[1] Es capaz de distinguir más de 300,000 tonalidades diferentes y registrar toda la gama de ondas sonoras que vibran entre 20 y 20,000 veces por segundo. A su servicio trabaja un ejército de 40,000 células nerviosas, tres huesecillos, dos músculos (los más pequeños del cuerpo humano), y una membrana tan delgada como el papel de seda. También cuenta con el órgano más complejo de nuestro organismo, al menos desde el punto de vista mecánico, ya que tiene aproximadamente un millón de minúsculos pelos o cilios en incesante movimiento. Pero su atributo más sobresaliente es, quizás su talante infatigable. Nunca duerme; ruidos y sonidos lo estimulan a cada instante del día y la noche.
[2] Hablamos del oído humano, el órgano encomendado a la audición y el equilibrio. Está formado por tres piezas básicas: el oído externo, que capta las ondas sonoras que flotan en
el ambiente; el oído medio, que se encarga de transformarlas en energía mecánica, y el oído interno, que convierte esta energía en impulsos nerviosos, que a continuación se
trasladan hasta el cerebro. Es éste quien en última instancia interpreta las ondas sonoras en un agradable susurro, en una sinfonía cautivadora o en un ruido insoportable. Los
sonidos despiertan en nuestra mente un inconmensurable océano de sensaciones.
[3] El oído de un adulto sano detecta sonidos comprendidos entre los 20 y 20,000 Hz (hertzios), aunque su sensibilidad es mayor en la franja de los 1,000 a los 3,000 Hz. No es una casualidad: dentro de este margen de frecuencias se transmite la mayoría de la información adecuada en la comunicación oral. La capacidad perceptiva es menor en frecuencias bajas por una buena razón: si los umbrales fueran algo menores, el oído podría oír los latidos del corazón. En el extremo superior, nuestro aparato auditivo no es especialmente fino, si se compara con la mayoría de los demás mamíferos. Somos incapaces de percibir el pitido producido por un silbato para llamar a los perros: su frecuencia está por encima de los 20,000 Hz.
[4] Normalmente escuchamos música o conversaciones sin pensar en los complicados mecanismos implicados en este proceso. Sólo comenzamos a preocuparnos e interesarnos por su funcionamiento cuando somos víctimas de un posible problema auditivo: no oímos el timbre de la puerta o del teléfono, ante el televisor escuchamos perfectamente las noticias del telediario, pero no el doblaje de los actores en las películas; no captamos con toda claridad las palabras pronunciadas por un niño o una voz femenina y nuestros parientes y amigos se quejan porque tienen que hablarnos alto. Todas estas situaciones tienen un denominador común: se oye pero no se oye bien. Es el comienzo de la sordera.
[5] Los problemas de audición son más comunes de lo que habitualmente se piensa. Se estima que una de cada cinco personas en el mundo no oye de forma adecuada, situación que en la mayoría de los casos causa profundas molestias a los afectados. La consecuencia más común de una deficiencia auditiva es, al margen de la edad, que la persona se desentiende del mundo que la rodea a medida que el problema se va agravando1. El aislamiento conduce en muchos casos a la soledad y a la depresión, además de provocar inseguridad, molestias y ansiedad.
[6] Ahora bien, también hay que decir que en muchos casos el sufrimiento es innecesario. Hoy por hoy, los otorrinolaringólogos tienen en sus manos todo un arsenal terapéutico para detectar y corregir numerosos tipos de sordera. Los modernos audífonos, prácticamente inapreciables, tienen un alma digital que casi cabe por el ojo de una aguja: un chip integrado en el audífono analiza, filtra y amplifica los sonidos en función de la discapacidad, ofreciendo una audición tan fiel, nítida y clara que apenas difiere de la natural.
Muy interesante, Estamos perdiendo el oído. Sección Medicina, Año XVIII Núm. 10 p.45-46 México, D.F.
•La frase empleada en el texto "punto de vista mecánico" se refiere a que en el oído:
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