Creado por Isidro Esparza Marín
hace más de 8 años
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1-12-2015 RESUMEN SOBRE LA ORACIÓN CONTEMPLATIVA No tienes necesidad de servirte de palabras para decirme que me amas, háblame con el corazón. ¿Y cómo se hace esto, Señor?. Me hablas con el corazón: Cuando Me buscas, Me anhelas y Me deseas de forma sincera. Cuando tienes hambre y sed de Mí. Cuando Me adoras y Me contemplas dentro de ti. Cuando te abandonas y confías total y plenamente en Mí Amor. Cuando deseas tener una constante comunión consciente Conmigo en tu corazón. Todo esto se hace sin palabras, se hace en total y absoluto silencio y tan solo por amor a Mí, Tu único DIOS y Señor. La contemplación es el estado en que permanece mi alma, inmersa en un profundo silencio, dejándome penetrar, inundar y disolver por el resplandor de Tu Gloria Celestial. Es como si ya estuviera en el cielo, pero aquí en la tierra, es la claridad divina en medio de mi oscuridad, es como si gozara de la visión beatífica a través de los ojos de la fe. Para encontrar en esta vida a mi TODO debo ir revestido de mi nada. Fe es tener la total y absoluta confianza de poseer YA lo que a Dios le hemos pedido, aunque lo que YA tenemos no lo veamos y ni tan siquiera lo sintamos. El método contemplativo que se describe en La Nube del No-Saber consiste esencialmente en penetrar en lo más íntimo de uno mismo, donde Dios mora, para encontrarnos con Él en ese punto recóndito del misterio humano. Cristo nos aseguró más de una vez que "el reino de Dios está dentro de nosotros". Dijo también que, "si estamos en Él, Él está en nosotros". En Juan 16, 26 dice: "El que come Mi carne y bebe Mi sangre, habita en Mí y Yo en él San Agustín viene a decirnos: ¡¡ Oh Trinidad Santa!! Tarde os conocí. Buscandoos estaba yo fuera, cuando en realidad vuestro Lugar de Reposo, vuestra Morada Santa, vuestro Cielo aquí en la tierra, vuestro Trono de Gloria, es y está dentro de mí. Estáis en el centro del fondo mas profundo de mi alma, ahí está mi Trino Dios. Dios está en el centro del fondo más profundo de nuestra alma, ahí está nuestro TRINO-DIOS. Otros pasajes, en fin, de la Sagrada Escritura nos aseguran de diversas maneras que Dios mora en nosotros. El método procede, pues, de fuera hacia adentro, de la periferia hacia el centro La oración más profunda o la relación de mayor intimidad con Dios es la contemplación. Al contrario de lo que muchos piensan, todos los hombres son potencialmente contemplativos. Algunos privilegiados de Dios recibirán el don de la contemplación infusa. Pero la inmensa mayoría, para hacer oración contemplativa, deben aprender este arte, el más sublime de todos. Contemplar es ver con los ojos de la fe y guiados por la luz del Amor, es relacionarse directamente con el Señor sin la mediación de objetos o de personas. El, y sólo Él, es templo, es imagen, es todo. Desgraciadamente, en nuestra cultura prima el desarrollo de la razón o entendimiento, esto nos permite ver las cosas materiales y las relaciones que existen entre ellas. Nuestra razón funciona en base a los sentidos externos. Por este motivo, la razón es ciega con relación a las cosas del espíritu. La cultura moderna procura alimentar lo más intensamente posible nuestros cinco sentidos. Por eso falta espacio para ver esa otra cara de la realidad total: la cara del espíritu, la cual solamente puede percibirse con los sentidos internos. El descubrimiento del maravilloso mundo del reino de Dios en nosotros es posible mediante la inmersión voluntaria en el interior más íntimo de nosotros mismos. Allá donde nos encontremos absolutamente solos, delante de Aquel que nos espera con los brazos abiertos para la mayor aventura humana: la inmersión de una vida en la más íntima unión de amor con Dios. ¿Cómo se hace esa inmersión en lo más íntimo de nuestro ser? Los más insignes maestros de la vida espiritual aconsejan algunas veces prácticas y técnicas psicológicas concretas... Hablan de esconderse en el propio interior y permanecer absolutamente inactivo, en espera de los acontecimientos... Que debemos apagar completamente los sentidos externos, de modo que ya no perciban nada del mundo exterior... Una actitud de NADA ver, de NADA oír, de NADA sentir, de NADA saber. Olvidarse, en fin, de sí mismo. Permanecer, así, en actitud de atenta espera amorosa de que Él se revele, se manifieste al alma. Dios permanece inaccesible a la razón o inteligencia humana. Él se manifiesta y se revela al corazón humilde, abierto, acogedor. No hay ciencia que pueda alcanzar a Dios. Es inútil buscarlo con métodos científicos. Él se encuentra en un lugar completamente oscuro, absolutamente impenetrable a la luz de la razón humana. Solamente le podemos percibir por una luz especial, que no nace del cerebro: la luz del amor. El descubrimiento de Dios no es el resultado de la deducción lógica de premisas científicas. Dios se revela directamente a aquellos que le buscan con un corazón limpio. Buscad a Dios en la oración, en la meditación, en la experiencia y no en el estudio. El esfuerzo no ha de ser de la inteligencia, que necesita comprender, sino del corazón, que busca únicamente ver, adorar, admirar, contemplar, maravillarse... ¿Qué tipo de personas consigue hacer una auténtica experiencia de Dios? La respuesta a esta pregunta es: Todas las personas normales, independientemente de su carácter, de su grado de cultura, de su condición social y de su credo religioso, tienen capacidad natural para hacer esta experiencia. Mediante un pequeño esfuerzo, todos podemos sumergirnos en nuestra propia intimidad, puesto que se trata de una meditación hecha no sobre un objeto exterior ya visto, ni tampoco se trata de recordar hechos o experiencias pasadas, se trata de anular la memoria. Es la experiencia actual de un acontecimiento totalmente interior que se desarrolla a nivel del conocimiento que tenemos de nosotros mismos, de lo que somos delante de Dios y de lo que Dios es para nosotros. Dios se manifiesta directamente al alma en esa intimidad. Como sabemos, Él mora ahí y está a nuestra espera. Si no lo percibimos, es porque somos ciegos; si no lo oímos, es porque somos sordos; si no lo encontramos, es porque andamos lejos de ese santuario interior Cabalgamos a lomos de nuestra propia fantasía, de nuestra propia imaginación, de nuestra atención recorremos el mundo en busca de Él. La contemplación es el esfuerzo que se realiza para permanecer en una INACTIVIDAD TOTAL: NO pensar activamente, NO comparar, NO deducir,NO concluir... Mas el cerebro produce espontáneamente fantasías, imágenes, pensamientos, recuerdos..., actividad mental de la que apenas podemos tener un conocimiento pasivo La única actividad posible en el acto contemplativo es la atención amorosa. El esfuerzo que se exige es, únicamente, de NO ACTUAR ni física ni mentalmente. Permanecer únicamente en actitud externa e interna de escucha, de espera..., actitud de apertura a lo que pueda venir. Algunas condiciones externas pueden favorecer la organización de ese estado interior, como, por ejemplo, el ayuno o la elección de un lugar aislado y silencioso. El proceso de adentrarse en la intimidad más profunda de uno mismo tiene lugar por etapas. La primera de ellas consiste en un esfuerzo de recogimiento interno (*) (contemplación activa). Recogerse es retirarse del mundo exterior, el cual percibimos con nuestros cinco sentidos. Jesucristo describe esta etapa cuando dice: "Cuando orares, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre en secreto; y tu Padre, que ve en lo más oculto, te recompensará" (Mt 6,6). La habitación [o cámara] es lugar para reunirse con otras personas, pero también puede ser lugar solitario. "Cierra la puerta", es decir, cierra lossentidos externos para que no entre nadie: ni personas, ni animales, ni cosas, ni ruidos... Es preciso crear un clima de secreto, esto es, de silencio, de misterio, de confidencia. Se ha de tomar una postura lo suficientemente cómoda que permita permanecer lo más inmóvil posible, al menos unos diez o quince minutos. El que consigue sumergirse en la oración profunda, tiende a permanecer espontáneamente inmóvil durante todo el tiempo en que se encuentra en ese estado (estado alfa) (**). Con cuanta más atención se detenga fijamente en un punto de gran interés, tanto más el cuerpo entra en un estado como de adormecimiento. No ocurre así cuando nos movemos internamente a nivel de las fantasías activas o de la imaginación, voluntariamente dirigidas a cualquier objetivo consciente. En este caso siempre sabemos que nuestro yo está en plena actividad. En el momento en que dejamos de producir y de controlar interiormente lo que queremos que sea, pasamos a un estado de observación pasiva, mucho más atenta a lo que acontece. En ese momento comienza el proceso de inmersión en nuestro interior más íntimo. El grado de intimidad del encuentro con el Padredepende directamente de ese clima. (*) Ver recogimiento interno según Santa Teresa de Jesús PEDAGOGÍA TERESIANA: ORACIÓN DE RECOGIMIENTO ACTIVO El recogimiento activo es un movimiento hacia el interior, y es querido por nosotros, por eso es activo. En él, no desaparece la reflexión, pero sí queda marginada. Es ahora la imaginación la que cobra la importancia. A través de ella, el orante cambia de dirección: se vuelve hacia el interior. Ahora, si ha de pensar o decir algo lo hará al Cristo que se imagina dentro de sí. Con esta técnica se quiere orientar la oración hacia un nivel más profundo. Ya no habrá una reflexión de escenas evangélicas como realidades externas a nosotros; ahora toda imagen estará dentro de nuestro ámbito; ya no somos meros observadores, sino participantes en la escena que se ora. La invitación aquí, para favorecer esta interioridad, es la de ir abandonando la reflexión, que siempre se exterioriza. La oración, pues se simplifica; ha dejado de ser un discurso para convertirse en una visión: ya no hablo, sino miro; y miro que me miran. Es un lenguaje más de enamorados y más afectivo aun que el anterior. Santa Teresa lo describe así: "No sabía cómo proceder en la oración, ni cómo recogerme, y así ... determinéme a seguir aquel camino con todas mis fuerzas...Procuraba lo más que podía traer a Jesucristo, nuestro bien y Señor, dentro de mí, presente, y esta era mi manera de oración; si pensaba en algún paso, lo representaba en lo interior" (V. 4, 6-8). ORACIÓN DE RECOGIMIENTO ACTIVO (TEXTOS) "Llámase recogimiento activo, porque recoge el alma todas las potencias y se entra dentro de sí con su Dios, y viene con más brevedad a enseñarla su divino Maestro y a darla oración de quietud que de ninguna otra manera. Porque allí metida consigo misma puede pensar en la pasión, y representar allí al Hijo y ofrecerle al Padre, y no cansar el entendimiento andándole buscando en el monte Calvario, y al huerto y a la columna" (CV. 28, 4) "Miren también este aviso los que discurren mucho con el entendimiento... digo que no se les vaya todo el tiempo en esto; porque, aunque es muy meritorio, no les parece -como es oración sabrosa- que ha de haber día de domingo, ni rato que no sea trabajar luego les parece perdido el tiempo, y tengo yo por muy ganada esta pérdida" (V. 13,11). Lo que la santa viene a decir en este texto, es que en esa oración en que no hablamos, ni pensamos, ni discurrimos, en que parece que no hacemos nada, sino que simplemente estamos al calor de Dios, no es pérdida de tiempo, sino comunicación sabrosa, sin ruído de palabras. Nos anima encarecidamente a que entremos en la oración contemplativa, dejando de pensar cosas sobre Dios o de centrarnos en nuestra vida. La santa invita al descanso, al domingo, pero en la oración. Es un estarse a solas con Dios. "Pues tornando a lo que decía, de pensar a Cristo en la columna, es bueno discurrir un rato y pensar las penas que allí tuvo, y por qué las tuvo, y quién es el que las tuvo, y el amor con qué las pasó; más no se canse siempre en andar a buscar esto, sino que esté allí con Él, acallado elentendimiento. Si pudiere ocuparle en que mire que le mira, y le acompañe y hable y pida, y se humille y regale con Él, y se acuerde que no merecía estar allí... y hace muchos provechos esta manera de oración; al menos hallóle mi alma (V. 13, 22) El texto principal que resume muy bien este tipo de oración es este: "No os pido ahora que penséis en Él, ni que saquéis muchos conceptos, ni qué hagáis grandes y delicadas consideraciones con vuestro entendimiento; no os pido más de que le miréis...(CV 26, 3) "Las que de esta manera se pudieran encerrar en este cielo pequeño de nuestra alma -adonde está el que le hizo, y la tierra- y acostumbrar a no mirar ni estar adonde se distraigan estos sentidos exteriores, crea que lleva excelente camino y que no dejará de llegar a beber el agua de la fuente,(oración contemplativa) porque camina mucho en poco tiempo" (V 28,5). ORACIÓN DE RECOGIMIENTO PASIVO Aquí la Madre Teresa ya no habla de pensar, ni de imaginar, sino de un movimiento espontáneo hacia el interior no provocado por uno mismo. Las reflexiones religiosas y las imágenes han quedado atrás; ya no son importantes, así como también pierde valor el esfuerzo personal. No obstante, la mente no está en una pasividad anodina, como si estuviera en blanco; por el contrario, toda la persona está completamente atenta, alerta al Amor que se revela sin que ella lo pretenda. Lo único que interesa en este estado de recogimiento es que uno esté abandonado a una Presencia que lo arropa y acoge. Es estar inmerso delante de una presencia amorosa sin imagen. La oración aquí se hace contemplativa por sí misma y toda ella transcurre en este deleite suave de estar recogido, perdido a todos los entretenimientos que nos extrovierten. Estamos ya en una oración mística que es don de Dios. No es lo que nosotros hacemos, sino que es Dios quien obra en nosotros. Todo el camino realizado hasta el momento ha sido liberarnos de nuestras imágenes, nuestros conceptos sobre Dios, para poder dejarle obrar con libertad. El camino de la oración ha sido un proceso de liberación de nosotros mismos, y de apertura al misterio de Dios, empequeñecido por nuestras imágenes y conceptos. Cuando la persona deja a Dios ser Dios en su vida, ya no es la persona la que ora, sino el Espíritu Santo quien mueve, su alma, su mente, su corazón. Este es el camino contemplativo cristiano. Santa Teresa lo describe así: "Un recogimiento interior que se siente en el alma, que parece ella tiene allá otros sentidos, como acá los exteriores... y así algunas veces los lleva tras sí, que le da gana de cerrar los ojos y no oír, ni ver, ni entender, sino aquello en que el alma entonces se ocupa" (CC 54,3) ORACIÓN DE RECOGIMIENTO PASIVO (TEXTOS) "Un recogimiento que también me parece sobrenatural, porque no es estar en oscuro, ni cerrar los ojos, ni consiste en cosa exterior, puesto que, sin quererlo, se hace esto de cerrar los ojos y desear soledad, y sin artificio, parece que se va labrando el edificio para la oración que queda dicha". (4M 3, 1) "Hagamos cuenta que estos sentidos y potencias..., que se han ido fuera y andan con gente extraña, enemiga del bien de este castillo, días y años; y que ya se han ido, viendo su perdición, acercándose a Él, aunque no acaban de estar dentro... Visto ya al gran rey, que está en la morada de este castillo, su buena voluntad, por su gran misericordia quiérelos tornar a Él, y como buen pastor, con un silvo tan suave, que casi ellos mismos no lo entienden, hace que conozcan su voz y no anden tan perdidos, sino que se tornen a su morada, y tiene tanta fuerza este silbo del Pastor, que desamparan las cosas exteriores en que estaban enajenados, y métanse en el castillo" (4M 3, 2) "Y no penséis que es por el entendimiento adquirido, procurando pensar dentro de sí a Dios, ni por la imaginación, imaginándole en sí. Bueno es esto, y excelente manera de meditación... más lo que digo es en diferente manera... y que algunas veces, antes que se comienza a pensar en Dios, ya esta gente está en el castillo, que no sé como por dónde ni cómo oyó el silbo de su pastor, que no fue por los oídos...., más siéntese notablemente un encogimiento suave a lo interior" (4M 3,3) ORACIÓN DE QUIETUD La Oración de Quietud o del Silencio es considerada por los escritores, dentro de la teología mística, como un grado o forma de contemplación. Debe ser, por tanto distinguida de la meditación o de la oración afectiva. Tiene un lugar intermedio entre ésta última y la oración de la unión. Tal y como su nombre lo refiere, en la Oración del silencio es en la cual el alma experimenta un grado extraordinario de paz y descanso, acompañada del placer de la contemplación de Dios. En esta oración, Dios brinda al alma un conocimiento intelectual de Su Presencia y la hace sentir en una real comunicación con Él, aún cuando Él puede hacer esto de una manera un tanto oscura. La manifestación característica de la oración aumenta a medida que la unión con Dios llega a alcanzar grados superiores. Este místico regalo no puede ser adquirido debido a que es algo sobrenatural. Al principio, la Oración del Silencio es concedida de vez en cuando y solamente durante algunos minutos.Esta oración toma lugar cuando el alma ha arribado a un estado de la oración de la recolección y silencio tal cuya condición algunos autores llaman oración de la simplicidad. Los grados de oración no son estados definitivos en el sentido de excluir o revertir otros niveles o estados de oración. En ocasiones ocurre que la oración del silencio llega a ser no sólo frecuente sino también habitual. En estos casos, la misma ocurre no solamente cuando se da el tiempo de oración, sino cada vez que el pensamiento de Dios se representa en si mismo. Aún en las condiciones enunciadas, laoración del silencio es sujeta a interrupciones y alteraciones de intensidad, algunas veces de manera fuerte y otras de manera débil. La oración del silencio no impide enteramente el ejercicio de otras facultades del alma. La voluntad en si, permanece cautiva. el intelecto y la memoria aparecen teniendo gran actividad para las cosas de Dios en este estado, pero no así para las cosas mundanas. Pensamientos de este último tipo pueden escaparse de los linderos de la restricción, pero permanecen como inútiles y al final existe una atracción de la voluntad a la presencia deDios. De esta manera continúa el deleite, no de manera total en una forma pasiva, sino dentro de la capacidad de obtener fervientes aspiraciones y afectos. En cuanto a los sentidos corporales, San Francisco de Sales nos dice que las personas, durante la oración del silencio pueden escuchar y recordar cosas que son dichas cerca de ellos. Citando a Santa Teresa, indica que ocurre cierto tipo de superstición en el sentido de que estamos temerosos aún de toser o de respirar, a fin de evitar movimientos corpóreos que hagan evitar el estado que se ha logrado. Dios, quien es el autor de esta paz, no nos la priva aún con inevitables movimientos del cuerpo o con involuntarios escapes de imaginación. Los frutos espirituales son: Paz interior, la que continúa aún luego de la oración. Profunda humildad. Aptitud y disposición para los deberes espirituales. Luz divina del intelecto, y Estabilidad de la voluntad dentro de la bondad. Es por medio de estos frutos, que los verdaderos místicos pueden ser distinguidos de los falsos místicos. LA CONTEMPLACIÓN La entrada en el castillo interior que Santa Teresa nos propone sólo sucede, cuando hay un corazón humilde; lo cual, significa un corazón que nada retiene para sí, que no está pensando en sí mismo, ni en sus éxitos, ni en sus fracasos, ni tan siquiera en sus debilidades físicas o psicológicas, ni en sus límites. Es el ser humano que se ha olvidado de sí mismo el que entra a beber de las aguas de la contemplación. Para Teresa, la contemplación, es "mística". Una experiencia de Dios. Y la experiencia de Dios no es algo que se pueda provocar. El que yo experimente esa presencia es un don de Dios. Es una irrupción de Dios que no puedo dejar de dudar que está en mi. La contemplación no se provoca con nuestras propias fuerzas, es un don, un regalo de Dios. Para Teresa la contemplación es algo vital y existencial, no algo puramente intelectual. La contemplación es el anhelo profundo que existe en la persona humana. Todos tenemos sed de esta agua que es el Amor de Dios. Nuestra sed sólo se sacia en Dios, y nada más que en Dios. El camino de la oración es un camino hacia la "unión con Dios", donde nos saciamos con el agua viva. (**) CLASES DE ONDAS CEREBRALES Onda cerebral es la actividad eléctrica producida por el cerebro. Estas ondas pueden ser detectadas mediante el electroencefalógrafo y se clasifican en: ondas gamma (25 a 100 Hz) ondas beta (12 a 30 Hz) ondas alpha (8 a 13 Hz) ondas theta (3,5 a 7,5 Hz) ondas delta (1 a 3 Hz) Las ondas gamma son un patrón de oscilación neuronal que tiene lugar en los seres humanos, cuya frecuencia oscila entre los 25 y los 100 Hz, aunque su presentación más habitual es a 40 Hz. Las ondas Beta son oscilaciones electromagnéticas en el rango más alto de frecuencia (12 Hz - 30 Hz) que se detectan en el cerebro humano a través de un electroencefalograma. Están asociadas con etapas de sueño nulo, donde se está despierto y consciente y las ondas son más frecuentes en comparación con las ondas delta, alfa y theta. Las ondas alpha son oscilaciones electromagnéticas en el rango de frecuencias de 8-13 Hz que surgen de la actividad eléctrica sincrónica y coherente de las células cerebrales de la zona del tálamo, también son llamadas «ondas de Berger», en memoria de Hans Berger, el primer investigador que aplicó la electroencefalografía a seres humanos. Las ondas alpha son comúnmente detectadas usando un electroencefalograma (EEG) o unmagnetoencefalograma (MEG), y se originan sobre todo en el lóbulo occipital durante períodos de relajación, con los ojos cerrados, pero todavía despierto. Estas ondas se atenúan al abrirse los ojos, con la somnolencia y el sueño. Se piensa que representan la actividad de la corteza visual en un estado de reposo. Las ondas Theta son oscilaciones electromagnéticas en el rango de frecuencias de 3.5 y 7.5 Hz que se detectan en el cerebro humano a través de unelectroencefalograma. Normalmente están asociadas con las primeras etapas de sueño, fases 1 y 2. Se generan tras la interacción entre los lóbulostemporal y frontal. Las ondas delta son oscilaciones electromagnéticas, resultado de la representación de la actividad cerebral frente al tiempo, su rango de frecuencias es de 1-3 Hz, también suelen oscilar entre un rango de 0.1 – 4 Hz. Estas son detectadas en el cerebro humano a través de un electroencefalograma. Normalmente están asociadas con etapas de sueño profundo. En la actividad cerebral, estas ondas se presentan en las etapas tres y cuatro, en casos de daño cerebral y coma. Las ondas delta se presentan en sueño profundo sin soñar y no están presentes en las otras etapas del sueño (1, 2 y de movimiento rápido de ojos). Vaciar la mente consiste precisamente: 1.- En no prestar atención voluntaria alguna, en permanecer pasivo, en dejar hacer, en no dejarse envolver de modo alguno en los contenidos involuntarios del conocimiento (afectos, emociones, fantasías, imágenes, sensaciones, sentimientos, recuerdos...) 2.- En fijar la atención voluntariamente en ese vacío, en esa ausencia, en espera de que Él venga, de que se manifieste (atención amorosa). En ese momento el alma se transforma en un inmenso deseo: "Oh Dios, Tú eres mi Dios, por Ti madrugo, mi alma está sedienta deTi ; mi carne tiene ansia de Ti, como tierra reseca, agostada, sin agua" (Sal 62,2). Pero no se puede alcanzar la luz de la oración contemplativa sin atravesar ese túnel oscuro de vacío total. Éste cobra vida con un estado de pobreza absoluta, de dolorosa solidaridad, de penuria interior, de ansiosa búsqueda. Se trata de un ejercicio de ascesis amargo y penoso que exige perseverancia, valor y entrega personal. La fuerza y el aliento para aguantar y perseverar en el esfuerzo de búsqueda proviene únicamente de la fe y de la esperanza de hallar el tesoro escondido y todo ello por el amor que tenemos a Él. La fe nos da la certeza de que el "tesoro" que buscamos existe realmente en el campo que nos disponemos a excavar. La idea de que, en un momento dado, podamos dar con Él nos comunica una energía y un vigor que nos anima a arrastrar cualquier dificultad. Laconfianza inquebrantable de un próximo encuentro impide que no nos desalentemos en el camino. El descubrimiento del Señor en lo profundo, en lo más íntimo de sí mismo, da al sujeto una sensación de ser uno, fundamentalmente indivisible con Él. Esta experiencia puede evolucionar después y darnos la sensación de unidad: la plenitud de estar en Dios. La experiencia de sentirse envuelto por algo inmenso, infinito, de que formamos parte. Cuando se piensa en las palabras de Cristo "el reino de Dios está dentro de vosotros..."(en medio de vosotros, en el centro del fondo más profundo de vosotros...), esta experiencia de unión profunda parece el camino natural para una verdadera experiencia de Dios. No se trata sólo de una teoría, sino de una verdadera experiencia realizada en carne y hueso. Aquellos que consiguen realizar esa experiencia, comienzan a vivir la palabra de Dios, a"vivenciarla" con emoción los misterios de la liturgia. Muchos místicos alimentan su espiritualidad en la fuente de esa experiencia. El gran san Juan de la Cruz, por ejemplo, puede ser plenamente comprendido solamente por aquellos místicos que pasaron, como este santo, por una auténtica experiencia de Dios a ese nivel de profundidad. La contemplación propiamente dicha se hace en un estado especial de consciencia. Consta, por lo general, de tres distintos estados de consciencia: Cuando estamos despiertos y conscientemente atentos a cualquier cosa que sea: CONSCIENTE Cuando dormimos y no tenemos consciencia de lo que acontece en nuestro mundo exterior: INCONSCIENTE Cuando soñamos y tenemos consciencia bastante clara del desarrollo de acontecimientos imaginarios o fantásticos, generalmente relacionados con recuerdos de nuestra vida pasada: SUBCONSCIENTE. En la contemplación se da un cuarto estado de consciencia que supera en claridad y agudeza intelectiva a los otros tres estados. En este que ahora nos ocupa, la persona contemplativa aparece externamente como dormida: su cuerpo se encuentra realmente en una situación aparentemente igual a la de una persona durmiente. Sin embargo, a nivel fisiológico, hay diferencias, sobre todo en cuanto a la manera de respirar, metabolismo basal, pulso cardíaco, variación de la temperatura del cuerpo, etc. Se trata de un estado de concentración máxima y tranquila de la persona total, reducida casi completamente a su dimensión espiritual. La atención descansa total y tranquilamente, absorta en la estupenda realidad puramente interior, percibida únicamente por los sentidos interiores: fe, intuición, iluminación, visión interna... De los sentidos internos participan los afectos, emociones, fantasías, imaginaciones, sensaciones, sentimientos, deseos... Testimonios tomados de personas que se encuentran en este estado, nos muestran que aquí la persona se encuentra en un reposo más profundo que cuando duerme. La contemplación espiritual es, de hecho, menos trabajosa que cualquier otra actividad, como, por ejemplo, cantar, rezar, leer, soñar, imaginar, fantasear... En realidad, no es actividad. Es reposo en Dios. No requiere prácticamente esfuerzo alguno. Si algún esfuerzo hay que hacer es el de obligarse a no hacer NADA. Se trata de permanecer en un estado absolutamente pasivo, aunque de vigilante espera y calurosa acogida a Aquel que nos ama infinitamente más de lo que nosotros pudiéramos amarlo. No conviene salir repentinamente del estado de la oración contemplativa. Es mejor salir lentamente de ese mundo interior para readaptarse, poco a poco, al mundo exterior, en el que pasamos ordinariamente la mayor parte del día. La mejor manera de llevar a cabo, sin atropellos, esa delicada transición de un estado de consciencia a otro consiste en rezar lentamente, por ejemplo, el padrenuestro. Recitarlo pausadamente, de modo que nos vayamos dando cuenta del sentido de las palabras. Es la oración perfecta que el propio Señor nos enseñó. Lo más importante en la búsqueda de una vida de oración más auténtica es la actitud permanente de escuchar los impulsos del Espíritu Santo. Él alienta en todos nosotros y suspira en deseos de nacer en nuestras almas. La marca de autenticidad de una vida de oración es la humildad. El sincero reconocimiento de que todo lo que de bueno acontece en torno a nosotros es obra del Señor. Lo más importante que Él nos pide para alcanzar el objetivo de unión, de comunicación de amor mutuo, es que nos dejemos amar por Él. En la vida espiritual la iniciativa siempre es de Él. Nos corresponde a nosotros abrirle nuestro corazón, acoger y permanecer atentos a todo lo que ocurra en el diálogo extraordinariamente constructivo de nuestra completa realización humana La alegría de vivir no está ligada al hecho de ser adulto. Nace de la consciencia de que vamos creciendo día a día. En la vida espiritual nadie llega a la plena madurez. Siempre tiene un margen para avanzar un poco más en el sentido de la santidad y de la perfección de Dios. Por eso no hay ni habrá nunca un "¡basta ya! Ya alcancé la meta"... La oración es vida, y ésta tiende a no acabar. Muerte, en el sentido común de esta palabra, es transformación: el aspecto material de la vida cesa y el aspecto espiritual de la misma se intensifica y eterniza. Dios quiere ser amado por encima de todas las cosas. En realidad, quiere todo nuestro amor. Quiere la disposición personal de no negarle nada, de no resistírsele, de vivir sólo para Él, es el tipo de cooperación que Él espera de aquellos a quienes Él concede el privilegio de Sus dones divinos. Levantar el corazón a Dios es, por tanto, actuar voluntariamente sobre el deseo, la fantasía, la imaginación,el pensamiento, el sentimiento y hacerlos converger en un único objetivo: DIOS. La contemplación es la oración más perfecta, la que más agrada a Dios. En realidad, existen dos tipos de contemplación: contemplación infusa y contemplación aprendida. Existe la oración de aquellos que, cuando rezan, pasan rápida y espontáneamente a la contemplación sin que para ello hayan tenido que valerse de estudios o de experiencias previas. Éste es un don que Dios concede a algunas almas, para edificación de los hombres, en la Iglesia. Pero todos los hombres de buena voluntad pueden aprender a orar. El ideal de la vida de oración es la oración contemplativa. Quien se expone al amor del Señor y se deja conquistar por Él, nunca más puede dar marcha atrás, porque es sencillamente incontrovertible Transformarse en persona contemplativa es empresa que produce resultados verdaderamente duraderos sólo a largo plazo. Se trata de un trabajo personal que requiere un gran esfuerzo y gran insistencia. Perseverancia. Al comienzo parece más difícil. Se puede tener la impresión de no sentir nada más que un vago impulso hacia Dios, apenas perceptible, en las profundidades de nuestro ser. Se puede sacar la impresión de que "esto no es para mí". Pero esa dificultad es sólo un muro entre Dios y el alma que le busca. Ante esta dificultad, el alma contemplativa puede sentirse como abrumada: sencillamente, asustada. Por eso es muy importante no desanimarse nunca. Hay que seguir buscando. Creer en la posibilidad de superar el obstáculo estimula la perseverancia en el esfuerzo. Si realmente insistimos en él, el éxito será seguro. Una de las condiciones para no descorazonarse nunca ante las dificultades, en el camino de la oración, es alimentar constante y suavemente el deseo de dejarse atrapar por Dios, que nos llama. Este deseo existe, al menos en potencia, en el corazón de todo hombre. Se trata de un don de Dios, de una semilla que germina y se desarrolla, convirtiéndose en planta frondosa cuando se la cultiva convenientemente. Es preciso aprender a ser paciente y esperar en la oscuridad de la noche hasta que venga la luz del día, pero es muy importante saber que esa luz esperada es el mismo Dios. Vivimos ordinariamente en la oscuridad. ¿Y qué hacemos mientras la luz no aparezca? Hay quien se resigna a vivir como los topos, acomodándose a la oscuridad más absoluta. Hay también quienes velan y se preparan diligentemente para la gran fiesta de la luz del día que se aproxima. Saben que es inútil maldecir las tinieblas. Suspiran, en cambio, llenos de esperanza y otean el horizonte oriental, por donde deberá aparecer la aurora. Tienen la certidumbre de que el nuevo día vendrá y se disponen atentos para acoger la luz, cuya presencia significará un gran cambio: tendrá lugar el encuentro amoroso largamente esperado. Es, por tanto, necesario aprender a vivir en la esperanza, sin desalentarnos jamás. Esperar significa aguardar pacientemente, pero con vivo interés y con la certeza de que Dios no nos fallará. "Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá. Porque el que pide recibe, el que busca halla y al que llama se le abrirá" (Lc 11,9-10). El reino de Dios en nosotros "es como el grano de mostaza, que cuando se siembra es la menor de todas las semillas, pero luego de sembrado crece, se hace mayor que todas las hortalizas y extiende de tal modo sus ramas que las aves del cielo pueden cobijarse bajo su sombra"... (Mc 4,31-32). En el esfuerzo por aprender a contemplar hay también un tiempo para sembrar, otro para germinar y todavía un tiempo más largo para desarrollarse, para crecer. Y en tanto no sepa VER a mi Señor, en tanto no aprenda a distinguir su voz característica de pastor, de padre, de hermano, de amigo, en medio de la barahúnda del mundo, debo continuar buscando. Debo buscar y, sobre todo, ESCUCHAR. Escuchar con mucha atención, porque la voz del Señor es delicada, muy dulce y apacible. Es sutil y misteriosa. Para VER a Dios en esta vida, para oírlo hablar aquí, en la tierra, es necesario permanecer en la oscuridad de la fe, con los ojos hechos a las realidades materiales del mundo. Es necesario recogerse en silencio y en la paz de la oración, de la consciencia, lejos del mundo de los ruidos y de los sonidos, que inundan los espacios y hieren nuestros oídos externos. Abrir de par en par las puertas del corazón a la llamada del Señor y esforzarse por alimentar de continuo el deseo de que Jesús venga, que se manifieste, que se revele, que nos hable. Pero ¿cómo podremos verle si no miramos? ¿Cómo podrá entrar en nosotros si nos mantenemos encerrados? ¿Cómo podrá manifestársenos si no somos atentos con Él? ¿Cómo se nos va a revelar si estamos ocupados con cosas que nada tienen que ver con Él? ¿Cómo nos hablará si no le escuchamos? Por el amor nos fijamos en el objeto amado, le acariciamos, le abrazamos, hacemos que entre dentro de nosotros. La unión hecha de amor transforma a los amantes en una sustancia nueva; nos unifica en un nuevo ser: el hombre-Dios o el Dios encarnado Rezar, contemplar y vivenciar íntimamente la presencia de Dios en nuestra vida es, siempre, gozar por anticipado la bienaventuranza del cielo en la tierra. Si estuviésemos libres de pecado, rezaríamos y contemplaríamos espontáneamente, sin dificultad. Si tenemos dificultad natural en amar verdaderamente a nuestros hermanos -los hombres-, a quienes percibimos y tocamos en sus formas concretas y materiales, tanto más difícil resultará amar a Dios invisible, al que no podemos oír, tocar ni percibir con los sentidos externos. Íntimamente unidos a Él por el amor, entramos a participar con Él del tesoro infinito de su misericordia y de su bondad. Él espera y anhela esa unión de intimidad amorosa y se siente feliz en nuestra compañía. En la medida en que vamos creciendo en esa divina unión, participaremos también del parentesco con su gran familia de santos. El que ama nunca pierde el tiempo, ya que el tiempo mejor empleado es aquel que pasamos en la intimidad amorosa de Dios. "Marta, Marta, andas muy inquieta y te afanas por muchas cosas. Pero una sola es necesaria: María ha escogido la mejor parte, que no le será quitada" (Lc 10,41-42). Practicar la oración contemplativa es la experiencia más sublime, una de las que más deleitan el espíritu humano. Los efectos humanos y espirituales que produce son estupendos. San Pablo, que fue uno de los mayores contemplativos del cristianismo, dice de esos efectos: "Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente humana lo que Dios ha preparado para los que le aman" (1 Cor 2,9).Uno de los efectos de una oración contemplativa auténtica, fácilmente apreciada por el que la practica, es un vivo e irresistible deseo de estar siempre con el Señor. Ese deseo se agranda y se impregna de diferentes aspectos de vida práctica. El contemplativo ya no consigue disfrazarlo en su pensamiento, en su sentir, en su orar. El amor apasionado por el Señor que le anima se trasluce en su mirada, en su cara, en sus actitudes, en sus gestos y en su comportamiento en general. La oración contemplativa es verdadera cuando nace de un corazón puro (no desordenadamente apegado a otras personas), sencillo, humilde y sincero. Para descubrir qué es la oración contemplativa es preciso penetrar en la densa oscuridad en que se oculta Dios y tener el necesario valor de permanecer en esa soledad hasta que se haga luz. Pero la luz no puede aparecer mientras nos hallemos sumergidos en la materialidad de este mundo, en que ordinariamente moramos y nos movemos. No es fácil desligarnos por completo de la materia de que estamos hechos y en la que nos movemos. No es fácil romper las cadenas que nos atan al mundo de las cosas y de los acontecimientos en que estamos inmersos desde que nacimos Para tener éxito en la oración contemplativa, en esta empresa de descubrimientos es necesario que nos desliguemos de todo lo demás. Este todo lo demás incluye también los acontecimientos que tienen lugar en nuestro interior: emociones, fantasía, imaginación, pensamiento activo, raciocinio, expectativas. El problema reside en la dificultad de controlar la atención. La actitud interna de quien desea encontrar al Señor debe ser la de laatención amorosa dirigida directamente sobre Él, sin desviaría hacia otros motivos. Causa de muchas distracciones de ese único motivo necesarioson los recuerdos de experiencias anteriores. Los recuerdos son, en sí, prácticamente inevitables. Cualquier actividad mental, por muy santa que sea, constituye un obstáculo para la oración contemplativa. Pensar en Dios o en Nuestra Señora,meditar sobre los atributos de Dios, constituye una actividad mental incompatible con la oración contemplativa. Contemplar es función pasiva, receptiva, en la que el sujeto permanece fijo, tranquilamente, en el conocimiento del objeto de su amor y reacciona interiormente con sentimientos de admiración, de alabanza, de exaltación... La reacción interna no es provocada por el sujeto. Éste permanece como activo observador, atento únicamente a las revelaciones que le hace el objeto observado. Lo importante en nuestra relación con Dios no es comprender todo aquello que se refiere a dichas cualidades, sino más bien centrar todo nuestro interés en amar a Dios con todo nuestro corazón. Pero no se puede amar lo que no se conoce. Para poder amar a Dios es necesario un mínimo conocimiento suyo: que Él es nuestro Padre; que Él nos ama más que nuestra propia madre; que Él nos perdona siempre, si estamos arrepentidos de las ofensas que le hacemos; que Él hace cuanto está en su mano para vernos eternamente felices... Contemplar es amar. Para amar no es necesario conocer exhaustivamente. En base a lo que todos sabemos respecto de Dios, podemos llegar muy lejos del simple saber. Podemos, ciertamente, penetrar en la oscuridad del misterio, pero no para comprenderlo, sino únicamente para maravillarnos, para satisfacer el inmenso deseo de amarle, de amarle por encima de todas las cosas. Es imposible mantener la mente en blanco: sin imágenes, sin pensamientos, sin recuerdos, sin reacciones a nuestra natural curiosidad de saber. Las distracciones son un estorbo para la oración y para la contemplación. Tienden a desviarnos de nuestro objetivo: Dios. ¡Qué fácil sería orar y contemplar a Dios directa y palpablemente como a un objeto extremadamente seductor para nuestros sentidos externos ! A fuerza de relacionarnos ordinariamente con cosas y con hechos que podemos conocer directamente por los sentidos externos, acaba por embotar nuestros sentidos internos. Orar y contemplar es, al mismo tiempo, un don y un arte. Si se hace en las debidas condiciones, el diario ejercicio de la oración contemplativa acaba por revitalizar los sentidos internos. Allí donde existe un corazón sediento de amor, dispuesto a escuchar y a corresponder, allí está Él, el E.S. con sus siete dones. Inspira y sopla sobre la débil llama que parpadea, para revigorizarla hasta convertirla en un gran fuego de amor de Dios. El amor más puro es siempre el más simple, sin complicaciones de raciocinio. Es directo y procede siempre con suavidad. No tiene nada de agresivo. El que ama no tiene miedo; simplemente confía. El pensamiento racional y científico es enemigo de la contemplación Pero se llega más rápidamente al resultado cuando la palabra o frase en cuestión (Padre, mi Amor) se repite, aunque sólo sea con el pensamiento, no digo ya cientos, sino millares de veces durante el día y durante la noche. Se trata del modo oriental para imbuirse de una idea determinada. En esto consiste el método de El peregrino ruso para aprender a rezar y a contemplar. Con ese ejercicio, fielmente observado durante algún tiempo, la idea contenida en el lema elegido comienza a resonar continuamente en la conciencia del sujeto en cuestión. Ello equivale a una permanente vivencia de la presencia de Dios. No olvidemos que la oración profunda y contemplativa es semejante a la amorosa relación que se establece entre un niño y su madre.Contemplar no es pensar. Tampoco es reflexionar o raciocinar Quien quiera aprender a contemplar tendrá que vigilar rigurosamente la actividad de su inteligencia para no dejarse arrastrar por sentimientos de orgullo. La contemplación puede ser infusa o adquirida. La primera forma se concede a algunas almas privilegiadas como un don totalmente gratuito deDios. La contemplación adquirida es el resultado de un esfuerzo personal bendecido por Dios para crecer continuamente en el Amor Divino a través del ejercicio de la oración y de la conversión personal El trabajo es obligación de todos los hombres. Pero orar y contemplar no es trabajar. Es algo mucho más sublime. Es lo que el hombre comienza aquí en la tierra y que continuará realizando eternamente en la otra vida. Es, en efecto, un pálido ensayo de vida eterna en este mundo. Es darle la preferencia debida a la vida contemplativa, ya que en este mundo privilegiamos la actividad apostólica en detrimento de la oración. Vemos, por desgracia, cómo hay algunos operarios de la viña del Señor que a veces se sienten desbordados por el trabajo y por las actividades cotidianas, hasta el punto de no tener espacio para la oración, con lo cual entran en una senda peligrosa: el error del activismo. Y, ciertamente, el que no reza deja de hacer apostolado. Quien no es amigo íntimo de Jesús, quien ya no tiene tiempo para encontrarse frecuentemente con Él para tener un coloquio de intimidad afectiva, no es amigo de Cristo. Por eso esa persona no es apóstol, por más sublimes que sean las obras que realiza. Tal agente apostólico puede ser una bella persona, un profesional competente, pero su obra nada tiene que ver con el apostolado, sencillamente porque aquí ya no hay nada de Cristo. El apóstol que trabaja por amor a Cristo deja siempre olor a Cristo en todo aquello que toca. El que permanece constantemente en Dios es siempre apóstol, y todo cuanto hace es realmente apostolado. El contemplativo en acción es persona que funciona externa e internamente con toda su potencialidad. Piensa y razona con la cabeza, trabaja con los músculos y ama con el corazón. Ser verdaderamente humano es funcionar en todas las dimensiones del propio ser. Orar y contemplar significa siempre no hacer nada más que eso durante el espacio destinado a la oración. Ocuparse durante el tiempo de oración en pensar en no sé qué cosas, o preocuparse en qué haré después, hace infructuosa la oración. Cuando se trata de buscar a Dios, el único objeto de meditación y de deseo ha de ser Él y nadie más que Él. Rezar y contemplar es estar con Dios y con ningún otro. Y lo mismo se diga de los pensamientos piadosos y santos, que no deben ocupar lugar ni en la cabeza ni en el corazón del hombre en contemplación. Dios ocupa totalmente todos los espacios disponibles de nuestra persona. Por eso, cuando queremos contemplar, es necesario concentrar tranquilamente toda nuestra a atención amorosa únicamente en Dios mismo, sin admitir otro pensamiento por más santo que sea. El acto contemplativo no es acto de conocimiento, es más bien un acto de gozo o de pura admiración y de asombro ante Dios Contemplar es maravillarnos, por intuición, de lo que Dios es en sí mismo, sin que, por otra parte, seamos capaces de llegar a comprender totalmente esa maravilla. El contemplativo prefiere amar la maravilla que descubre en vez de tratar de comprenderla. Aquí es posible amar lo que no se conoce todavía. El amor puede, realmente, alcanzar y abrazar lo que la mente todavía no conoce. Para lograrlo es necesario dejarse arrastrar por el deseo amoroso de alcanzar a Dios mismo, ya que Él se esconde en un misterio impenetrable a la inteligencia humana. Pero lo que es imposible para la mente humana, lo puede comprender un corazón amante y apasionado, que vive únicamente para la gloria de Dios. ¿Y qué hacer con los pensamientos que nos distraen cuando queremos rezar o simplemente contemplar a Dios? Antes de nada, es preciso saber que nadie es capaz de controlar y de gobernar totalmente sus propios pensamientos. Estos son producto de nuestro cerebro rebelde e inquieto. No nos es posible evitarlos. Mas las cosas del espíritu no pueden conocerse científicamente. Únicamente se pueden alcanzar por la fe, por la esperanza y por el amor,... El amor verdadero nace siempre del descubrimiento de los valores que en si encierra el objeto que se propone a nuestra consideración. La realidad espiritual, en cambio, escapa por completo a toda consideración que tenga que ver con nuestros sentidos externos. Únicamente puede captarse por la percepción crítica de los sentidos internos: la fe, la esperanza, el amor, el deseo, la fantasía, la imaginación, la intuición, etc. La meditación es generalmente muy importante, sobre todo al comienzo de un camino serio de oración. Mas al cabo de algunos años meditando sobre los atributos de Dios y sobre las virtudes de Nuestra Señora y de los santos, el alma siente deseos de avanzar en el camino real de la perfección. Quiere avanzar más. Para eso es necesario aprender a no pensar activamente, a no decir nada y a asumir una actitud de espera pasiva ante las posibles manifestaciones del Señor. Él se revela al alma que encuentra en silenciosa y atenta contemplación. Para contemplar basta elevar el corazón a Dios con el simple y amoroso deseo de estar con Él y esperar. Esperar con atención amorosa los sutiles movimientos de nuestra alma. Controlar la mente y la imaginación -esa loca de la casa- para desear sólo a Dios, que nos ama y nos atrae misteriosamente. Contemplar exige una actitud de quietud externa y gran atención interna al Señor, en cuya misteriosa presencia nos hallamos. Al mismo tiempo, debemos estar siempre atentos a posibles o probables manifestaciones del Señor en nuestro interior más íntimo. Ayunos y mortificación de los sentidos son medios eficaces para fortalecer el espíritu contra los ataques de la sensualidad y del sibaritismo, que tanto entorpecen la fuerza del alma. Nuestro esfuerzo de conversión ha de ser permanente. Así creceremos constantemente en gracia. Aunque excelentes las prácticas ascéticas de Marta, la amorosa actitud contemplativa de María es mejor en la práctica de la espiritualidad. La contemplación es la coronación de las obras de piedad cristiana. Es también superior a las obras de caridad. La oración contemplativa da valor y consistencia a las obras de misericordia. Purifica la intención, viciada de sutil egoísmo, que infecciona nuestra vida de relación social. HUMILDAD Humilde es aquel que se considera, se presenta y se expresa tal como es. La consecuencia de nuestra pequeñez e insuficiencia, colocada frente al trascendente poder y amor de Dios, nos lleva a confiar ciegamente en nuestro Creador y Padre. Si existimos es únicamente porque el poder de Dios altísimo nos sustenta. Este conocimiento y la respectiva actitud interna forman parte de una auténtica vida de oración contemplativa. La actitud de humildad constituye el clima propicio para la vida de oración. Cuando una persona crece más en el amor de Dios y en la unión con Él, mayor son los sentimientos de humildad de sencillez y de confianza. En la medida en que la persona contemplativa se acerca a Dios, le conoce mejor y poco a poco pierde todos sus recelos. Acaba arrojándose en los brazos de Dios con total confianza y sencillez de corazón. Lo opuesto a la humildad es el orgullo. Humildad y orgullo nunca van juntos: se excluyen mutuamente. Cuanto mayor es la dosis de una de las dos cualidades morales tanto menor es la presencia de la otra. Lo curioso del caso es que la humildad difícilmente es advertida por el propio sujeto. El discreto y amargo sentimiento de no ser humilde significa un buen comienzo de humildad Aquellos que en conciencia no creen haber ofendido a Dios gravemente, tienen igualmente necesidad de cultivar la virtud de la humildad, porque sin ella no hay contemplación. La contemplación nace precisamente del convencimiento profundo y de la enorme distancia que separa al hombre (incluso al santo) de la grandeza, de la perfección y del infinito amor de Dios. La certidumbre de estar muy por debajo de la santidad de la santísima virgen María y de los santos bastará para que nos juzguemos, con toda sinceridad, indignos de la intimidad amorosa de Dios. La oración contemplativa no es privilegio de los santos. Es un medio de perfección cristiana que se ofrece a los hombres. Un medio utilísimo de oración que se ofrece a todo aquel que desea cambiar sinceramente de vida. El pecador que la descubre y, más aún si comienza a practicarla, se convierte y obtiene de Dios el perdón de sus pecados. El amor contemplativo tiene realmente un poder inmenso sobre el corazón de Cristo. Pero el amor no elimina el arrepentimiento. Al contrario: el amor del pecador arrepentido llora permanentemente las ofensas cometidas en el pasado contra Dios. Pero el gran dolor del convertido no nace precisamente del hecho de haber ofendido a Dios. Es más bien como una constatación del hecho de no haber amado hasta entonces a aquel que nos ama desde la eternidad gratuitamente con un amor infinito. El pecador convertido sufre al ver que su amor a Dios no es nada en comparación con el inmenso amor y con la incomprensible misericordia de Dios para con él. El verdadero amante es así. Cuanto más ama tanto mayor necesidad siente de amar. Es como si quisiese reparar la inmensa injusticia cometida contra un Padre tan bueno y tan amoroso. La contemplación de la maravilla que es Dios en si mismo ocupa tanto su alma toda, que la persona contemplativa fácilmente olvida todo lo demás. El contemplativo se siente tan fascinado por Dios, que ya no ve nada más que a Dios. Totalmente absorta en lo que veía y oía, María se hallaba, tranquila e inmóvil, sentada a los pies de Jesús. Únicamente Dios nuestro Señor, que sabe lo que pasa en el corazón humano, y la propia María sabían el profundo amor existente entre el corazón de esa mujer y del propio maestro. Sólo los corazones amantes como el de María son capaces de maravillarse en ese encuentro amoroso con el Señor en el momento de la contemplación.
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