Creado por Cintia González Manzanares
hace más de 5 años
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IMMANUEL KANT (1724-1804)
Immanuel Kant fue un filósofo prusiano de la ilustración y es considerado uno de los filósofos más influyentes de la Europa moderna y de la filosofía universal. Entre sus escritos más destacados se encuentra “La Crítica de la Razón Pura”. La ilustración fue un movimiento que pretendió acabar con el Antiguo Régimen y rescatar al hombre de su minoría de edad intelectual. Contra las ideologías políticas y los dogmas religiosos, los ilustrados apostaron por la razón y la educación como guía de las personas. La característica principal del pensamiento ilustrado es la confianza plena en la razón como capacidad humana y criterio igualador, según Kant, es precisamente la razón lo que nos da dignidad. Kant creía firmemente que todos los seres humanos buscaban la felicidad, entendiendo felicidad como satisfacción de todas nuestras inclinaciones o, dicho literalmente con sus palabras, “El estado de un ser racional en el mundo tal que en la totalidad de su existencia todo procede según su deseo y su voluntad” por lo tanto, lo más normal es preguntarnos ¿Cómo debo obrar para ser feliz? surgiera, Kant creía que la verdadera pregunta que nos deberíamos hacer es ¿Cómo debo actuar? Dado que la felicidad es una consecuencia y esta no puede ser controlada, atendiendo a la línea temporal de una acción: LA RAZÓN⟶VOLUNTAD⟶ACCIÓN⟶CONSECUENCIAS La razón nos da la voluntad de realizar la acción y tras esta acción suceden unas consecuencias, Kant creía que tanto la voluntad como la acción no debían ser influenciadas por las emociones y que las consecuencias son lo único que no se puede controlar en la línea temporal. Para Kant, al contrario que en éticas anteriores, la moral no tiene nada que ver con las emociones porque, entre otras cosas, las emociones no dependen sólo de nosotros. La felicidad, o en general, las consecuencias, no pueden ser criterio de moralidad, pues se escapan a nuestro control. Más que el fin, el valor de la acción está en el principio, en la voluntad que tiene el que actúa. Por lo tanto, Kant dice: “Haz aquello mediante lo cual seas digno de ser feliz”, la felicidad es algo de lo que nos hacemos dignos si actuamos éticamente. La cuestión reside entonces en saber qué es obrar éticamente. La respuesta Kantiana es que el hombre es bueno cuando obra por deber, es decir, cuando obra no sólo según deber, o sea, ajustándose a la ley por otros motivos (para no ser castigado, por ejemplo), si no única y exclusivamente por respeto a la ley , sólo así somos realmente buenos, porque tenemos buena voluntad. Atendiendo a este ejemplo: Dos puestos de limonada, ambos venden la limonada al mismo precio, a primera vista, son iguales, pero realmente son diferentes porque el primero lo hace por deber, con buena intención, porque de verdad cree que ese es el precio de lo que vende y el segundo lo hace de acuerdo con el deber, por obligación, si de él dependiera lo pondría más caro, pero nadie le compraría. Ahora que sabemos que debemos obrar por deber, se nos presenta el problema ¿Cómo se si eso o aquello para mí es un deber? Es decir, ¿Cómo saber si debo hacer esto u omitir lo otro? Kant dio diversas formulaciones del imperativo categórico, que responden a diversos criterios para poder determinar la validez ética de la acción. Las formulaciones más interesantes son 2: “Obra de tal modo que trates a la humanidad, en tu persona o en la de los demás, siempre y al mismo tiempo, como un fin y nunca meramente como un medio” Cualquier acción nuestra ha de atender a las personas en juego como si fuesen un absoluto, un fin, nunca un mero medio o instrumento de nuestros intereses. Por eso la persona es digna a diferencia de todas las cosas restantes, que son medios y, por ende, intercambiables y con precio, el hombre es insustituible, no tiene precio, tiene un valor ilimitado y no puede ser instrumentalizado. “Obra de tal modo que pueda al mismo tiempo querer que mi máxima sea ley universal” Con el término máxima, Kant se refiere a principio subjetivo que guía la acción. Esta formulación significa que la norma que tomo para mi debería poder servir para todo ser humano. Es muy importante distinguir entre la acción concreta y la máxima. Ninguna acción concreta es universalizable. Por ejemplo, si yo decido ser profesor de filosofía, tal cosa no es universalizable, todos no podemos ser profesores de filosofía, pero si atiendo a la máxima por la que obro que puede ser transmitir mi conocimiento a las generaciones futuras, tal cosa sí es universalizable y propia de todo ser humano, lo que hace que mi elección sea éticamente correcta. También hay que destacar que la ética kantiana es autónoma y no heterónoma porque ninguna instancia, ni siquiera nosotros mismos en nuestros aspectos no racionales somos el fundamento de deber. La razón también es autónoma porque el juicio será emitido a partir de la naturaleza de la acción aunque la eticidad del acto no dependerá de dicho contenidos sino de nuestra máxima, y por eso Kant exhorta: “Observemos santamente la ley moral, que la misma razón nos enseña, partiendo de la naturaleza de los actos”.
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