«Aceptación cordial y lúcida de nuestra condición encarnada: todo ha sido creado por Dios; más aún, todo ha sido elevado a la dignidad divina por obra del misterio de la encarnación; por tanto, todo ha de ser aceptado, en particular la condición de seres sexuados. Sin esta aceptación previa, todo el esfuerzo de la vida cristiana corre el peligro de quedar adulterado: la vida cristiana presupone ante todo el sentido de Dios Padre, creador de todas las cosas visibles e invisibles». (p. 254)
Afectividad
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«Tenemos que asumir nuestra personalidad con sus limitaciones y sus condicionamientos, aun cuando la conciencia ética aspire legítimamente a reprimir las manifestaciones más intensas o menos adecuadas al entorno social. Hemos de precisar que aceptar nuestra condición no equivale a pactar con los actos pecaminosos que puedan tener su fuente en la afectividad». (p. 258)
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«Se puede hablar de madurez afectiva no cuando se suprimen todas las tensiones, sino cuando éstas se resuelven en la unidad personal y se integran en el proyecto de vida moral y espiritual. […] La madurez afectiva nunca es, por así decirlo, perfecta; lo cual tampoco es necesario: basta con que sea buena». (p. 258-259)