La Proclama de Gabriel García Marquez
“Un País al alcance de los niños”
Los primeros españoles que vinieron al Nuevo Mundo vivían aturdidos por
el canto de los pájaros, se mareaban con la pureza de los olores y agotaron
en pocos años una especie exquisita de perros mudos que los indígenas
criaban para comer. Muchos de ellos, y otros que llegarían después, eran
criminales rasos en libertad condicional, que no tenían más razones para
quedarse. Menos razones tendrían muy pronto los nativos para querer que
se quedaran.
Era un mundo más descubierto de lo que se
creyó entonces. Los incas, con diez millones
de habitantes, tenían un estado legendario
bien constituido, con ciudades
monumentales en las cumbres andinas para
tocar al dios solar.
Los aztecas y lo mayas habían plasmado su
conciencia histórica en pirámides sagradas entre
volcanes acezantes, y tenían emperadores
clarividentes, astrónomos insignes y artesanos sabios
que desconocían el uso industrial de la rueda, pero la
utilizaban en los juguetes de los niños.
En la esquina de los dos grandes océanos se extendían cuarenta
mil leguas cuadradas que Colón entrevió apenas en su cuarto
viaje, y que hoy lleva su nombre: Colombia.Lo habitaban desde
hacía unos doce mil años varias comunidades dispersas de
lenguas diferentes y culturas distintas, y con sus identidades
propias bien definidas.
Tuvo que transcurrir un siglo para que los españoles conformaran
el estado colonial, con un solo nombre, una sola lengua y un solo
dios.
Los mestizos estaban descalificados para ciertos cargos de mando y
gobierno y otros oficios públicos, o para ingresar en colegios y seminarios.
Los negros carecían de todo, inclusive de
un alma; no tenían derecho a entrar en el
cielo ni en el infierno, y su sangre se
consideraba impura hasta que fuera
decantada por cuatro generaciones de
blancos.
La generación de la Independencia perdió la
primera oportunidad de liquidar esa
herencia abominable
Dos dones naturales nos han ayudado a
sortear ese sino funesto, a suplir los
vacíos de nuestra condición cultural y
social, y a buscar a tientas nuestra
identidad. Uno es el don de la
creatividad, expresión superior de la
inteligencia humana.
De unos cinco millones de colombianos que viven en el
exterior, la inmensa mayoría se fue a buscar fortuna sin más
recursos que la temeridad. La cualidad con que se les
distingue en el folclor del mundo entero es que ningún
colombiano se deja morir de hambre.
Han asimilado las costumbres y las lenguas de otros
como las propias, pero nunca han podido sacudirse del
corazón las cenizas de la nostalgia, y no pierden ocasión
de expresarlo con toda clase de actos patrióticos para
exaltar lo que añoran de la tierra distante, inclusive sus
defectos.
La paradoja es que estos conquistadores nostálgicos, como
sus antepasados, nacieron en un país de puertas cerradas.
Los libertadores trataron de abrirlas a los nuevos vientos
de Inglaterra y Francia
Somos conscientes de nuestros males, pero nos hemos
desgastado luchando contra los síntomas mientras las causas
se eternizan.
nuestra educación conformista y represiva parece concebida
para que los niños se adapten por la fuerza a un país que no
fue pensado para ellos
Esta encrucijada de destinos ha forjado una patria densa e indescifrable
donde lo inverosímil es la única medida de la realidad. Nuestra insignia
es la desmesura.
somos dos países a la vez: uno en
el papel y otro en la realidad. En
cada uno de nosotros cohabitan, de
la manera más arbitraria, la justicia
y la impunidad
seguimos siendo en esencia la misma
sociedad excluyente, formalista y
ensimismada de la Colonia.
Una educación desde la cuna hasta la
tumba, inconforme y reflexiva, que nos
inspire un nuevo modo de pensar y nos
incite a descubrir quiénes somos en una
sociedad que se quiera más a sí misma.