Voy a suponer que el cuerpo no es más que una estatua o máquina de tierra que Dios adrede, forma para hacerla lo más semejante posible a nosotros, de tal manera que no solo le dé exteriormente el color y la forma de todos nuestros miembros, sino también que introduzca en su interior todas las piezas necesarias para que ande, coma, respire y finalmente, imite todas aquellas de nuestras funciones que se pueden imaginar procedentes de la materia y que solo dependen de la disposición de los órganos. Vemos relojes, fuentes artificiales, molinos y otras máquinas semejantes que, aunque hayan sido hechas solo por hombres, no dejan de tener la capacidad de moverse por sí mismas de muchas y distintas maneras y me parece que, por mucho que me pudiera imaginar todo tipo de movimientos en esa máquina que supongo hecha por las manos de Dios, por muchos artificios que le atribuyera, siempre os cabría pensar que puede haber en ella todavía más.
Descartes, R. Tratado del hombre
En la expresión: “solo depende de la disposición de los órganos”, frente al aspecto corpóreo Descartes asume una postura:
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