Desde nuestra llegada al mundo, la sexualidad tiene una importancia enorme; y no cesa de expresarse en el niño, día a día con el vocabulario del cuerpo. Las pulsiones genitales generan una comunicación interpsíquica que es permanente entre los seres humanos desde el inicio de sus vidas. Son proyectadas en un lenguaje, pero un lenguaje a nivel de nuestro desarrollo.
Entre los 28 y 30 meses el bebé masculino descubre la erección del pene disociada de la micción, momento que despierta al conocimiento de su identidad como varón. Las chicas descubren su identidad interesándose por los “botones” de sus senos y por el “botón” de su sexo; el contacto mamario despierta la conciencia de no ser el sexo opuesto.
Los mitos ponen en escena personalidades ideales que actúan según las exigencias del superyó; mientras que los cuentos de hadas pintan una integración del yo que permite una satisfacción conveniente de los deseos del ello.
Los autores de cuentos de hadas y leyendas parecen haber tenido una doble intención en cuanto al deseo de ayudar a los pequeños lectores a pasar del estado de infancia a la vida adulta, de iniciarlos en el aprendizaje de los riesgos y en la adquisición de medios de autodefensa.
El final feliz de los cuentos de hadas proporciona al niño una imagen de pruebas que distan de su realidad, pero que le permiten momentáneamente identificarse con los héroes que atraviesan trances difíciles y que aun así conseguirán vencer obstáculos.
El infante es un ser de lenguaje, por lo tanto, este requiere de manera constante que se le informe (que se le dé razón) de lo que ocurre en el mundo, necesita explicaciones para entender la realidad. El niño tiene una necesidad que se le informe sobre su alredor y se dé razón de todo, de manera lógica y práctica.
Un ejemplo concreto de lo mencionado radica en que si los padres manipulan objetos y estos mismos objetos tocados o manipulados por el niño lo exponen a un riesgo (como un tomacorrientes por ejemplo); es el padre o la madre el que estando en ese objeto prohíbe su iniciativa o su motricidad; es decir, limita la humanización de su imágen. Si se enseña a un niño que el riesgo de la electrocución también existe para el padre, admitirá la realidad del peligro.
La prohibición del incesto debe ser explicitada en respuesta a la pregunta muda que no deja de repetirse bajo diversas formas. La ambigüedad de dejar hablar puede detener el desarrollo sexual. Necesitan palabras para que aclaren las contradicciones.
Lo no dicho prolonga el equívoco del incesto. Lo importante es decirle a un niño que no puede ocupar el lugar del padre y que hay relaciones de pareja entre sus padres a las que no puede aspirar y que él conocerá a su vez con una mujer que no sea su madre.
Siglo XIX
El mensaje ideológico del adulto está permanentemente sustrayéndolo a sí mismo, privándolo de su historia; es una manera de impedir (mediante el discurso) que el niño sea reconocido como un ser de palabra; se lo anula (al niño).
Siglo XX
El discurso adulto es lo que denomina al niño; es la imagen de la subjetividad de los adultos que idealiza su propia juventud. El campo imaginario de la infancia es absolutamente incompatible con el campo de la racionalidad a través del cual el adulto asume su responsabilidad sobre el niño
Se vive en un espacio privatizado que destruye el espacio en que los niños pueden descubrir su esquema corporal, observar, imaginar, conocer los riesgos y los placeres.
Siglo XX
Tal encierro reproduce hipócritamente el concepto de la vida en prisiones, el poder discrecional que los adultos restringe a la civilización de los pequeños; un racismo adulto que se ejerce en contra de la raza-niño.
La imposición discursiva que antepone la seguridad ha eliminado los riesgos, ha eliminado la libido.
En este siglo en particular ha existido mucha exploración científica sobre el niño y se suele olvidar que el niño es sujeto y no sujeto para discusión, al nacer. Si la investigación sobre el niño no es motivadora para su deseo infantil, lo que se consigue es alienarlo en un deseo de un adulto de voyerismo, supuestamente científico. El niño no existe, se hace todo un discurso sobre él, mientras que cada niño es absolutamente diferente.
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