DE LA PREHISTORIA A LOS VISIGODOS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

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Notas sobre DE LA PREHISTORIA A LOS VISIGODOS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA, criado por semica1 em 19-10-2014.
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 LA PENÍNSULA IBÉRICA EN LA PREHISTORIA                       Esquema evolución humana La presencia de homínidos  en la Península Ibérica se remonta al Paleolítico Inferior, época de la que datan los restos hallados en el yacimiento de Atapuerca (Burgos), de unos 800.000 años de antigüedad. Los especialistas discuten aún el origen de estas poblaciones, quizá llegadas directamente de África a través del Estrecho de Gibraltar, o más probablemente a través de los Pirineos. En todo caso, desde esta temprana época se encuentran en la península restos de utensilios y obras de arte correspondientes a las mismas culturas de cazadores y recolectores que se sucedieron en otras zonas de Europa. Desde el Paleolítico Superior (del año 30.000 al 10.000 a.C.) aparece ya el hombre propiamente dicho (homo sapiens sapiens), con su inteligencia superior, que plasmó en representaciones artísticas ligadas a su sistema de creencias. El arte paleolítico tiene en la Península Ibérica algunas de sus representaciones más importantes, como las pinturas de las cuevas de la zona cantábrica: por encima de todas, Altamira («la Capilla Sixtina del arte paleolítico»), Desde el Paleolítico Superior (del año 30.000 al 10.000 a.C.) aparece ya el hombre propiamente dicho (homo sapiens sapiens), con su inteligencia superior, que plasmó en representaciones artísticas ligadas a su sistema de creencias. El arte paleolítico tiene en la Península Ibérica algunas de sus representaciones más importantes, como las pinturas de las cuevas de la zona cantábrica: por encima de todas, Altamira («la Capilla Sixtina del arte paleolítico»). El final de la última glaciación, hacia el año 10.000 a.C. permitió la evolución hacia otro estilo de vida más sedentario. Se inició entonces el periodo Neolítico, durante el cual proliferaron –especialmente en el Sur y Levante– poblados de agricultores y pastores, con abundantes muestras de una tecnología superior (instrumentos de piedra pulimentada, cerámica, molinos de mano) y de una organización social compleja (enterramientos colectivos, adornos que simbolizaban el rango y monumentos megalíticos demostrativos de una cierta capacidad de cooperación).   Hacia el 2500 a.C. llegaron pueblos del Mediterráneo oriental que conocían la metalurgia y buscaban los ricos yacimientos mineros de la Península Ibérica. Fue así como se dio el paso a la Edad de los Metales con la cultura de Los Millares (Almería), caracterizada por el uso del cobre y por la construcción de murallas defensivas. A ésta siguió, hacia el 1500 a.C., la cultura de El Argar (Almería), con la que dio comienzo la Edad del Bronce peninsular. El uso del bronce se extendió por toda la península, junto con otros elementos culturales asociados, como la cerámica del vaso campaniforme o las construcciones megalíticas.   El paso a la Edad del Hierro tuvo lugar hacia el año 1000 a.C., vinculado a la llegada de poblaciones centroeuropeas a través de los Pirineos (que trajeron la Cultura de los Campos de Urnas), poblaciones célticas del mundo atlántico y poblaciones del Mediterráneo oriental. La Península Ibérica se nos presenta, pues, desde la Prehistoria, como una encrucijada de influencias culturales y de aportaciones humanas diversas, como fruto de su situación geográfica entre el Atlántico y el  Mediterráneo, entre Europa y África.          LA PENÍNSULA IBÉRICA EN LA EDAD ANTIGUA  Hacia el siglo IX datan los restos arqueológicos el límite superior de la civilización tartésica, la primera propiamente histórica de nuestra península. Su forma de gobierno monárquico era muy similar a las ciudades-estado de la Edad Antigua. Se produjeron los contactos con los fenicios, primeros pueblos foráneos que llegaron a la Península. Sus factorías chocaron con las formas de vida indígena, modificándola lentamente. El negocio era mutuo: los fenicios aportaban objetos elaborados y el modo de vida urbano. A cambio, los indígenas proporcionaban los metales demandados por aquellos. Tras las factorías de carácter provisional, surgían unos asentamientos estables (Gadir-Cádiz, Malaka-Málaga, Abdera-Adra), con inmigrantes orientales que imponían su modus vivendi en la comarca cercana. El hinterland intentaba ser lo más autosuficiente posible para no depender de las poblaciones indígenas, de lealtad más que dudosa. La presencia griega ha sido considerada a la baja recientemente. Llegaron hacia el siglo VII a.C., pero se asentaron muy lentamente (hacia el siglo V). Su influencia fue muy intensa en la costa catalana (Emporion-Ampurias), descendiendo a medida que avanzamos hacia el sur (Hemerescopion-Denia). Los púnicos o cartagineses eran los herederos de una colonia fenicia de Tiro asentada en Cartago, que acabaron por desplazarla. Los cartagineses ya habían nacido en África.  Dentro de los pueblos prerromanos indígenas, decir que la Península era un variopinto mosaico de culturas. Se distinguen dos grandes grupos entre la amplia gama: el área ibérica (en las costas este y sur) y el área céltica (desde el extremo suroccidental peninsular hasta el norte cantábrico y la Meseta). El área céltica se ve poblada por incursiones sucesivas durante varios siglos de pueblos diferenciados de procedencia indoeuropea. Estos pueblos ocuparon un área desde el Pirineo occidental hasta el extremo suroeste peninsular.                                                       Algunos grupos tribales fueron los galaicos y los astures, ambos con una cultura castreña de castros fortificados y formados por chozas circulares.                           La invasión romana acabó con un proceso interno de evolución a formas urbanas de estos pueblos agroganaderos. Se gobernaban por caudillos, como el célebre Viriato y sus tácticas de guerrillas contra enemigos superiores.                                                                                                                                                                                  Tras el desembarco a finales del siglo III a. C en Emporion, aprovechando las guerras púnicas contra el cartaginés, las legiones romanas avanzaron hacia el sur, a lo largo de la costa Mediterránea. Una conquista relativamente fácil, dado el grado de civilización que tenían los íberos sometidos. Los nombres de Hispania Citerior y Ulterior, responden a cercanía (Citerior) o lejanía (Ulterior) de la metrópoli romana.                                                                                                                                                                   Mucho más duro fue el avance hacia el interior mesetario. Someter a pueblos como los carpetanos u oretanos obligó a mayores esfuerzos bélicos. Los sucesivos asedios de la ciudad celtíbera de Numancia, así lo atestiguan. Tras ello, el avance al oeste peninsular, el territorio de los lusitanos, liderados por el pastor Viriato, que planteó una dura guerra de guerrillas, fue el otro gran escollo. En total, someter la meseta ocupo todo el siglo II a C.                                                                                                                                     Las ciudades romanas en Hispania respondían a un modelo urbanístico planificado en torno a dos avenidas principales que se cruzan en el centro de esas urbes.                                                                                                                                                                                  Como en cualquier imperio, los recursos del territorio colonizado se ponen al servicio de la metrópoli conquistadora, y a ello responde la planificación del territorio. Además de la aculturación de la civilización ibérica y el paulatino dominio de la romana -introducción de la religión, el derecho, la lengua latina y las manifestaciones artísticas- se debe de organizar una red de comunicaciones con la metrópoli.                                                                                                                                                                                 Tras la conquista definitiva, Roma se dispuso a organizar administrativamente el territorio, al quedar obsoleta la vieja división de Hispania Citerior e Hispania Ulterior. El emperador Octavio Augusto, implanta las tres grandes provincias y sus capitales: Tarraconense (Tarraco), Baetica (Corduba) y Lusitania (Emerita).                                                                                                                                     Con la crisis imparable y el surgimiento de poderes locales semifeudales, cada vez más alejados del control metropolitano, los últimos siglos de la Hispania romana conocerán aún la nueva división de Diocleciano, que crea el territorio Cartaginensis (Cartago Nova) a costa de la Tarraconensis.                                                                                                                                                                             A finales del siglo IV, el emperador Teodosio, viendo la inevitable caída del imperio occidental, decide dividir el territorio entre sus dos hijos: Arcadio recibía la mejor zona, la oriental, próspera y resisten a los bárbaros, con capital en la vieja Bizancio o Constantinopla. Hispania que en manos de Honorio, que recibe el Mediterráneo Occidental, con capital en Roma. Aunque Odoacro, rey de los hérulos depone en 476 a Rómulo Augusto, último emperador romano, Hispania, desde principios del siglo V, ya es, de facto, visigótica.                                                                        LOS VISIGODOS La invasión de España por determinados pueblos bárbaros no fue un hecho aislado y concreto; debemos ponerlo en relación con la crisis del Bajo Imperio Romano y con la generalización de esas invasiones que asolan y destruyen dicho imperio, al menos como entidad política (476). Cronológicamente, las situaremos en los siglos IV y V. Como causas, podemos citar:- La presión demográfica de estos pueblos germánicos situados al N. del limes romano.                - El empuje de otros pueblos asiáticos (hunos).                                                                                         - El deseo de ocupar tierras más fértiles, que conocían directamente (mercenarios) o por sus contactos en la frontera.                                                                                                                                - La crisis del Bajo Imperio a todos los niveles.                                                                                         - ¿Cambios climáticos que obligan a ciertos pueblos a presionar las fronteras del imperio?            Los suevos se situaron en Galicia y parte de Portugal. Fundan el reino suevo, que durará hasta mediados del VI. Los vándalos se dirigen al sur y en 429 pasaron al norte de África.                         Los alanos se situaron en el centro y este de la Península y fueron pronto absorbidos por la población hispanorromana.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                 El asentamiento de los visigodos                                                                                                                                                                                                                                                                             Los pueblos germánicos que invaden la Península Ibérica y, sobre todo, los visigodos, se insertaron plenamente en las estructuras de la época romana, lo que significa que cuando llegaron a Hispania estaban muy romanizados. El único cambio decisivo fue a nivel político, pues el poder ejercido antes desde Roma, ahora se ejercerá desde Toledo sobre un territorio que prácticamente coincidía con los límites de la Península. Se puede decir que en la España visigoda se acentúan las transformaciones económicas y sociales ya iniciadas en la época del Bajo Imperio Romano (crisis de los siglos III y IV), que preludiaban la sociedad feudal. Es decir: ruralización progresiva e intensificación de las relaciones de dependencia personal. Podríamos añadir que en estos siglos se ponen los cimientos de una cultura fuertemente impregnada por lo eclesial, debido al papel creciente que ejerce la Iglesia. Digamos, por último, que algunos historiadores piensan que la Edad Media comienza en España el 711porque los visigodos no rompen nada, continúan con los parámetros del Bajo Imperio. Los pueblos bárbaros presionaban los confines del imperio desde fines del siglo III d.C. Roma utiliza dos sistemas para neutralizar a estos pueblos: -aceptarlos en las filas del ejército romano, concediéndoles la ciudadanía                                           -aceptarlos como “socii” (aliados) dentro de sus fronteras. Es el caso de los visigodos, que se asentaron en la Galia. En el 415 los visigodos, por encargo de los romanos, intentaron expulsar o someter a suevos, vándalos y alanos desde la Tarraconense, que aún estaba en manos romanas. En el 418 firman un pacto con Roma, abandonan la Península y se establecen en la Galia, con centro en Tolosa. En el 507 son derrotados por los francos en la batalla de Vouillé y se ven obligados a salir y venir a Hispania, conservando en la Galia una pequeña franja, la Septimania. Entraron unos 100 ó 150.000 para dominar a una población hispanorromana en torno a los seis millones.   Organización política e instituciones de la España visigoda Los órganos de poder que se establecen son: Una monarquía electiva por parte de una asamblea de nobles. Según la tradición germánica, el rey debía ser elegido, aunque esta tradición decae y muchos lo son por herencia. Muchos usurpan el trono, por lo que las guerras entre nobles para ocupar el poder son frecuentes. Esta debilidad interna de los visigodos será aprovechada por los musulmanes. Para intentar regularizar la situación se utilizaron dos sistemas:                                                                                                                                  -El de la asociación: un rey asocia a su hijo o a algún familiar en el trono con la esperanza de que le suceda pacíficamente, y da a su hijo ciertas funciones y representaciones.                                    -En el IV Concilio de Toledo (633) se establece, quizás por inspiración de San Isidoro, que los reyes tenían que ser elegidos por los obispos y magnates. Fracasó el sistema y la Iglesia intentó imponer la unción que los reyes recibían de los obispos, lo que les confería carácter sagrado. Pero la anarquía en la sucesión continuó.El poder del rey era teóricamente absoluto por influencia del Bajo Imperio, del que los visigodos eran continuadores. Pero la Iglesia tenía mucho poder y deseaba que se diese la sumisión del poder temporal al espiritual. Debemos citar también a los Concilios como órganos de poder porque en ellos se discutían asuntos religiosos y políticos. Hay, por tanto, una importante influencia de la Iglesia en la dirección política del Estado. El Oficio Palatino tenía funciones de alta burocracia y formado por nobles. El Aula Regia, órgano asesor formado por miembros de la nobleza y obispos. La unión de la Iglesia y el Estado es, pues, total en tiempos de los visigodos, hasta el punto de que las disposiciones de los concilios de Toledo - capital del reino visigodo -, a los que asisten obispos y nobles, tienen fuerza de ley. Respecto a la división provincial, los visigodos respetan la división en provincias del Bajo Imperio, añadiendo la Septimania. Al frente de ellas había un duque nombrado por el rey, con atribuciones militares y judiciales. Pero las provincias visigodas perdieron la importancia administrativa que habían tenido con Roma, ya que se fragmentaron en otros distritos más pequeños.

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