Erstellt von Isidro Esparza Marín
vor mehr als 8 Jahre
|
||
3ª ETAPA: PERFECTOS ó ADULTOS ó VIA UNITIVA La tercera conversión es semejante a la de los Apóstoles cuando, después de la Ascensión, se vieron privados totalmente de la presencia del Señor en la tierra. Todavía quedan en el alma impurezas que le impiden la total unión con Dios, que es la característica de esta tercera etapa. Por ello, debe pasar por la más difícil de las purificaciones. San Pedro nos dice es "preciso que todavía seáis afligidos con diversas pruebas, a fin de que la calidad de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero, que es probado al fuego, se convierta en motivo de alabanza, de gloria y de honor en la Revelación de Jesucristo" (1ª Pe.1, 6-8). San Juan de la Cruz describe la "Noche Oscura" por la que el alma tiene que pasar para entrar en esta tercera etapa de unión con Dios como "la fuerte lejía de la purgación de esta noche del espíritu, sin la cual no podrá venir a la pureza de la unión divina". Esta tercera conversión o "Noche Oscura del Espíritu" -como la llama San Juan de la Cruz- no se trata de una aridez o sequedad, como en la segunda conversión, sino que es una verdadera desolación de orden espiritual: mientras el alma anhela a Dios, se siente abandonada de El. Debe entonces el alma caminar a oscuras, es decir , no por vista sino por fe. Tal como aconteció a los Apóstoles el día de la Ascensión del Señor. Hasta ese momento su intimidad con El iba siempre en aumento, pero ese día Jesús subió al Cielo, de modo que ya no le verían más en la tierra; les dejó privados de Su Presencia y de sus palabras que les daban vida. Y debieron sentirse muy solos y aislados, pensando en las dificultades de la misión que les había encomendado: la conversión de un mundo impío, sumergido en los errores del paganismo, y en las persecuciones y sufrimientos que les esperaban. Debieron recordar entonces las palabras de Jesús: "Conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Divino Consolador no vendrá a vosotros; mas si yo me voy, os lo enviaré" (Jn.16, 7). Es decir, convenía que les privara de Su Presencia sensible, pues estaban aficionados a la humanidad de Cristo y no podían elevarse al amor espiritual de Su Divinidad: no estaban aún preparados para recibir al Espíritu Santo. Al considerar esta privación de la presencia terrena de Cristo que precedió a la profunda transformación que los Apóstoles que sufrieron en Pentecostés, podemos ver en qué consiste esta "Noche Oscura" y cuál es su finalidad: queda el alma envuelta en una verdadera noche espiritual al verse privada de las luces que hasta ahora la iluminaban, para luego experimentar una efusión especial de unión con Dios. Sin embargo, explica San Juan de la Cruz, que esta oscuridad no es realmente tal, sino más bien la luz excesiva que encandila al alma. "La Divina Sabiduría nos parece oscura por estar muy por encima de la natural capacidad de nuestra inteligencia y, cuanto más nos embiste, más oscura nos parece". En esta prueba, como en otras, debemos creer muy firmemente en lo que el Señor nos ha dicho acerca de la eficacia purificadora del sufrimiento y de la cruz, y esperar contra todas las apariencias, orando continuamente. Siguiendo a San Pablo: "Atribulados en todo, mas no aplastados; perplejos, mas no desesperados; perseguidos, mas no abandonados; derribados, mas no aniquilados. Llevamos siempre en nuestra persona el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra persona" (2ª Cor. 4, 8-12). Puede ir esta Noche Oscura acompañada de grandes tentaciones, sobre todo contra la fe, como sucedió a muchos santos, entre ellos a Santa Teresita del Niño Jesús y San Vicente Paúl. Así describe Santa Teresa de Jesús esta "Noche Oscura del Alma": "¡Oh válgame Dios, y qué son los trabajos interiores y exteriores que padece un alma hasta que entre en la séptima morada ... Ningún consuelo se admite en esta tempestad ..." En fin, que ningún remedio hay en esta tempestad, sino aguardar la misericordia de Dios, que a deshora con una palabra suya o una ocasión, le quita todo tan de presto, que parece no hubo nublado en aquel alma, según queda llena de sol y de mucho más consuelo!" Esta tercera fase lleva a la unión total del alma con Dios, el más alto grado de unión con Dios posible en la tierra. Sta. Teresa la define como el "Matrimonio Espiritual". Es, según San Juan de la Cruz, "la transformación total en el Amado, en que se entregan ambas partes por total posesión de la una a la otra" (Canto Espiritual 11.6). Depende, entonces, de una perfecta donación del alma a Dios y de Dios al alma. (Es importante hacer notar que la diferencia, aunque aparentemente sutil, de esta unión entre el alma con Dios de la Mística Cristiana y la auto-divinización que es propuesta fundamental del "New Age", a través del Monismo y del Panteísmo, radica en dos cuestiones fundamentales: 1ª) El alma humana no es parte, ni pasa a formar parte de la divinidad, como proponen el Monismo y el Panteísmo. 2ª) La transformación total en Dios de que habla San Juan de la Cruz no se da por "fusión" con la divinidad, sino por "posesión": el alma se entrega totalmente a Dios que la posee, tomando la dirección de toda su vida e inspirándola en cada uno de sus actos, y la creatura posee a su Dios, no sólo como a quien mora en ella, sino como a quien la vivifica, la mueve y la gobierna). Por eso San Pablo describe esta etapa así:"Ya no soy yo quien vivo, sino es Cristo quien vive en mí" (Gal. 2, 20). Dice, el santo español: “Amar es despojarse y desnudarse por amor a Dios de todo lo que no es Dios y se hace una unión tal que (el alma) más parece Dios que alma y aún es Dios por participación...De ahí queda ahora más claro que la disposición para esta unión no es el entender del alma, ni gustar, ni sentir, ni imaginar de Dios, ni otra cualquier cosa; sino la pureza y amor que es desnudez”. (MC II. V. 8) "El matrimonio espiritual" es mucho más sin comparación que el "desposorio espiritual", porque es una tranformación total en el Amado, es la entrega mutua de ambas partes con total posesión de la una a la otra, con cierta consumación de unión en el Amor, así que el alma se hace divina y Dios por participación, en todo cuanto se puede en esta vida. Y así pienso que este estado nunca acaece sin que esté el alma en Él confirmada en gracia, porque se confirma la fe de ambas partes, confirmándose aquí la de Dios en el alma. De donde éste es el más alto estado a que en esta vida se puede llegar”. Hechas estas consideraciones, volvemos a nuestra cuestión: ¿Todos estamos llamados a la "contemplación mística"? ¿Todos estamos llamados por Dios a alcanzar, esas formas de oraciónes semipasivas, como es la quietud, que ya son principio de "contemplación"? Nuestra respuesta es afirmativa. Recordemos las posiciones de dos grandes místicos. La enseñanza de Santa Teresa en este punto no está exenta, al menos en la expresión, de ciertas vacilaciones. De un lado, y para evitar desconsuelos, advierte que «es cosa que importa mucho entender que no a todos lleva Dios por un camino...; así que no porque en esta casa todas traten de oración, han de ser todas contemplativas» (CP. 17,2). Pero de otro lado, hablando de la "contemplación", que es «llegar a beber de esta fuente celestial y de esta agua viva», dice: «Mirad que convida el Señor a todos... [El no dijo:] «Venid todos, que, en fin, no perderéis nada, y los que a mí me pareciere, yo les daré de beber». Mas como dijo, sin esta condición, a todos, tengo por cierto que todos los que no se quedaren en el camino, no les faltará esta agua viva» (CP 19,14-15). Parece entonces que la Santa como que se contradice, y aclara que lo primero (CP 17,2) lo decía «cuando consolaba a las que no llegaban aquí» (CP 20,1). Más claro aparece su pensamiento en su última obra escrita: «Aunque todas las que traemos este hábito sagrado del Carmen somos llamadas a la oración y "contemplación"... pocas nos disponemos para que nos la descubra el Señor» (5 Moradas 1,3). La enseñanza de San Juan de la Cruz acerca de la llamada universal a la "contemplación" también ha sido discutida por algunos, en referencia a ciertas frases en las que el santo Doctor se inclinaría por la negativa (1 Noche 9,9). Él, sin embargo, coincide con la posición de Santa Teresa: todos están llamados, pocos son los que llegan (Llama 2,27). La doctrina del Santo se conoce mejor, no tanto discutiendo sobre una u otra frase, sino viendo el conjunto de su doctrina. Allí aparece claro que los principiantes, por la purificación ascética del sentido (1 Subida), y por la purificación ascética, activa del espíritu, se disponen para la contemplación, como aprovechados (2 Subida 13,3 Subida 1 2,2). A estos adelantados, que van aprovechando, Dios les «comienza a poner en esta noticia sobrenatural de contemplación» (2 Subida 15,1). Y no llegarán a la contemplación perfecta de unión con Dios (1 Noche 1,1), en tanto no hayan pasado las purificaciones pasivas del sentido (1 Noche) y del espíritu (2 Noche). De hecho, muy pocos son los que llegan a esa purificación suprema que hace posible la perfecta unión con Dios (1 Noche 8,1). Por tanto, en la oración, a los que no acaban de ir adelante, Dios «a éstos nunca les acaba de desarrimar el sentido de los pechos de las consideraciones y discursos, sino algunos ratos a temporadas» (1 Noche 9,9). Pero a los que de veras van adelante «Dios comienza a poner en esta noticia sobrenatural de contemplación» (2 Subida 15,1). San Juan de la Cruz, enseña bien claro que todos están llamados a ir adelante en la perfección, y es en la purificación pasiva del sentido cuando los adelantados son introducidos en la contemplación: «Estando ya esta casa de la sensualidad sosegada, por medio de esta dichosa noche [pasiva] de la purificación sensitiva, salió el alma a comenzar el camino y vía del espíritu, que es de los aprovechantes y aprovechados, que por otro nombre llaman vía iluminativa o de "contemplación infusa", con que Dios de suyo anda apacentando y alimentando al alma, sin discurso ni ayuda activa de la misma alma» (1 Noche 14,1). Concluímos, pues: Todos los cristianos estamos llamados a alcanzar la "contemplación mística", pues todos estamos llamados a ser santos, y el modo de oración correspondiente a este estado espiritual es justamente la contemplación quieta, pasiva y transformante. A esta afirmación añadiremos dos observaciones. 1ª.-Aunque todos estamos llamados a la "contemplación" pocos llegan a la perfección de vida que la hace posible. 2ª.-Una es la vida de oración contemplativa en los "místicos contemplativos", y otra en los "místicos activos". En el santo abundan los dones del E.S., por los que habitualmente se mueve. Y sabemos también que estos dones crecen de modo conexo como hábitos. Pero en los santos no todos los dones serán actualizados por Dios con la misma intensidad, claridad y frecuencia. Los dones intelectuales del Espíritu Santo -"inteligencia y sabiduría"-, sobre todo actuarán en los "místicos contemplativos" con especial fuerza y frecuencia. Los dones más referidos a la vida activa -como "consejo, piedad, fortaleza"-, por el contrario, actuarán predominantemente en los "místicos activos". «El viento sopla donde quiere... Eso pasa con todo el que ha nacido del Espíritu» (Jn 3,8). Y aún estos santos activos, como lo muestran sus biografías tienen oración contemplativa, muchos en abundancia, otros con cierta frecuencia. No podría ser de otro modo, pues "todo santo es místico", y su alma «está hecha Dios por participación» (Llama 2,30).
LAS ORACIONES PASIVAS DE LA TERCERA ETAPA La verdadera oración cristiana es la "oración mística pasiva", que es la de los cristianos "perfectos" y a ella estamos llamados, pues todos estamos llamados a la perfección (Mt 5,48). El Espíritu Santo, que habita en nosotros, obra primero en nosotros, tanto en la oración como en la vida ordinaria, al modo humano; pero tiende con fuerza a obrar en nosotros al modo divino. Es entonces cuando tanto en la oración como en la vida corriente la pasividad viene a ser la nota dominante: «Sin ningún [trabajo] nuestro, obra el Señor aquí»; «no hago nada casi de mi parte, sino que entiendo claramente que el Señor es el que obra» (V.21,9.13). Aquí ya el riego del jardín de nuestra alma lo riega el Señor con mucha lluvia, sin trabajo ninguno nuestro, y es sin comparación mucho mejor. No es fácil describir la oración mística, «no se sabe decir, ni el entendimiento lo sabe entender, ni las comparaciones pueden servir para declararlo, pues son muy bajas las cosas de la tierra para este fin» (5 M 1,1). San Juan de la Cruz dice que la "unión mística del hombre con Dios" es una «sabiduría secreta, que se comunica e infunde en el alma por el amor; lo cual ocurre secretamente a oscuras de la obra del entendimiento y de las demás potencias» (2 Noche 17,2). Por eso los místicos, para expresar la obra sobrenatural que el Espíritu Santo realiza en ellos al modo divino, se ven en la necesidad de recurrir a las analogías e imágenes poéticas. Dios es el fuego que incendia al hombre, el madero, y lo hace llama. La unión mística es similar al vino y el agua que se mezclan en forma inseparable. Es como el amor mutuo de una perfecta e íntima amistad. Más aún, la amistad conyugal del matrimonio es la más perfecta imagen para expresar la total unión de Dios y el hombre. Es el mismo lenguaje de san Juan de la Cruz: «El Amado vive en el amante y el amante vive en el Amado. El Amor de estos "amantes" es de tal naturaleza que "cada uno es el otro" y ambos son uno. (Cántico 11,6).
LA UNIÓN SIMPLE (NOVIAZGO ESPIRITUAL) La "oración mística de simple unión" «aún no llega a desposorio espiritual, sino como cuando se han de desposar dos, se trata de saber antes si son conformes y que el uno y el otro se quieran» (5 M 4,4). «Estando el alma buscando a Dios, siente con un deleite grandísimo y suave casi desfallecer toda como un desmayo, le va faltando el aliento y todas las fuerzas corporales, de manera que si no es con mucha dificultad, no puede ni menear las manos; los ojos se le cierran sin querer, o si los tiene abiertos no ve casi nada. Oye, mas no entiende lo que oye. Hablar está de más, porque no atina a formar palabra, ni hay fuerza, si atinase, para poderla pronunciar» (V.18,10). Aunque «se ocupan todos los sentidos en este gozo» y «es unión de todas las potencias, que aunque quiera alguna distraerse de Dios, no puede, y si puede, ya no es unión» (V.18,1), todavía aquí la voluntad es la que mantiene la fijación en Dios, mas las otras dos potencias [entendimiento y memoria] pronto vuelven a importunar. «Como la "voluntad" está quieta, las vuelve a suspender, y están otro poco de tiempo importunando, y vuelven a vivir. En esto se puede pasar algunas horas de oración» (V 18,13). En su forma plena, toda el alma absorta en Dios, no dura tanto: «media hora es mucho; yo nunca, a mi parecer, estuve tanto» (V 18,12; 5 M 1,9; 4,4). «Esta oración no hace daño por larga que sea», sino que relaja y fortalece al orante (V 18,11). La Presencia es captada en el alma misma del orante en forma indudable (5 M 1,9), y también la omnipresencia de Dios en las criaturas (V.18,15). San Juan de la Cruz lo expresa bien: Es aquí cuando «todas las criaturas descubren las bellezas de Su Ser, Virtud y Hermosura y Gracias, y la raíz de su duración y vida. Y éste es el deleite grande: conocer por Dios las criaturas, y no por las criaturas a Dios; que es conocer los efectos por su causa, y no la causa por los efectos, que es conocimiento trasero, y el otro esencial» (Llama 4,5).
¿ QUÉ ES EL EL DESPOSORIO? Y por fin estalla el desposorio, vivido como un éxtasis en el que se silencia el cuerpo, que queda sin sentido porque el alma va de vuelo, arrebatada por una alta comunicación del Espíritu Divino. En el desposorio cesa la sed que atormentaba al alma gracias al desbordamiento de la acción divina, que es como un torrente: los ríos sonorosos... que tienen tal sonido, que todo otro sonido privan y ocupan (C 14, 9) saciando toda la sed del alma. Y así, la voz de Dios es silencio de todas las demás voces porque es voz del Espíritu que integra todas las voces, vistiendo al alma de poder y fortaleza (C 14, 10). Y podemos decir que este sonido es silencio porque no es como los otros sonidos que percibe el cuerpo; es un Silencio que es fuente de todos los sonidos, una armonía pacífica y sosegada, la armonía del amor que el Santo llama “música callada” , el sonido primigenio del cual procede todo sonido y que sólo puede ser escuchado por las capacidades sobrenaturales del hombre cuando todas sus capacidades naturales se han callado: Pero todavía quedan “raposas” de apetitos y miedos; y así, después del desposorio, el alma es preparada para el matrimonio místico mediante la noche del espíritu, que ahora entra con toda su profundidad para purificarla completamente con una ausencia muy aflictiva del Amado. Ya ha llegado el silencio de Dios de la medianoche, experimentado como un cierzo muerto que deja todo seco provocando una sensación de abandono afectivo y desesperanza .LA UNIÓN EXTÁTICA (DESPOSORIOS ESPIRITUAL) En vísperas ya del "matrimonio espiritual", el orante se une con Dios en forma extática y con duración breve: «Veréis lo que hace Su Majestad para concluir este desposorio. Roba Dios toda el alma para sí [arrobamiento], como a cosa suya propia y ya esposa suya, y no quiere estorbo de nadie, ni de potencias ni de sentidos…, de manera que no parece que tiene alma. Esto dura poco espacio, porque quitándose esta gran suspensión un poco, parece que el cuerpo vuelve algo en sí y alienta para volverse a morir, y dar mayor vida al alma; y con todo, no dura mucho este gran éxtasis» (6 M 4,2. 9. 13). Los "arrobamientos" pueden tener formas internas diferentes, locuciones, visiones intelectuales o imaginarias (6 M 3-5,8-9), pero estos fenómenos no son de la sustancia misma de la contemplación mística, y no deben ser buscados (6 M 9,15). A veces el desfallecimiento no es místico, «sino alguna flaqueza natural, que puede ser en personas de flaca complexión» (6 M 4,9). Pero los éxtasis genuinos implican aún una mínima indisposición del hombre para la perfecta unión con Dios: «Nuestro natural es muy tímido y bajo para tan gran cosa» (6 M 4,2); por eso en "la unión extática" (que está en éxtasis). Y «la causa es —explica San Juan de la Cruz— porque semejantes mercedes no se pueden recibir mucho en la carne, porque el espíritu es levantado a comunicarse con el Espíritu Divino que viene al alma, y así por fuerza ha de desamparar en alguna manera a la carne» (Cántico 13,4). Hay en esta oración inmenso gozo, «grandísima suavidad y deleite. Aquí no hay remedio de resistir» (V 20,3). Pero puede haber también un terrible sufrimiento, unas penas que parecen «ser de esta manera las que padecen en el purgatorio» (6 M 11,3). Estamos en la última Noche, en las últimas "purificaciones pasivas del espíritu". «Siente el alma una soledad extraña, porque las criaturas de toda la tierra no le hacen compañía, antes todo la atormenta más; se ve como una persona colgada, que no se asienta en cosa de la tierra, ni al cielo puede subir, abrasada con esta sed, y no puede llegar al agua» (6 M 11,5). «En este rigor es poco lo que dura; será, cuando más, tres o cuatro horas —a mi parecer—, porque si mucho durase, si no fuera por milagro, sería imposible sufrirlo la flaqueza natural» (6 M 11,8). «Quizá no serán todas las almas llevadas por este camino, aunque dudo mucho que vivan libres de trabajos de la tierra, de una manera u otra, las almas que a veces gozan tan de veras de las cosas del cielo» (1,3). Podrán ser penas interiores, calumnias, persecuciones, enfermedades, dudas angustiosas, sentimientos de reprobación y de ausencia de Dios, trastornos psicológicos o lo que Dios permita. En todo caso, «ningún remedio hay en esta tempestad, sino aguardar a la misericordia de Dios, que a deshora, con una palabra sola suya o una ocasión que acaso sucedió, lo quita todo tan de pronto que parece que no hubo nublado en aquella alma, según queda llena de sol y de mucho más consuelo» (1,10). San Ignacio de Loyola igualmente cuenta de sí que de la más honda desolación pasaba, por gracia de Dios, a la más dulce consolación «tan súbitamente, que parecía habérsele quitado la tristeza y desolación, como quien quita una capa de los hombros de uno» (Autobiografía 21). La humanidad de Cristo es aquí camino para llegar a estas alturas místicas, y el orante «no debe querer otro camino, aunque esté en la cumbre de la contemplación; por aquí va seguro» (V 22,7).
LA UNIÓN TRANSFORMANTE (MATRIMONIO ESPIRITUAL) El "matrimonio espiritual", dice san Juan de la Cruz, «es mucho más sin comparación que el "desposorio espiritual", porque es una transformación total en el Amado, en que se entregan ambas partes por total posesión de la una a la otra, con cierta consumación de unión de amor, en que está el alma hecha divina y Dios por participación cuanto se puede en esta vida» (Cántico 27,2). Los efectos de la "oración mística pasiva" son, ciertamente, muy notables. Crece inmensamente en el hombre la lucidez espiritual para ver a Dios, al mundo, para conocerse a sí mismo, y el tiempo pasado le parece vivido como en oscuridad y engaño: «Los sentidos y potencias en ninguna manera podían entender en mil años lo que aquí entienden en brevísimo tiempo» (5 M 4,4; 6 M 5,10). Nace en el corazón una gran ternura de amor al Señor, y aquella centellica que se encendió en la "oración de quietud", se hace ahora un fuego abrasador (V 15,4-9; 19,1). El Señor le concede al cristiano un ánimo heroico y eficaz para toda obra buena (V 19,2; 20,23; 21,5; 6 M 4,15) y una potencia apostólica de sorprendentes efectos (V 21,13; 18,4). Al mismo tiempo que Dios muestra su santo rostro al hombre, le muestra sus pecados, no sólo «las telarañas del alma y las faltas grandes, sino hasta un polvito de imperfección que haya» (V 20,28), y lo conforta en una determinación firmísima de no pecar, «ni hacer una imperfección, si pudiese» (6 M 6,3). En todo lo cual vemos que si la contemplación de Dios exige santidad («los limpios de corazón verán a Dios», Mt 5,8), también es verdad que la "contemplación mística" produce una gran santidad («contempladlo y quedaréis radiantes», Sal 33,6). A estas alturas, al alma le queda en una gran paz, «y así nada le preocupa de todo lo que pueda suceder, sino que tiene un extraño olvido» (7 M 3,1), aunque por supuesto, puede «hacer todo lo que está obligado conforme a su estado» (7 M 3,3). Siente la persona «un desasimiento grande de todo y un deseo de estar siempre o a solas [con Dios] u ocupados en cosa que sea provecho de alguna alma. No hay sequedades ni trabajos interiores, sino una memoria y ternura con nuestro Señor, que no querría estar sino dándole alabanzas» (7 M 3,8). A estas almas «no les falta cruz, salvo que no les inquieta ni les hace perder la paz» (7 M 3,15). El mundo entero le parece al místico una farsa de locos, pues él lo ve todo como «al revés» de como lo ven los mundanos o lo veía él antes. Y así, se duele de pensar en su vida antigua, que «ve que es grandísima mentira, y que todos andamos en ella» (V 20,26); «ríese de sí, del tiempo en que tenía algún gusto por el dinero y codicia de ellos» (V 20,27), y «no hay ya quien viva, viendo el gran engaño en que andamos y la ceguedad que tenemos» (V 21,4). ¡Oh, qué felicidad haber descubierto la auténtica Verdad!EL MATRIMONIO ESPIRITUAL El matrimonio espiritual es un grado sublime de santidad y por lo cual muy apetecible. (todas las almas creyentes y fieles a la Gracia Divina pueden alcanzarlo en esta vida. ) es una unión perfectísima y estable que se celebra y contrae con la Santísima Trinidad por medio de Jesús, pues el alma se une a las tres divinas personas por medio de la Humanidad de Cristo. Es como vivir en plenitud la inhabitación de la S. Trinidad en nosotros, es vivir al máximo la vida de la gracia, nuestra condición de hijos de Dios. Quien ha llegado a estas alturas, es como confirmado en gracia, recibe una seguridad grandísima de perseverar eternamente unida a su divino Esposo, se siente segura de su salvación y disfruta ya, en cierto modo, de la felicidad de las bodas eternas. El alma vive en el centro de la Trinidad, como si formara parte de ella. Vive su misma vida y recibe un torrente de luz divina que la inunda toda. Es tan profundo el conocimiento que tiene de las cosas sobrenaturales y divinas que Dios le descubre sus designios sobre las almas, porque no tiene secretos para ella. El Rey del cielo ha puesto su palacio real en el alma de su esposa. Y Jesús le entrega todo. “Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío” (Jn 17, 10). En su Matrimonio místico le dijo Jesús a Sta. Teresa: “Ya sabes el Desposorio que hay entre nosotros... lo que yo tengo es tuyo y también te doy todos mis trabajos y dolores que pasé” (CC 50). “Como verdadera esposa mía, mi honra es tuya y la tuya mía” (CC 25). Entonces, la consagrada puede decir de verdad: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20). Y su mayor deseo es morir de amor. Como Sta. Teresita del Niño Jesús, que murió diciendo: “Te amo... Dios mio... te amo”. Con frecuencia, este matrimonio con Jesús en la Trinidad, se realiza en un éxtasis de amor. A veces, se aparece la Humanidad Santísima de Jesús y hay entrega de anillos, pero esto no siempre se da y no es necesario, ya que este matrimonio es con Cristo en los TRES o con los TRES por Cristo. Es un matrimonio de Dios con el alma, que, a partir de ese momento, forman una unidad indisoluble. Ya decía S. Pablo: “El que viene al Señor se hace un solo espíritu con El” (1 Cor 6,17). Veamos cómo describe Sta. Verónica Giuliani su Matrimonio espiritual: “Estaba en la celda en oración y me vino un recogimiento grande y en él tuve la visión de Nuestro Señor glorioso con la Virgen Santísima. Jesús me dijo: “Yo soy tu Esposo”. A continuación, me sacó el corazón. Después colocó mi corazón sobre su mismo Corazón y apareció todo encendido como una llama de fuego. El Señor se lo dio a su Santísima Madre y ella lo colocó también sobre su Corazón. Luego lo tomó en su mano y se lo dio a su Hijo junto con su propio Corazón y el del mismo Hijo suyo. El Señor volvió a ponerlo en mi pecho... Jesús me dijo: Ahora eres mía. ¿Qué deseas? Yo le dije: Desposarme con Vos. El me mostró el anillo, que tenía preparado, y me dijo que por la mañana, al ir a la comunión, sellaría conmigo el vínculo unitivo, perpetuo e indisoluble. Mientras tanto, que me preparase a la Boda... En el momento de la comunión, sentí el beso de paz de Jesús en mi corazón y, en ese momento, de unión íntima con El, me puso en la cabeza una bellísima corona, mientras la Virgen Santísima, los santos y ángeles cantaban: Veni, sponsa Christi (Ven, esposa de Cristo). Jesús estaba de pie, glorioso, con sus llagas resplandecientes. No puedo explicar lo que experimenté, no sé sí estaba en el paraíso o si el paraíso había venido a mí. Entonces, Jesús sacó el anillo de su costado y me lo colocó en el dedo y me dijo: ¿Quién eres? Yo respondí: Vuestra esposa. Vuelto a la Virgen Santísima le dijo: “Esta es mi esposa, os la confío con el fin de que me sea siempre fiel”. Con motivo de su Matrimonio espiritual, Jesús le dio unas nuevas normas de vida, que pueden servir para toda verdadera esposa de Jesús. Quiero de ti fidelidad para cooperar a todo lo que yo, tu Esposo, obro en ti. No te preocupes de nada. En todo y por todo déjame a mí tu cuidado. Quiero de ti obediencia exacta al confesor, a los Superiores, a todos. Obedece al confesor y dile todo con claridad y sencillez. Quiero de ti que en todo tengas la más pura y recta intención, buscando mi gloria. Has de buscar siempre mi voluntad, obedeciendo a quien está en mi lugar. Quiero de ti silencio riguroso. Sólo has de hablar de cosas espirituales y de lo que sirva a la caridad y a tu aprovechamiento y de los demás. No des tu parecer ni consejo a nadie, si antes no te has aconsejado conmigo en la oración. Quiero de ti humildad para sufrir desprecios y ofensas. Debes estar siempre consciente de tu propia nada. Esposa mía, quiero de ti AMOR para que nuestra unión sea cada vez más íntima. Confía siempre en Mí y desconfía de ti misma. Quiero que seas intermediaria entre los pecadores y yo. Debes estar siempre dispuesta a dar la vida y la sangre por mi gloria y la salvación de las almas. Quiero que siempre estés en mi divina presencia. Siempre ligada a mi voluntad. Te quiero toda transformada en Mí para que puedas decir: “Estoy crucificada con Cristo” (Gál 2,19). Yo soy tu Esposo. Nada temas. Yo estoy contigo. “Oh mi Dios y mi Esposo, te suplico por todos los hombres para que los salves y, en particular, te pido por los sacerdotes para que repares sus faltas y los inflames en tu amor” (Diario 1 903.911). De este Matrimonio espiritual decía Sor María de S. Alberto: Allí la dulce esposa//, transformada en su Amado y convertida//, en El vive y reposa //y de El recibe vida//, quedando ya la suya consumida. Jesús parece estar “desocupado” y tener todo su tiempo exclusivamente para su esposa y ella está tan endiosada que se siente la reina del Universo. “Está tan transformada por las virtudes del Rey del cielo que se ve hecha una (verdadera) reina” (L1 4,13). Por eso, puede decir con S. Juan de la Cruz: "Míos son los cielos y mía es la tierra". Mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores. Los ángeles son míos y la Madre de Dios es mía y todos las cosas son mías, y el mismo Dios es mío, porque Cristo es mío y todo para mí. Que tú también puedas llegar a ser la reina del cielo, transformada totalmente en Jesús, para que puedas decir con El: “Yo y el Padre somos una misma cosa” (Jn 10, 30). Entonces, sentirás irresistibles deseos de morir para ir al cielo a celebrar tu Matrimonio espiritual con Jesús en medio de la Iglesia triunfante. “A este matrimonio sea servido llevar a todos los que invocan su Nombre, el dulcísimo Jesús, Esposo de las almas fíeles” (C 40, 7). El Matrimonio espiritual y la Eucaristía Cuando el sacerdote celebra la Eucaristía, se convierte en Jesús, hay una identificación con El. Podríamos decir que hay una unión transformante con Cristo y, en Cristo y por Cristo, también con el Padre y el Espíritu Santo. Hay como una verdadera deificación del sacerdote en la misa. Durante ella, su unión con Dios, Uno y Trino, por medio de la Humanidad de Jesús, llega a la plenitud del Matrimonio espiritual. Ya no es el hombre sacerdote, sino Dios, quien vive y actúa en él y a través de él. Es como si el Padre le dijera, en esos momentos sublimes de la misa: “Tú eres sacerdote para siempre” (Sal 110,4). “Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy” (Sal 2,8). El Padre lo ve como a su propio Hijo Jesús. ¡Qué misterio de gracia y de ternura! ¡Qué dignidad y grandeza la de su vocación! ¡Cuánto vale una misa! ¡Cuánto valor de consuelo y reparación, de adoración y de acción de gracias! ¡Cuántas bendiciones se obtienen para los hombres! La misa es la mayor fuente de energía espiritual del mundo. ¡Pensar que el sacerdote, un “pobre” y pecador ser humano, durante la misa, es absorbido por el Ser de Dios y se une tan íntimamente a El que puede besarlo y abrazarlo con el mismo amor de Jesús! Es algo que sólo pensarlo estremece de alegría y de responsabilidad. Por eso, la celebración diaria de la Eucaristía es para el sacerdote un llamado urgente y constante de Dios hacia la santidad. Es también el mayor medio de santificación que puede existir en la tierra. ¡El sacerdote debería ser santo! Pero, no sólo los sacerdotes, todos, incluso los laicos, están llamados a las cumbres de la santidad, aunque de modo especial lo son los consagrados. Así que podemos decir: Mi alma, como esposa de mi Amado, hace que viva la Eucaristía como una íntima común unión con Jesús y ofrecerme con Él al Padre. Mientras perduran las especies sacramentales en mí, tomo contacto íntimo con mis TRES Divinas Personas y con cada una de ellas en particular. Mi alma está como divinizada al unirse a la divinidad. Es una especie de “transustanciación” en Jesús, yo y Él somos una misma cosa. Así podemos comprender que la Eucaristía es el sacramento del Matrimonio espiritual pues en ella se consuma nuestra unión con el Amado. Según el Bto. Raimundo, Sta. Catalina de Sena sentía un deseo irresistible de comulgar, no sólo para unir su alma a Jesús, sino también para unir su cuerpo al Cuerpo divino de su Esposo y hacerse una sola cosa con Él. Por eso, es preciso que la comunión de cada día sea como una renovación de nuestro Matrimonio espiritual. con Jesús. Podemos decirle mil locuras de amor. Aprovechemos bien ese momento y esperémoslo con ansiedad, pues nos unimos a Jesús en la intimidad de nuestro corazón. La comunión de cada día debe ser para nosotros como una invitación que nos hace Jesús a vivir en plenitud el matrimonio con El, hasta llegar al climax del amor en el Matrimonio espiritual. El beso del Esposo El alma que alcanza las sublimes alturas del Matrimonio espiritual, recibe frecuentemente, sobre todo en la comunión, los besos del Esposo. Él la besa con los besos de su boca (Cant 1,2), que le producen en el alma una paz inmensa y una alegría incomparable. Ella se siente plenamente inundada por los TRES y distingue claramente la acción de cada una de las personas divinas en su alma, pues cada una de ellas la ama con un amor eterno e infinito. Su alma es un jardín florido, donde han puesto el paraíso el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Su vida es ya como un principio de la Bienaventuranza eterna. Sta. Verónica Giuliani nos habla del beso del Esposo, que recibió varias veces, incluso antes de su Matrimonio místico. Sobre estos besos, que la enloquecían, escribe: “Cuando Dios da estos besos divinos, se sacude todo nuestro interior hasta la última fibra de nuestro ser. Todas las potencias, corazón, alma, sentidos y sentimientos parecen participar de la felicidad del Amor Divino. En ese momento, parece que Dios y el alma son una misma cosa. ¡Oh beso de paz! ¡Oh beso de amor! ¡Oh beso de vida de mi Dios” (Diario 1 298 ss). Este beso divino, es un beso que produce la unión total con el Amado y transforma el alma y la deifica. Algo parecido a lo que sucede con la hostia después de la consagración. Es un beso de la Trinidad, un beso de amor de los TRES. En ese momento, ella, el alma, ama a su Amado con su mismo amor divino, pues es Dios quien ama y vive en ella para siempre. Son los besos de que habla el Cantar de los Cantares y Sta. Teresa en sus Meditaciones sobre los Cantares. No es de extrañar que S. Juan de la Cruz pidiera, antes de morir, que le leyeran el Cántico de los enamorados, el Cantar de los Cantares. Veamos cómo describe este mismo santo el beso de la íntima unión con Dios: ¡Oh llama de amor viva, que tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro! Pues ya no eres esquiva, acaba ya, si quieres, rompe la tela de este dulce encuentro. ¡Oh cauterio suave! ¡Oh regalada llaga! ¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado que a vida eterna sabe, y toda deuda paga! Matando, muerte en vida la has trocado. ¡Oh lámparas de fuego, en cuyos resplandores las profundas cavernas del sentido, que estaba oscuro y ciego, con extraños primores calor y luz dan junto a su Querido! ¡cuán manso y amoroso recuerdas en mi seno, donde secretamente sólo moras: y en tu aspirar sabroso de bien y gloria lleno, cuán delicadamente me enamoras! Dice este santo que “el Matrimonio espiritual es el beso del alma a Dios” (C 22,7). Podríamos decir también que es el beso de Dios al alma, pues “ los regalos que el Esposo hace al alma en este estado son inestimables y las alabanzas y requiebros de divino amor que con frecuencia pasan entre los dos son inefables” (C 34,1). “El alma anda interior y exteriormente como de fiesta y trae con gran frecuencia en el paladar de su espíritu un júbilo de Dios grande, como un cantar nuevo, siempre nuevo, envuelto en alegría y en amor” (Ll 2,36).
Möchten Sie kostenlos Ihre eigenen Notizen mit GoConqr erstellen? Mehr erfahren.