El Imperio Romano había extendido una misma civilización por todo el
sur de Europa, Próximo Oriente y el norte de África. El Mar Mediterráneo
era el centro de una misma civilización, la romana: era el Mare Nostrum.
Pero también a partir del siglo IV el Imperio Romano sufrió la presión de
una serie de pueblos a los que denominaban bárbaros. Eran pueblos
germánicos del norte de Europa, que hablaban lenguas emparentadas
con el inglés o el alemán, y pueblos de las estepas del este de Europa y
Asia. Todos esos pueblos habían evolucionado y se habían hecho más
fuertes precisamente por su contacto con Roma.
A lo largo del siglo V muchos
de esos pueblos bárbaros
entraron en el Imperio:
Algunos entraron como invasores, como los suevos,
vándalos y alanos que se establecieron en Hispania.
Otros entraron como aliados de Roma, que se sentía incapaz de detener a los invasores con sus propias
fuerzas. Entre estos estuvieron los visigodos, que llegaron a Hispania precisamente para expulsar a
suevos, vándalos y alanos, pero acabaron quedándose aquí.
La caída del Imperio Romano de Occidente acabó separando lo que
había sido una sola civilización en tres civilizaciones diferentes:
Casi toda Europa quedó dividida en una serie de reinos germánicos, cuyo único elemento de unión
era su obediencia a la Iglesia de Roma.
El sudeste de Europa y el norte de Próximo Oriente
permaneció en manos del Imperio Romano de Oriente,
que comenzó a ser conocido como Imperio Bizantino.
el Imperio Romano había extendido una misma civilización por todo el sur de Europa, Próximo
Oriente y el norte de África. El Mar Mediterráneo era el centro de una misma civilización, la
romana: era el Mare Nostrum. Pero también a partir del siglo IV el Imperio Romano sufrió la
presión de una serie de pueblos a los que denominaban bárbaros. Eran pueblos germánicos
del norte de Europa, que hablaban lenguas emparentadas con el inglés o el alemán, y pueblos
de las estepas del este de Europa y Asia. Todos esos pueblos habían evolucionado y se habían
hecho más fuertes precisamente por su contacto con Roma.
A lo largo del siglo V muchos de esos pueblos bárbaros entraron en el Imperio:
Algunos entraron como invasores, como
los suevos, vándalos y alanos que se
establecieron en Hispania.
Otros entraron como aliados de Roma, que se
sentía incapaz de detener a los invasores con
sus propias fuerzas. Entre estos estuvieron los
visigodos, que llegaron a Hispania precisamente
para expulsar a suevos, vándalos y alanos, pero
acabaron quedándose aquí.
Finalmente, el Imperio Romano de Occidente
se desmoronó a finales del siglo V. La caída del
Imperio Romano de Occidente acabó
separando lo que había sido una sola
civilización en tres civilizaciones diferentes:
Casi toda Europa quedó dividida en una serie
de reinos germánicos, cuyo único elemento de
unión era su obediencia a la Iglesia de Roma.
El sudeste de Europa y el
norte de Próximo Oriente
permaneció en manos del
Imperio Romano de
Oriente, que comenzó a ser
conocido como Imperio
Bizantino.
El sur de Próximo Oriente, el norte de África y parte
de la Península Ibérica acabaron integrando un
nuevo Imperio, el Imperio Islámico, que era el
instrumento de una nueva religión, el Islam
Los reinos germánicos fueron creados por las aristocracias guerreras de las sociedades tribales que
invadieron el Imperio. Los invasores se convirtieron en una minoría dominante sobre los anteriores
habitantes romanos. Establecieron leyes diferentes para los romanos y para los germanos. Los reyes
consideraban sus reinos casi como un patrimonio personal, hasta el punto de que a menudo los
dividían entre sus hijos.
Los vándalos ocuparon por un tiempo parte de la actual Andalucía. Después pasaron al norte de África,
desde donde dominaron el Mediterráneo occidental. Sus asaltos a las ciudades costeras son el origen
de la palabra vandalismo. Acabaron siendo conquistados por los bizantinos.
El reino de los ostrogodos dominó
toda Italia y la parte central del
Imperio, pero también acabó
cayendo a manos de los bizantinos.
El reino de los visigodos llegó a dominar todo el sur de Francia y buena parte de la Península Ibérica. Tras
ser expulsados de Francia por los francos, los visigodos se hicieron fuertes en Hispania y convirtieron
Toledo en su capital. Reyes como Leovigildo lograron ampliar el dominio al conjunto de la Península,
combatiendo contra el Reino Suevo de Galicia y contra los bizantinos, que se habían apoderado del
sudeste de la Península. Los visigodos pertenecían al principio a una secta cristiana muy extendida entre
los germanos, el arrianismo. Pero para ganarse a la población hispanorromana se convirtieron al
catolicismo. El reino visigodo desapareció como consecuencia de la invasión musulmana del 711.
El reino de los francos dominó buena parte de la actual
Francia, de donde expulsó a los visigodos. Acabó siendo el
reino con más futuro de todos los reinos germánicos.
Con el tiempo, el reino de los francos fue el origen del mayor reino germánico de la Alta Edad Media: el
Imperio Carolingio. Lo creó el rey franco Carlomagno. El Imperio carolingio llegó a abarcar todo el noroeste y el
centro de Europa, desde Cataluña a Hungría, pasando por el norte de Italia. Carlomagno convirtió su corte en
un gran centro administrativo y cultural. Gobernó sus extensos territorios confiándolos a condes, marqueses y
duques, títulos que procedían del Bajo Imperio Romano. Estableció un sistema monetario basado en la
moneda de plata que dominó en Europa durante siglos. Hizo que sus súbditos del norte de Europa se
convirtieran al cristianismo. A cambio, el Papa aceptó reconocerlo como emperador, lo que significaba
reconocerlo como heredero del antiguo Imperio Romano de Occidente y señor supremo de toda Europa
Pero el Imperio no duró mucho. El emperador tenía muy pocos medios para mantener unido un
imperio tan grande. Tenía que viajar siempre con su corte de un sitio a otro y afrontar continuas
guerras para asegurarse de ser obedecido en todos lados. Además, Carlomagno y sus sucesores
mantuvieron la costumbre de dividir el gobierno del imperio como herencia entre los hijos.
Así que en pocos años el Imperio solo existía en teoría. La realidad era una Europa partida en
numerosos reinos. Además, dentro de cada uno de estos reinos el poder acabó también dividido en
numerosos trozos por el nacimiento del feudalismo, al que dedicaremos un apartado a continuación.
Pero la idea de un imperio cristiano aliado con el Papa de Roma se mantuvo durante toda la Edad
Media y la Edad Moderna como un ideal de unidad política frente a la fragmentación real del poder.