La Moral intenta reflexionar hasta donde le lleve la
constitutiva moralidad del hombre; de un
hombre que es, por naturaleza, político, y
está abierto —para sí, para no o para la
duda— por la misma naturaleza a la
trascendencia. Ninguna pregunta sobre la
vida buena, sobre lo correcto o sobre lo
legítimo puede serle ajena a la filosofía
práctica, porque está entrañada en la
estructura moral del hombre «a quienes
competía» la ingeniosa idea de sustituir el
término «moral» por ese otro, que parece
más científico, cívico y secular, «ética»
En qué consiste la ética
El que hacer ético consiste,
en acoger el
mundo moral en su
especificidad y en dar
reflexivamente razón de él, con
objeto de que los hombres
crezcan en saber acerca de sí
mismos, y, por tanto, en
libertad. Semejante tarea no
tiene una incidencia inmediata
en la vida cotidiana pero sí ese
poder esclarecedor, propio de
la filosofía, que es insustituible
en el camino hacia la libertad.
Diferencia la ética de la moral
La ética, pues, a diferencia de la
moral, tiene que ocuparse de lo
moral en su especificidad, sin
limitarse a una moral
determinada. Pero, frente a las
ciencias empírico-analíticas, e
incluso frente a las ciencias
comprensivas que repudian todo
criterio de validez2, tiene que dar
razón filosófica de la moral: como
reflexión filosófica se ve obligada
a justificar teóricamente por qué
hay moral y debe haberla, o bien
a confesar que no hay razón
alguna para que la haya.
preguntas que se hace la ética
«¿qué podemos hacer para ser felices?»,
y la pregunta por el sustento
indispensable del bien positivo
«¿qué debemos hacer para que cada hombre se
encuentre en situación de lograr su felicidad?»
Los argumentos de las posturas éticas
El relativismo
disuelve la
moralidad; entre
el utopismo, que
asegura la
llegada
inminente de un
mundo perfecto,
y el pragmatismo,
que elimina toda
dimensión
utópica
perdiéndose en la
pura estrategia
presente o, lo
que es idéntico,
en la
inmoralidad11.
Tal vez por estas
razones las
filosofías morales
más relevantes
de nuestro
momento, tanto
«liberales»
(Rawls,
racionalismo
crítico), como
«socialistas»
(Apel, Habermas,
Heller) centran su
atención en el
diálogo.
El emotivismo
destaca con todo
mérito el papel de la
sensibilidad en el
mundo moral frente al
intelectualismo y al
excesivo racionalismo
que ha dominado en
corrientes éticas de
gran audiencia. Pero
no justifica el respeto
«al lejano», a aquél del
que nada nos dicen las
emociones
individuales, ni aclara
cómo actuar frente a
quienes nos provocan
un auténtico rechazo.
Aún más se complica la
cuestión si, aceptando
como única guía la
sensibilidad,
pretendemos
identificar el bien con
la belleza, porque cabe
preguntar si está al
alcance de todos los
hombres jugar a lo
estético
El reduccionismo
con su apariencia de
cientificidad, con ese
sentimiento de superioridad
frente a los ignorantes que
todavía creen en la misión
específica de la filosofía y en el
derecho de los hombres al bien,
se empeñan en explicar el debe
moral a base de lo que hay. Con
ello vienen desembocando en
un «realismo» conformista, que
hoy se traduce en la aceptación
acrítica de que la razón práctica
se reduce a la razón
estratégica, porque no existe
más «debe» que «lo que hay», y
lo que hay son hombres
movidos por intereses egoístas.
Desde la última sofística,
pasando muy especialmente
por Maquiavelo y Hobbes, este
«realismo», radicalmente
injusto con la realidad, sigue
recordando que podemos
explicar y predecir los
comportamientos morales con
tal de conocer los factores
biológicos, psicológicos o
sociológicos que componen la
razón estratégica.