la simpatía, que es
la capacidad de ponerse en el
lugar de cualquier otro,
sufriendo con su sufrimiento,
disfrutando con su alegría. La
simpatía nos lleva a extender
a los demás nuestro deseo de
obtener la felicidad. La meta
de la moral consiste en
alcanzar la mayor felicidad (el
mayor placer) para el mayor
número posible de seres vivos.
Ante dos cursos de acción
actuará correctamente quien
elija el que proporciona «la
mayor felicidad para el mayor
número».