Se tiene la idea de que este mundo nuestro depende
absolutamente de otro mundo, al que se lo piensa y
representa de acuerdo al modelo nuestro. Significa que
estaría gobernado por un Señor divino, lleno de poder.
La existencia de aquel otro mundo es un axioma
Este Señor Todopoderoso dicta leyes y
prescripciones, vela por que éstas se cumplan con
exactitud, amenaza, castiga y ocasionalmente
perdona.
se sabe y conoce todo, hasta lo más
recóndito. Cualquier conocimiento
humano es inferior en comparación con
aquél.
La buena voluntad, al menos
latente, de aquel mundo de
arriba fundamenta, a la vez,
la esperanza de que
-mediante plegarias humildes
y dones- lograremos
conseguir una parte de las
innumerables cosas que
necesitamos y no podemos
alcanzar con nuestras
propias fuerzas.
Heteronomía
Es un resumen muy simplificado, y por
ello ligeramente deformado, de las
representaciones cristianas tradicionales.
Heterónomo
Nuestro mundo es
completamente dependiente de
aquel otro (en griego: héteros) que
produce prescripciones (en griego:
nomos) para el nuestro.
Axioma
Es y sigue siendo un punto de
partida no obligatorio, que se
elige libremente. Quien lo
acepta, lo hace sólo porque le
parece razonable y confiable. Lo
mismo vale para la aceptación
de la existencia del mundo
paralelo.
La humanidad ha pensado
en forma heterónoma
durante milenios.
Autonomía
Se acepta este otro mundo. la
naturaleza sigue sus propias leyes,
que la regularidad de las mismas
puede calcularse, que se pueden
prever sus consecuencias y
también tomar precauciones en
previsión de ellas.
leyes internas del cosmos excluían de
hecho las intervenciones desde aquel
otro mundo.
El cosmos obedece a su propia (en griego: autós) melodía,
sus propias leyes (en griego: nomos), es autónomo. Un
nuevo axioma, opuesto al de la heteronomía, hacía su
entrada y desplazaba poco a poco al antiguo.
El nuevo axioma de la autonomía fue
penetrando lentamente y casi siempre de
manera inconsciente toda la cultura
occidental
El ser humano pertenece también al mundo.
Incluso se lo puede llamar (provisionalmente) el
más alto grado del desarrollo cósmico
Modernidad
Resultado de este gran oleaje echado a
andar en la cultura occidental bajo el
impulso del humanismo y de las
ciencias.
Pertenece también la llamada posmodernidad,
la cual no es una negación ni una supresión de
la modernidad, sino más bien su autocrítica
La modernidad y la «muerte de Dios»
La resistencia de la iglesia contra modos de ver que
parecían naturales o evidentes a toda persona
razonable, produjeron irritación en el humanismo
moderno.
La molestia que la institución eclesiástica
produjo con esto dañó también al axioma que
ella defendía
«Dios» se vino abajo junto con él en la
cultura moderna.
La existencia de otro mundo que todo lo dirigía y a
quien ella representaba con plenos poderes.
Encuentros
Aquel otro mundo se hicieran cada vez más
escasos, hasta que finalmente dejaron de
darse.
Da pruebas de que el axioma de la autonomía no debe
terminar necesariamente en la negación de Dios.
factores históricos y por tanto casuales los que
determinan el origen del ateísmo y especialmente las
formas virulentas de antiteísmo.
El principal es el impacto negativo
de una institución eclesiástica
rígida.
la iglesia negó la autonomía del cosmos
que se hacía evidente a los ojos del
espíritu moderno.
Según el conocido dicho de Lord Acton,
observador agudo del Concilio Vaticano I y crítico
acérrimo del dogma de la infalibilidad papal allí
proclamado: El poder corrompe, y el poder
absoluto corrompe absolutamente.
De la autonomía a la teonomía
Si la «muerte de Dios» fuera una
consecuencia inevitable del pensamiento
autónomo, ¿hay todavía lugar para Dios en
este pensamiento? Ciertamente que hay un
lugar para él.
La autonomía, lejos de conducir a la muerte
de Dios, lleva irrecusablemente a la muerte
de aquel insuficiente Dios-en-el-cielo, pues
era ésta una representación humana del
Dios que se revela en Jesús.
El ser humano de la modernidad, para
quien no hay otro mundo ni de arriba
ni de afuera
Los cristianos piensan que tales intervenciones son
imposibles, no porque no haya Dios, sino
porque El es el núcleo creador más
profundo de aquel proceso cósmico.
Quien piensa en términos teonómicos, confiesa a Dios (en griego:
theos) como la más profunda esencia de todas las cosas y por ello
también como la ley (en griego: nomos) interna del cosmos y de la
humanidad.